Desde que abrió en 2013 de manera discreta, Nakeima es la máxima expresión del gamberrismo llevado a la cocina. Para empezar hay que armarse de paciencia y hacer cola en la puerta –dependiendo de los días pueden ser hasta más de dos horas– para conseguir uno de sus cotizados asientos. Solo hay 20 taburetes, repartidos entre una barra, en la que se preparan todos los platos de influencia asiático-ibérica, y tres mesas, en una sala apenas iluminada, más parecida a un bar de copas que a un restaurante.

Para recrear ese ambiente canalla, la música no deja de sonar (la lista musical la comparten en Spotify) y los camareros y cocineros, con experiencia en cocinas como DiverXO o Nikkei 225, visten de oscuro. Pero lo que aquí de verdad importa es la cocina y la cercanía. A lo largo de todo el menú se interactúa tanto con el personal como con el resto de los comensales en barra. Aunque parece que todo se improvisa, la verdad es que todo está medido y calculado. El comensal lo único que tiene que hacer es dejarse llevar, y a no ser que alguien advierta de alguna intolerancia o algún alimento que le produzca rechazo, nadie sabe lo que le van a servir. Una vez ordenada la bebida, comienza el desfile de platos, que se interrumpe cuando desee el cliente.

Los platos van cambiando según el día y la temporada. Siempre hay algún guiño a la estación. En primavera-verano hay platos refrescantes como alguna ensalada, y ahora en invierno no falta el ramen caliente o una increíble crema de almendras con pollo. Uno de los platos para recordar en la memoria es el pilpil euskoreano (8,20 euros), que se traduce en ñoqui de arroz, calamar crudo con kimchi coreano y pilpil de gelatina de rape. El repertorio va de los nigiris de gamba al ajillo (3,10 euros) o de ibérico (3 euros), al cóctel de gambas (8 euros), al bao de cochinita pibil (3,80 euros), al temaki de atún (7,20 euros) o a la tarta al whisky (3,50 euros).

Nakeima: calle Meléndez Valdés, 54. Madrid.

Fuente: El País