Los buenos datos de llegada de turistas del pasado mes de junio, que más que duplicaron las de igual mes del año anterior y recompusieron al alza la tendencia en el primer semestre tras la caída de mayo, presentan el peligro de ser interpretados a la ligera. Las autoridades los recibieron casi con euforia, entre otras razones porque las empresas hoteleras vienen lanzando advertencias que prevén una seria desaceleración de la actividad en la temporada alta. Sin embargo, los buenos datos de junio no deben ocultar las serias señales de alerta que, más allá de los cálculos del sector, está emitiendo la actividad.

La primera, la fuerte caída de llegadas de viajeros británicos, superior al 5%, que muestra cómo el Brexit va impactando ya de manera clara en las opciones vacacionales que adoptan los habitantes de Reino Unido, nuestro principal emisor con diferencia, muy por encima de Alemania y Francia. Solo el buen comportamiento precisamente de estos dos destinos ha amortiguado el impacto negativo del bajón de los británicos. O mucho nos equivocamos, o los meses de julio y agosto van a reflejar esa cuesta abajo de viajeros del Reino Unido, sin la seguridad de que los otros dos grandes países emisores vayan a compensarla.

Y es que julio ya ha dado la primera señal de alarma sobre el previsible fin de la larga racha de récords que año tras año se viene apuntando el primer sector del PIB español. En medio de un tráfico creciente, en el que los aeropuertos españoles registraron un 5,2% más de pasajeros en los siete primeros meses del año y del 3,4% en julio, en el que Madrid-Barajas anotó el mejor registro mensual de toda su historia con 5,94 millones de pasajeros, resulta que los aeropuertos canarios, eminentemente turísticos, profundizaron la caída de vuelos internacionales en casi un 9%, tanto en pasajeros como en operaciones. Un comportamiento este que se debe a la recuperación de destinos competidores en el mercado de sol y playa, como Turquía y Túnez, que cada vez se llevan más de los viajeros prestados a las islas afortunadas cuando su incertidumbre geopolítica jugaba a favor de España, pero que también sugiere una oportunidad perdida.

Las serias advertencias que dan las cifras no deben caer en saco roto, ni para la Administración ni para el sector privado. El parón político tampoco sirve como disculpa ante la obligación urgente de realizar una evaluación objetiva que desemboque en soluciones a un problema que se acrecienta a ojos vista. Y con el agravante de no haber aprovechado los largos años de las vacas gordas.

Fuente: Cinco Días