Tras el fulgurante arranque de enero, cuando absorbieron buena parte de la expectativa de revalorización del ejercicio completo, las Bolsas de todo el mundo se han encogido bruscamente en los primeros días de febrero, especialmente esta última semana. El índice Dow Jones, de grandes valores industriales de Wall Street, que pone la música a la que tienen que bailar el resto, ha perdido un 9%, mientras que los índices europeos, en mayor o menor medida, han replicado la pérdida. La Bolsa de Nueva York acumulaba el ciclo alcista sin ajuste significativo (de al menos el 5%) más largo de los últimos 90 años, y apostar a una corrección severa era siempre una operación segura. Ha bastado una simple señal inflacionista, como la subida de los costes salariales en EE UU, para lanzar la rentabilidad de los bonos y desatar los temores a una espiral alcista de tipos que encarezca la financiación y dañe los resultados de las empresas. En paralelo, los inversores parecen atisbar que el retorno de los bonos puede superar la rentabilidad por dividendo de las acciones y estarían cambiando de activos sus carteras. Pero todo parece la excusa perfecta para hacer unas jugosas plusvalías y volver a comprar las mismas empresas o a rotar la cartera sin nuevos desembolsos.

Los analistas aseguran que los fundamentales de la economía son muy sólidos, y que los beneficios de las empresas solo sorprenden por superar a los precedentes, una tendencia que podría quebrar con una subida muy fuerte y muy brusca del precio del dinero, pero en absoluto con el calendario de alzas ya diseñado por la Fed. Y en Asia, pero sobre todo en Europa, las valoraciones de las compañías son más modestas que en EE UU y el endurecimiento monetario tardará más en llegar. Por tanto, no parece mala idea aprovechar los ajustes en los precios de las acciones para recomponer carteras tras apuntarse las ganancias. Los inversores deben ser pacientes porque la volatilidad surgida generará violentos movimientos alcistas y bajistas; pero convendría que estuviesen alerta y con la escopeta cargada, para disparar tiros certeros cuando las empresas tengan la valoración y el margen de seguridad apropiados.

Fuente: El País