Quienes pretendan sacar punta a la entrevista que la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, concedió al programa Sálvame Deluxe de Telecinco por revelar que tuvo una novia italiana se confunde de época y de país. Hace tiempo, confesar haber tenido una relación con una persona del mismo sexo podía tener consecuencias negativas para la reputación de alguien que se dedicara a la política, pero, como demuestran una y otra vez las encuestas del CIS, la sociedad española ha cambiado mucho y ahora mismo figura entre las más liberales, incluida la cuestión de las preferencias sexuales.

La sociedad que ha sido pionera en la regulación del matrimonio homosexual difícilmente se escandalizará porque una alcaldesa diga, cuando se le pregunta sobre sus primeras experiencias amorosas, que primero tuvo un novio y luego una novia. Solo en sectores muy retrógrados, que los hay, esa revelación puede tener un coste en términos de imagen, pero no es ese el nicho electoral al que se dirige precisamente la dirigente de Barcelona en Comú.

¿Es lícito recurrir al espectáculo para hacer prosperar una causa política?

Ada Colau explicó que su novia era italiana y que la relación duró dos años, pero acabó porque las relaciones a veces se agotan y esa no pudo superar la distancia. Lo dijo con la mayor naturalidad y la prueba de que ya no tiene coste político es que cuando el propio presentador, Jorge Javier Vázquez, le preguntó si no temía que esa revelación pudiera perjudicarla y ella respondió que no, que por qué iba a hacerlo, el público prorrumpió en un largo aplauso. Ni el propio Vázquez esperaba de Colau, celosa guardiana de su intimidad, una revelación de esa naturaleza, a pesar de que ese es el sueño de este tipo de programas: bucear y bucear en la vida de los entrevistados hasta hacer aflorar algún punto oscuro, alguna confesión que alimente el morbo y genere titulares.

Con esa revelación, Colau los proporcionó, pero no cabe esperar que tenga repercusiones en su imagen electoral. En cambio, sí que ha podido provocar cierto desasosiego entre sus partidarios el hecho de que accediera a ser entrevistada en un programa cuyo formato puede considerarse el paradigma de la política-espectáculo. El propio Vázquez le preguntó si sus asesores estaban de acuerdo en que acudiera a Sálvame Deluxe y ella reconoció que unos más que otros.

¿Qué razón puede tener una líder de la llamada nueva política en hacer concesiones a la política entretenimiento? Hay quien ha interpretado que lo ha hecho porque las encuestas le son desfavorables. Los sondeos pronostican que Catalunya en Comú-Podem puede perder uno o dos diputados, pero todos destacan que tendrá la llave para decidir el próximo Gobierno catalán. Consciente de las críticas que podía recibir, la propia Colau justificó su presencia en ese plató alegando que era legítimo tener presencia en todos los sectores sociales. No todos sus simpatizantes están de acuerdo y algunos lo han criticado en las redes. Lo cierto es que acudir a este tipo de programas forma ya parte de la agenda electoral y casi todos los políticos acaban pasando por ese purgatorio.

La televisión se ha convertido en el escenario en que se representa la política. Muchos atribuyeron el inesperado ascenso de Pablo Iglesias a sus habilidades como polemista en debates televisivos. Pero incluso los programas más serios tienden a utilizar formatos que convierten el debate de las ideas en una batalla campal. ¿Dónde está el límite entre la política y el espectáculo? ¿Es lícito recurrir al espectáculo para hacer prosperar la causa política? Poco antes de que Colau acudiera a Sálvame Deluxe, el candidato socialista Miquel Iceta había sido criticado por haber ido a El Intermedio de La Sexta solo a bailar, frivolidad que algunos consideran impropia de los graves tiempos que vivimos. La propia Colau mostró con sonoros “Madre mía” su disconformidad con el sesgo ideológico con el que Alfredo Urdaci presentó su biografía.

Pero si Mahoma no va a la montaña, es decir, si la mayoría de la gente no va a los mítines ni participa en redes sociales, ¿qué mejor para darse a conocer que colarse en los programas de los que son espectadores? El problema es que hacerlo tiene un precio. La banalización de la política.

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Fuente: El País