Los niños israelíes judíos y de origen palestino replican entre ellos la animadversión que observan en los mayores, pero en realidad tienen más en común de lo que creen. ¿Cómo demostrárselo? El desarrollador de software Tsahi Liberman, de 42 años y afincado en Haifa, creó junto a un grupo de colegas un videojuego para lograr unir a niños de ambas comunidades… y funcionó.

Luego lo probaron con niños de otras zonas azotadas por la guerra, como Georgia o Siria… y también funcionó. A la ONU le llamó la atención el proyecto y le otorgó el Premio a la Innovación Intercultural. el año pasado.

“Creamos una versión de Minecraft con una serie de misiones que tenían que completar de forma colaborativa. Para progresar había que chatear con el resto de jugadores conectados”, explica Liberman antes de dar una conferencia en el ISDI de Madrid. La gracia está en que el programa traducía automáticamente del hebreo al árabe y al revés, de forma que los pequeños siempre creían que estaban hablando con gente de su comunidad.

Pasadas las nueve semanas que duraba el juego, se reunía a los niños en una escuela para que se conocieran. Entonces se produce la secuencia sorpresa-recelo-amistad: los compañeros con los que habían pasado tantas horas resultaban no coincidir con sus estereotipos. “Este juego permite que los niños se den cuenta de que son iguales: tienen las mismas inquietudes, los mismos hábitos y comparten muchos problemas”, señala Liberman, que se muestra especialmente orgulloso de que Play2talk (así se llama el videojuego) haya originado amistades aparentemente imposibles que todavía hoy perduran.

Games for Peace, el colectivo integrado por Liberman y sus colegas, está extendiendo sus juegos por todo Oriente Próximo. Él no esconde su predilección por atraer a los niños más pequeños (por debajo de los 10 años). “Lo más difícil a estas edades es captar su atención; si lo logras, puedes hacer grandes cosas”, señala. Como por ejemplo, tratar de solucionar el conflicto arabe-israelí.

El militar pacifista

Como todo ingeniero israelí con pedigrí, Liberman trabajó para el Ejército, “aunque nunca pegué un tiro”. Dedica su trabajo a la paz, pero conserva reflejos: al entrar en la sala pregunta si una bolsa que hay en el suelo es nuestra. Tras contestarle que sí, se relaja: “Así es el día a día en Israel”.

Fuente: El País