El carbón mineral se empezó a utilizar como combustible en China hace 3.000 años y permitió el despegue de la Revolución Industrial, en Inglaterra, que se convertiría en la base de la máquina de vapor de James Watt, utilizada en los ferrocarriles y en los barcos.

Posteriormente, a finales del siglo XIX, surgieron el petróleo y el gas como fuentes energéticas y el motor de combustión interna terminó propulsando el automóvil y el avión. El siguiente paso fue en los años setenta con el impulso a las energías renovables, que permitieron no depender tanto del petróleo. Finalmente, tras la Segunda Guerra Mundial, las bombas de Hiroshima y Nagasaki permitieron desarrollar la energía nuclear.

Hoy, el consumo de petróleo y del carbón están ya cayendo, mientras que crecen el gas natural, las energías renovables y se están cerrando algunas centrales nucleares.

El segundo año más caluroso desde que mejoraron las mediciones de la temperatura hace 135 años ha sido 2017. La temperatura de la tierra se ha elevado en 1,5 grados centígrados respecto de la temperatura promedio que existía hace 100 años, haciendo que el mar haya subido, entre 15 y 20 centímetros, a escala mundial. Los niveles de dióxido de carbono en la atmósfera han superado ya las 400 partes por millón, entre 2001 y 2016. La superficie helada del océano Ártico se ha reducido, entre 1979 y 2016, en 14,52 millones de kilómetros cuadrados.

El nivel del mar ha aumentado ya 20 centímetros desde el comienzo del siglo XX debido a la expansión térmica de los océanos y al derretimiento de los glaciares, y hoy el 60% de los océanos está ya mostrando signos muy claros del impacto negativo del cambio climático.

En el Polo Norte, el hielo no es tan espeso como en el Polo Sur y su mayoría se encuentra hoy flotando en el mar. Sin embargo, el sur de Groenlandia se encuentra mucho más cerca del Ecuador y por esa razón tiene mayores probabilidades de sufrir un deshielo. Si Groenlandia, donde viven 60.000 habitantes, se derritiera en su totalidad, el nivel del mar subiría casi siete metros, lo que sería una catástrofe mundial con efectos inimaginables. Varios estudios, realizados en 1995, han pronosticado que el nivel del mar, en 2100, subiría entre 15 y 95 centímetros, lo que sería todavía más catastrófico.

El cambio climático está produciendo incendios masivos en California, pero el presidente Donald Trump niega que exista, diciendo: “He leído algo, pero no me lo creo”, y ha ordenado eliminar las restricciones de emisiones impuestas por Barack Obama.

Según datos de Yale Environment 360 (2018), el desierto del Sáhara ha crecido un 10% más desde 1920. En EE UU, el meridiano 100 Oeste, que en su momento sirvió para separar el territorio más seco del resto, se ha desplazado 140 millas al Este y los tornados se han concentrado, con gran violencia, en Alabama y Tennessee.

En Canadá y en Rusia (2018) el permafrost, que es el suelo que lleva congelado miles de años, se reducirá un 20% en 2040, aumentando mucho el nivel del mar. En Australia, las cosechas de trigo han caído un 27%. Asimismo, el aumento de las temperaturas de los océanos está destruyendo los corales, lo que afecta de forma negativa a todas las cadenas alimentarias marinas, a todos los ecosistemas y también a la pesca, que da empleo a 35 millones de personas en el mundo.

El Acuerdo de París (COP21) determina, como su objetivo fundamental, que el incremento de la temperatura se mantenga por debajo de los dos grados centígrados respecto de los niveles de la época preindustrial y que hay que desarrollar esfuerzos para poder limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados centígrados, lo que ya no es suficiente frente a lo que ya está ocurriendo realmente hoy, y además, todavía no se han tomado todas las medidas necesarias para poder cumplirlo en su totalidad. Asimismo, las contribuciones nacionales y, sobre todo, los planes de acción climática comprometidos por todos los países firmantes del Acuerdo de París de diciembre de 2015 comportan emisiones totales anuales que se encuentran por encima de los escenarios compatibles, con una limitación del calentamiento de 1,5 grados para 2100.

