Entre los resultados más destacados de las cuentas de los sectores institucionales, publicadas por el INE, cabe mencionar la evolución de la tasa de ahorro de los hogares españoles. Por una parte, la cifra correspondiente al año pasado, que ya se encontraba en un mínimo histórico, se ha revisado aún más a la baja, hasta un 5,5% de la renta disponible bruta (RDB). Además, la tendencia descendente que ha presentado esta variable en los últimos años se prolongaba en la primera mitad del actual, hasta situarse en el 4,4% en el segundo trimestre.

La bajada del ahorro que se observa desde el inicio de la recuperación, resulta de un crecimiento del consumo superior al de la renta, y coincide con un aumento del empleo y una cierta mejoría de los indicadores de pobreza y condiciones de vida: ha descendido el número de hogares con carencia material, en riesgo de exclusión social o con dificultades para llegar a fin de mes, y ha aumentado la renta media por hogar –aunque sin recuperar los niveles anteriores a la crisis–. Todo esto indicaría que, más que a una merma en la capacidad de ahorro, el comportamiento de esta variable obedece al efecto del denominado “consumo embalsado”, es decir, a la satisfacción de necesidades de gasto acumuladas durante la recesión. Al menos hasta 2017, ya que en la actualidad puede que este efecto haya desaparecido. Ello se une a una apreciación más optimista de la situación económica general, que se refleja en el relativamente elevado nivel del índice de confianza del consumidor en comparación con los años de la crisis, así como en el efecto riqueza derivado del aumento del precio de la vivienda.

El superávit que tenían los españoles desde 2009, ya se ha convertido en ligero déficit en 2017

El ahorro de los hogares está en mínimos

Cuestión diferente son los motivos del descenso de la tasa de ahorro entre 2009 y 2013, cuando la renta, el consumo y el empleo sufrieron una aguda contracción, y los indicadores de pobreza y condiciones de vida registraron un importante deterioro. Aquí sí desempeñó un papel protagonista la reducción de la capacidad de ahorro del hogar medio por la caída de sus ingresos. Además, pese a la mejora habida desde 2014, la capacidad de ahorro aún es inferior a 2008, sobre todo entre los nuevos ocupados.

Otro de los grandes motivos de la evolución negativa del ahorro en los últimos años se encuentra en el reducido nivel de los tipos de interés, que lo desanima, al tiempo que estimula el endeudamiento. La consecuencia es un crecimiento intenso del crédito al consumo, aunque el volumen total de deuda de los hogares todavía está disminuyendo debido a la reducción de la destinada a la adquisición de vivienda.

El ahorro de los hogares está en mínimos

No obstante, esto último pronto podría cambiar. El descenso del ahorro, unido al aumento de la inversión realizada por las familias (básicamente en vivienda), ha dado lugar a que el superávit financiero que estas presentaban desde 2009 se haya convertido en un ligero déficit en 2017, que se ha ampliado de forma acusada hasta el 1,1% del PIB en el segundo trimestre de este año. Esta circunstancia supone un hito en la evolución del actual ciclo económico. Si la tasa de ahorro sigue descendiendo, el endeudamiento de las familias, inevitablemente, volverá a aumentar.

Esto no es preocupante por el momento, ya que los tipos de interés son muy reducidos y es improbable que retornen a niveles del pasado, y además el sobreendeudamiento se ha corregido y la carga de la deuda en relación a la renta es baja. Pero a la larga puede acabar convirtiéndose otra vez en un desequilibrio que conduzca a un abrupto ajuste económico. En cualquier caso, lo deseable sería que los hogares mantuvieran un excedente financiero, contribuyendo con ello al mantenimiento del equilibrio exterior del país y a la reducción de nuestro endeudamiento externo, pese a que eso suponga un menor crecimiento del consumo y, por tanto, del PIB. Lo mismo se puede decir de las Administraciones Públicas, que también presentan un abultado déficit financiero. No parece muy sano que la sostenibilidad exterior dependa exclusivamente de las empresas, que son las únicas que ahora mismo se encuentran en superávit.

María Jesús Fernández es economista sénior de Funcas.

Fuente: El País