Te estás tomando algo delante de un escenario, eres un puntito en mitad de las miles de personas que tienes alrededor, que van allí a lo mismo que tú: a experimentar la catarsis de la música. Ese momento en que la multitud identifica al mismo tiempo los primeros acordes de la siguiente canción y cantas a la cara de desconocidos las canciones que has escuchado en casa hasta hartarte. Esta experiencia grupal, eminentemente social y festiva, es muchas veces suficiente para justificar la asistencia a un festival. Pero un evento así también puede generar cosas mucho más grandes que esto: también puede contribuir a estimular el desarrollo tecnológico de la sociedad.

Uno de los ejemplos más claros es el Burning Man, un festival que se celebra en el desierto de Nevada, en Estados Unidos. Allí, todos los años durante algo más de una semana de agosto, los 70.000 asistentes abandonan su vida diaria para crear la ciudad efímera Black Rock City, dedicada al arte, la tecnología y la vida en comunidad, donde se crean instituciones temporales para funcionar como una nueva sociedad. Nació como un movimiento hippie, pero desde finales de los noventa buena parte de los asistentes son los trabajadores de la industria tecnológica de la bahía de San Francisco, los creadores de muchas de las herramientas digitales que usamos cada día.

Por allí han pasado desde Jeff Bezos, al frente de Amazon, y Mark Zuckerberg, fundador de Facebook, hasta Larry Page y Sergey Brin, de Google. De hecho, el primer doodle del buscador fue un homenaje al festival. Hace unos años, Fred Turner, destacado historiador de las industrias digitales de EE UU, publicó una investigación en la Universidad de Stanford en la que reflejó que este festival es el soporte de procesos creativos y de cooperación que alimentan las dinámicas de trabajo, de investigación y de desarrollo que tienen lugar en el corazón de la industria tecnológica. Los altos mandos de Silicon Valley asisten al festival y aplican lo que ven y lo que viven a las dinámicas de innovación de sus empresas y a la forma de trabajar de sus empleados.

  • A la innovación por el arte

Sónar quiere trascender los escenarios y, además de las actuaciones musicales de la noche, entre el 13 y el 16 de junio celebrará durante el día Sónar +D, un congreso internacional que reúne a artistas, tecnólogos creativos, pensadores, científicos, emprendedores, makers y hackers con el objetivo de averiguar qué papel pueden cumplir los artistas en la innovación.

“Sónar nunca ha sido solo música. Nació siendo un festival que quería hablar de lo que pasa durante todo el proceso creativo hasta llegar al escenario”, explica José Luis de Vicente, comisario de Sónar +D. “Antes, pensábamos que había una persona que creaba las herramientas, otra que las utilizaba para componer y otra que implementaba modelos de negocio con ellas. Pero nos dimos cuenta de que no eran tres personas diferentes, sino la misma”. Así, hay comunidades de creadores que desarrollan software que tiene sentido para ellos, para componer y mostrar su arte. Pero estas mismas herramientas también son útiles para otros usos más allá de la creación musical y precisamente eso es lo que buscan mostrar con los proyectos que presentan.

Como en el Burning Man, el entorno de creatividad e innovación que se instala en Sónar +D influye en los procesos de trabajo y la comunidad que se reúne durante esos cuatro días permite la colaboración de equipos multidisciplinares. “En las barras del festival te puedes encontrar con un hacker, un productor y alguien que está empezando a desarrollar una herramienta de experimentación musical”, explica José Luis de Vicente. Todos ellos aportan el valor añadido de rodearte de profesionales de otros ámbitos con los que puedes compartir cosas muy distintas a las que te aportan aquellos que trabajan contigo dentro de un entorno de alta especialización.

Fuente: El País