El subdesarrollo de la democracia en América Latina favorece la eclosión de especies autóctonas sólo perseguidas en los países con división de poderes y rendición de cuentas. No es el caso de Venezuela, donde el poder Ejecutivo es omnímodo y muy tolerante con las inmoralidades de sus leales, entre ellos el gobernador del Estado de Carabobo, Rafael Lacava.

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El cargo chavista pertenecía a la especie de políticos populistas hasta que este periódico reveló que también frecuenta el hábitat de la corrupción. En un Estado de derecho sería inocente hasta no quedar demostrada su culpabilidad, pero, lamentablemente, invertir la carga de la prueba se supone garantía de éxito en buena parte de Latinoamérica. Nicolás Maduro no ha reaccionado a la denuncia porque la documentación aportada por EL PAÍS difícilmente puede ser rebatida. Establece que Lacava manejó una cuenta en la Banca Privada d’Andorra (BPA), utilizó testaferros y camufló dinero de comisiones. Descubierto, el patriota de Carabobo reaccionó con la demagogia al uso: “¡Falso!, ¡Viva Venezuela!, ¡Venceremos!”.

El electorado latinoamericano es benevolente con la deshonestidad de sus administradores porque la suponen incorporada al ejercicio de cargo: una encuesta de Gallup, de 2014, encontró que el 75% de los venezolanos está convencido de que la corrupción es generalizada en todo el Gobierno.

El oportunismo político y los registros bancarios sobre fondos mal habidos acompañan al economista que capitanea el tercer Estado más poblado de Venezuela con 2,2 millones de habitantes. Primero fue alcalde de un municipio de 200.000 habitantes donde se encuentra el puerto más importante del país. A través de la BPA, el bolivariano intentó mover en 2009 los honorarios cobrados de una empresa por supuestos servicios de intermediación para la construcción de una refinería.

Lacava no es un rara avis. Los gobernadores sospechosamente enriquecidos proliferan en América Latina, pero las instituciones encargadas de controlar la probidad de los servidores públicos son más fuertes, y la prensa, más libre, en las naciones con sistema federal como México, Brasil y Argentina. El desgobierno, la crisis política y social, y el irredento saqueo del maná petrolero ahogan a Venezuela, donde la corrupción es galopante, según los índices tabulados en el último informe de Transparencia Internacional (TI).

Nueva Zelanda y Dinamarca son los países más limpios, y Venezuela, el latinoamericano más sucio, situándose en el puesto 169 con Irak; Uruguay mejora hasta subir a la casilla 23 de un total de 180 naciones. Somalia es el farolillo rojo.

El gobernador podrá seguir patrullando Carabobo con su bananero carro de Drácula contra la delincuencia, llegar en burro a un estudio de televisión, disfrazarse de mendigo y superarse en ramplonería. Nada tiene que temer de la justicia, ni de su partido, el gubernamental Socialista Unido de Venezuela (PSUV). No le ocurrirá como al exvicepresidente uruguayo Raúl Sendic, obligado a renunciar por su partido al demostrarse que utilizó la tarjeta corporativa de la petrolera estatal para gastos personales.

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Fuente: El País