Es mediodía y el sol está en el cénit en la Sierra de Santana. En esta región semiárida del Estado brasileño de Río Grande do Norte, el calor asciende desde el suelo. No hay verde, excepto por algunos cactus que brotan sin orden. La naturaleza aquí es cruel. Pero aunque falte la lluvia, el viento sopla en abundancia. Es por eso que en poco tiempo el paisaje ha cambiado de forma radical: los habitantes de la zona han visto levantarse en poco tiempo grandes molinos como edificios de 26 pisos de altura.

Al criador de ganado Marcelo Assunção, de 27 años, le mostraron un día un vídeo para explicarle cómo funcionaban en España aquellas máquinas que él no había visto nunca. «Cuando llegaron, en 2016, y las instalaron, nos asustamos un poco con el ruido», confiesa. Ahora comparte con otros 17 propietarios 15 de esos molinos de viento gigantescos. Recibe algo más de 2.000 reales (unos 500 euros) al mes y puede mantener sus 20 cabezas de ganado pastando bajo los aerogeneadores. «Ocupan poco espacio, o sea que tampoco hay tanta diferencia. Y con este dinero extra pudimos construir un pozo que nos ayuda en la época de sequía», cuenta Assunção. Sus fincas forman parte de un complejo de ocho parques eólicos, con 117 generadores en total, instalados en cuatro municipios vecinos de la zona por la compañía española Iberdrola.

El noreste, donde se encuentra Río Grande do Norte, es una de las regiones más pobres de Brasil. Pero los especialistas apuntan que sus vientos son de los mejores del mundo para aprovecharlos en la generación de energía. Son fuertes, constantes y unidireccionales. De esa forma, los molinos no necesitan cambiar todo el tempo de dirección para buscar los vientos más adecuados. «Es un viento muy especial, un recurso incomparable que permite una productividad más alta a un coste menor», explica Elbia Gannoum, presidenta de la Asociación Brasileña de Energía Eólica. Gannoum lo ejemplifica con cifras: mientras en Europa la productividad del viento es del 28%, en el nordeste brasileño supera el 50% en la época conocida como ‘zafra de los vientos’, entre julio y noviembre.

Por eso en el noreste se están concentrando los esfuerzos de Brasil por superar su retraso en el desarrollo de energías renovables. Con otros recursos energéticos disponibles, como el petróleo o la producción hidroeléctrica, el país no se incorporó hasta 2009 a la carrera por el desarrollo de la eólica. Aunque es el quinto país del mundo en superficie, solo ocupa el octavo lugar en producción de energía a partir del viento, pese a sus inmensas posibilidades. La aspiración ahora es subir hasta el sexto puesto, tras haber adjudicado 213 parques para construir hasta 2023. En la actualidad el país cuenta con 518. «En términos de futuro, Brasil aún tiene un enorme potencial y dará ejemplo a otros países», asegura Marco Aurélio dos Santos, coordinador de Programa de Planificación Energética de la Universidad Federal de Rio de Janeiro. Pero las autoridades del país aún tienen tareas pendientes, como garantizar la conexión de los parques a la red eléctrica. Por la falta de esa conexión, algunos complejos de aerogeneradores han llegado a estar años parados.

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En el noreste, donde están ocho de cada diez parques eólicos brasileños, Iberdrola cuenta con 11 y proyecta otros nueve en los próximos cuatro años. Allí concentra sus esfuerzos Neoenergia, la firma controlada por la empresa española que es ya el primer distribuidor privado de energía en el país. Tras su expansión por Europa y Estados Unidos, Brasil se erige ahora ahora uno de los grandes objetivos de Iberdrola. El año pasado, unió todos los negocios que controla en el país bajo la marca Neoenergia. En un momento en que la incertidumbre política en Brasil, con elecciones en octubre de pronóstico incierto, mantiene estancada la inversión extranjera, la compañía española ha acaparado grandes titulares en la prensa del país con su promesa de invertir 15.000 millones de reales (3.500 millones de euros) en los próximos cuatro años. Su objetivo, triplicar en este plazo unos beneficios declarados en 2017 de 406 millones de reales (unos 100 millones de euros). «El compromiso de inversión es enorme y la apuesta por Brasil es clara, histórica y consistente», dice el presidente de la compañía, Ignacio Sánchez Galán.

El laboratorio de Fernando de Noronha

Fernando de Noronha es uno de los grandes paraísos de Brasil. Hogar de tortugas verdes, delfines y de las mayores colonias reproductivas de aves marinas del Atlántico Sur Tropical. Este archipiélago situado frente a la costa nordeste del país, con playas extraordinarias, es también un destino muy cotizado para el turismo. Y por eso encierra una paradoja: aunque se trata de una zona con estrictas medidas de protección ambiental, es también un importante foco de contaminación por el trasiego de aviones desde el continente y la producción de energía eléctrica, muy dependiente del diésel.

Con el objetivo de reducir a la mitad sus emisiones, Iberdrola, en colaboración con las autoridades, ha elegido el lugar como lo que llama su laboratorio de energías alternativas en Brasil. Ha construido ya dos centrales solares y experimenta con fórmulas nuevas, como obtener energía a partir de la basura y, de paso, resolver otro problema de las islas, que tiene que mandar al continente todos los recursos que genera.

Fuente: El País