El aumento del nivel medio del mar para el año 2100 será 0,1 metros superior en un mundo dos grados más cálido, comparado con el escenario de 1,5. Las enormes pérdidas de hielo de las plataformas de hielo actuales se consideran ya irreversibles en Groenlandia y en todo el oeste de la Antártida en cualquiera de estos distintos supuestos.

El National Geographic Magazine (2018) ha mostrado que, si el calentamiento global lograra terminar deshelando los dos polos y los grandes picos montañosos, el nivel del mar subiría 65,8 metros, produciendo una catástrofe mundial irreversible.

Gran parte del hielo de Canadá desaparecería, creando un mar interior y muchos kilómetros de costa anegados. En EE UU, California sería la mitad de ancha, Florida casi desaparecería y parte de Carolina del Sur, la mitad de Yucatán, gran parte de Cuba y de la costa de Brasil, así como de Uruguay y de Argentina.

En España, desaparecerían parte de Huelva, Sevilla, varias ciudades del Mediterráneo y Barcelona. Gran parte de las ciudades de Londres, Bruselas, Áms­terdam, Venecia, parte de Roma, Copenhague, Estocolmo, Helsinki, Tallin, Riga, San Petersburgo, Estambul, Odesa, Bagdad, Calcuta, Bombay, Daca, Bangkok, Singapur, Yakarta, Adelaida, Melbourne y Auckland.

La segunda es la de los fondos de pensiones.

Los sistemas de pensiones se establecieron, en casi todos los países desarrollados, a principios del siglo XX, en 1919. Sólo Alemania se adelantó, 20 años, con Otto von Bismarck, introduciéndolos en 1889.

En España fue con la Ley del Retiro Obrero del Gobierno de Antonio Maura para todos los mayores de 65 años, cuando entonces la esperanza de vida al nacer era de 33 años y sólo un 33% llegaba a alcanzar los 65. Ya se habían promulgado la Ley de Accidentes del Trabajo, en 1900, con el Gobierno de Eduardo Dato, y la Ley del Instituto Nacional de Previsión, con el Gobierno de 1908, con Antonio Maura.

Hoy, un siglo más tarde, en 2019, la edad de jubilación en España sigue siendo a los 65 años cuando la esperanza de vida al nacer es hoy en España (según un informe de la OCDE, del 10 de noviembre de 2017) de 83 años, la tercera mayor del mundo después de la de Japón, con 83,9 años, seguida de la de Italia, con 83,4 años, la de Francia con 82,7 años y la de Grecia con 81,5 años; es decir, se viven más años en la Europa mediterránea que en la Europa del norte, aunque se advierte que no significa que dichas personas vivan en condiciones de salud óptimas.

En España, la Ley 27/2011 alarga la jubilación a los 67 años, pero entrando en vigor ¡en 2027!, 12 años más tarde, aunque se pueda acceder a los 65 años, sin ver penalizada la cuantía, mostrando que el poder sindical es superior al del Gobierno.

La reforma de 2013 incorporó los factores de revalorización y de sostenibilidad. El INE estima que en las próximas cuatro décadas habrá ocho millones más de personas mayores de 80 años, el 18% de la población total. Además, la Autoridad Fiscal Española (Airef) prevé que la llamada “hucha de las pensiones” se quede sin fondos este mismo año y que la deuda pública española alcance el 99% del PIB en 2018, la tercera más elevada de la eurozona; que la deuda de las comunidades autónomas alcance 292.372 millones, y la de los Ayuntamientos, 29.349 millones.

Las reformas de 2011 y 2013, introduciendo el factor de sostenibilidad, no han resuelto el problema de los que se jubilen en 2050, ya que su pensión será un 15% menor que la actual y, para entonces, las pensiones alcanzarán ya el 15% del PIB. La reforma de 2013 introdujo el índice de revalorización de las pensiones obligando a que los gastos del sistema sean iguales a sus ingresos. Es decir, muchas reformas pero pocas soluciones. Presido el Foro de Expertos del Instituto Santa Lucía, que se dedica a resaltar estos problemas tan graves y a buscar soluciones alternativas viables, incluyendo las cuentas nocionales.

Guillermo de la Dehesa es presidente honorario del Centre for Economic Policy Research (CEPR), de Londres.

Fuente: El País