Hace poco, el club de Big Data del Instituto de Empresa me invitó a participar en una mesa redonda sobre mujeres y tecnología para discutir el papel de las mujeres en este ámbito y ver cómo potenciar su presencia en el mismo. Junto con el resto de las ponentes, mujeres con éxitos sobradamente reconocidos en sus carreras, comenzamos compartiendo nuestras experiencias trabajando en un terreno predominantemente masculino.

Conté algunas de mis experiencias de trabajo en el Reino Unido al terminar mi carrera. A las pocas semanas de llegar a los laboratorios de investigación de una multinacional de referencia en el sector de las telecomunicaciones, recibí una invitación a una fiesta dirigida a «la chica española del edificio». El remitente era otro investigador, hombre para más señas, a quien no conocía. Ante mi perplejidad, mi jefe me explicó que, dado el bajo número de mujeres, esto era la tónica normal y que lo mejor era que me fuese acostumbrando. Esa iba a ser mi realidad laboral: ser la única mujer entre muchísimos hombres.

Un par de años más tarde, todavía en la misma empresa, tenía que cambiar de edificio cada vez que quería ir al baño. Yo era la única mujer del departamento y los baños de señoras se habían reconvertido en cuartos de limpieza.

Años después, trabajando en Alemania, en otra multinacional de referencia en el sector de la alta tecnología, yo era la mujer de puesto más elevado en la parte técnica de la misma. Viví situaciones tales como que me mandaran tomar actas de las reuniones, asumiendo que era la secretaria, o que me explicaran lo que era una «micra» (1x e-6 metros), dando por hecho que no lo sabría.

Tenía que cambiar de edificio cuando quería ir al baño. Era la única mujer y los baños de señoras se habían reconvertido en cuartos de limpieza

También en este tiempo, la filial española de otra gran multinacional me ofreció un trabajo en España. El puesto era dos niveles inferiores al que yo tenía en aquel momento. Su argumento fue que no había mujeres en puestos de mi nivel en la parte técnica de la organización. Rechacé la oferta y esperé quince años antes de volver a España.

Hasta ahí, fue una mesa redonda de lo más normal.

Sin embargo, una de las preguntas finales me hizo reflexionar: «¿Qué te animó a estudiar ciencia y tecnología: que estuviera de moda y con muchas salidas profesionales o que te gustara realmente?»

Mi respuesta fue que, cuando yo empecé a estudiar Ciencias Fisicas, la tecnología todavía no estaba de moda. Ni siquiera lo estaba cuando terminé. Cuando empecé a trabajar, el email sólo se usaba en entornos de investigación. La primera vez que vi un navegador de internet fue en una reunión de trabajo. Meses después, parte de mis objetivos laborales eran «familiarizarme con internet, dedicando unas horas al día a navegar». En un grupo de investigación básica, era necesario estar al día de las últimas tendencias tecnológicas como internet. Mi bonificación dependía de esto.

Estudié ciencia porque tengo la suerte de tener un padre, maestro de escuela en las asignaturas de ciencias y matemáticas, que jugaba conmigo explicándome el número pi con la cuerda de tender, haciendo bloques de plastilina para contar en base dos o tres y usando monedas para entender la cara oculta de la luna. La ciencia para mí era un juego.

Estudié ciencia porque tengo la suerte de tener un padre que jugaba conmigo explicándome el número pi con la cuerda de tender

Todo gracias a tener un maestro excepcional: mi padre. Un hombre apasionado por la ciencia y por su profesión, que compartía su pasión tanto con hombres como con mujeres; sin hacer distinciones de género. La cara de asombro y las exclamaciones de incredulidad de todos los participantes ante mi comentario fueron increíbles.

Me di cuenta de que mi historia ya no es relevante para las nuevas generaciones de mujeres en tecnología. Muchas de nosotras, pioneras, hemos trabajado en esos entornos pero, aunque no haga muchos años de esto —y a mí me sigue pareciendo que fue ayer—, era otro universo completamente distinto. Un universo masculino en el que ¡¡se pagaba por navegar internet en horas de trabajo!!

El mundo de la tecnología se mueve muy rápido. Se abren constantemente nuevos campos que empiezan desde cero. Áreas específicas como big data, internet de las cosas o blockchain no existían hace pocos años. Aquí no hay legados. Mujeres y hombres empiezan desde el mismo punto. Los referentes, masculinos o femeninos, no existen. Los estamos creando a diario. Muchos de ellos son los propios recién llegados (y llegadas) a estas nuevas áreas.

Lo que se ha conseguido en estos últimos años ha sido mucho y, sin embargo, es insignificante comparado con lo que se sigue consiguiendo. Es una progresión aritmética, en la que todos los días tenemos la oportunidad de empezar de nuevo, sin una herencia o unas estructuras arcaicas que lastren a las mujeres. Estoy plenamente convencida de que dentro de muy poco, la proporción de mujeres en tecnología reflejará la de la sociedad. Y esto se debe, fundamentalmente, a la naturaleza tan dinámica y cambiante de entorno, que permite crear nuevas áreas y campos de conocimiento en los que empezar desde cero y con igualdad de oportunidades.

Teresa Ramos es directora de gestión de sistemas de información de IE School of Human Sciences and Technology IE University.

Fuente: El País