Hace tiempo que los organismos internacionales alertan de un empeoramiento generalizado de la coyuntura. Comenzó el Fondo Monetario Internacional en octubre en Bali, cuando aventuró que “el clima está empezando a cambiar”. El tiempo no ha hecho más que confirmar lo motivado de sus preocupaciones. El organismo que encabeza Christine Lagarde recortó esta semana sus previsiones de crecimiento para todo el mundo, pero especialmente para la eurozona, a la que ahora pronostica para este año un alza del PIB del 1,6%. El BCE hizo algo parecido el mes pasado. Y los indicadores que llegan de grandes países como Alemania e Italia sirven de abono para el pesimismo.

Draghi jugó el jueves entre dos aguas. Por un lado, endureció su discurso. Los riesgos ya no están “equilibrados”, como decía hace semanas, sino que han crecido hasta empujar a la baja las perspectivas de crecimiento. Fue entonces cuando mencionó las persistentes incertidumbres, “sobre todo geopolíticas”, que contribuyen a deprimir los ánimos. Y aquí influyen tanto factores intraeuropeos —dudas en Italia, problemas en el sector automotriz alemán, incertidumbre sobre cómo y cuándo va a salir Reino Unido de la UE…— como globales —ralentización en China, fin de los efectos de la reforma fiscal en EE UU, tensiones comerciales, problemas en los emergentes…—.

Tras describir las amenazas que rodean a la eurozona, Draghi sacó a relucir el poderío del BCE. Frente a aquellos que creen que las políticas extraordinarias de los últimos años le han dejado sin margen de maniobra ante nuevas crisis, el italiano que aún estará nueve meses al frente de la nave quiso dejarles claro que se equivocan. Recalcó que el Eurobanco dispone de un maletín repleto de herramientas. “Tenemos muchos instrumentos y estamos preparados para usarlos o ajustarlos según la coyuntura”, dijo. Incluso deslizó un “lo que sea necesario” que recordó a aquellas palabras que pronunció en 2012, en lo más duro de las tormentas financieras que asolaban a la eurozona, y que tuvieron un efecto decisivo para asegurar la supervivencia de la unión monetaria.

Entre las herramientas a las que el BCE podría recurrir para ahuyentar los miedos, los analistas contaban con una nueva subasta de liquidez ilimitada para los bancos, como las aprobadas en 2012 y 2017. Pero Draghi, que destacó lo “útiles y eficaces” que fueron estas lluvias de dinero, rebajó las expectativas de una nueva ronda de liquidez que aliviaría a un sector financiero agobiado por la pérdida de rentabilidad.

Los tipos de interés quedan como uno de los recursos que el BCE podrá modular en función de los acontecimientos. A la vista de lo oído, todo apunta a que Draghi se despedirá del cargo en octubre sin haber elevado el precio del dinero ni una sola vez.

Comprar tiempo

Lo que Draghi hizo el jueves en Fráncfort fue comprar tiempo. Lo necesita para analizar los datos que vayan llegando de todos los rincones de la eurozona. En su reunión del próximo marzo, el Consejo de Gobierno tendrá que decidir si revisa a la baja las perspectivas de crecimiento para la unión monetaria. Lo hizo ya el pasado diciembre, y una nueva rebaja significaría que los problemas son serios. “Si todos estos factores que he mencionado persistieran, la debilidad de la economía será más larga de lo que esperamos”, resumió el jefe del BCE.

Las próximas semanas son cruciales para saber a qué nivel de dificultades se enfrenta la economía europea. Los responsables públicos rehúyen la palabra recesión, y prefieren pensar que se trata de un mero bajón que se está alargando más de lo esperado. Del riesgo de recesión habló en Davos, en una entrevista con Bloomberg, el consejero delegado del banco francés Natixis, Jean Raby. Draghi está decidido a hacer todo lo que esté en su mano para ahuyentar ese riesgo.

Fuente: El País