“Los excesos de deuda precisan de dilatados periodos para su reabsorción. (…) Por ello nos continúan afectando las turbulencias políticas o económicas que han emergido estos últimos años, y que se han traducido en inestabilidad en los mercados financieros. Y proseguirán haciéndolo hasta que los niveles de deuda se hayan reconducido a valores menos alarmantes”. Este es el diagnóstico de lo que le espera a la economía española en los próximos años, en la próxima crisis, que hace Josep Oliver Alonso, catedrático de Economía Aplicada de la Autónoma de Barcelona, en su reciente libro La crisis económica en España (Editorial RBA).

Una obra precisa y concisa sobre cómo se engordó la deuda española que está en el origen de todo, cómo se cebó la tormenta con España, cómo ha logrado que su economía saque la cabeza (pero de momento solo la cabeza) por encima del lodo, cómo de vulnerable es a nuevas crecidas de las aguas, y qué modestas cosas habría que hacer para no volver a las andadas.

Recomendado para quienes, políticos, banqueros y ciudadanos en general, creen que la culpa de lo que ha ocurrido fue del chachachá y la mala suerte y que nosotros fuimos inocentes corderos arrastrados al sacrificio de la recesión. Y obligado para quienes creen que estamos ya a salvo de toda contingencia porque hemos encadenado unos añitos de crecimiento sano, y quieren deliberadamente desconocer que la economía sigue cogidita con alfileres y más expuesta que ninguna otra por estos pagos de la globalización a los efectos disolventes de los tornados financieros.

Oliver recuerda que la profundidad de la crisis en la que España quedó atrapada en 2008 no tiene parangón en la economía posautarquía (destruyó el 18,4% del empleo, cuando la doble crisis del petróleo solo destruyó el 14,3% y la de los noventa, el 6,7%), como tampoco lo tiene la falta de herramientas para afrontarla (sin pesetas y con un euro institucional y financieramente a medio cocer), y casi solos en medio del océano, con el más alto nivel de integración financiera conocido y en el que unos desconocidos de fuera eran los acreedores que podían darnos o quitarnos hasta el aire que respirábamos.

“Aunque creo que esta­mos mejor integrados en la moneda única y con la disciplina que ello exige, tengo que admitir que nos equivocamos con el euro, que fue un espejismo que nos hizo creer que tendríamos financiación ilimitada e ilimitadamente barata, y nos comportamos como inversores famélicos tras años y años de tipos de interés muy elevados”, asegura ­Oliver en la presentación de su libro.

Con crecimientos del crédito de en torno al 20% anual en los primeros años del siglo, financiaba España una inversión del 31% de su PIB, consumiendo recursos que prestaba el mercado financiero global, sobre todo el europeo, y que llevó a la deuda española por encima del 240% de su PIB, y con un 100% de deuda externa neta. Una deuda que, aunque ha reducido en parte el sector privado, se ha trasvasado al público y que hay que refinanciar cada año para mantener la maquinaria en marcha. Y una deuda que se resiste a reducirse, porque su absorción, como las resacas tras pantagruélicas borracheras, es muy larga, muy pesada y muy dolorosa.

España ha aguantado el tipo por sus decididas reformas y por los vientos que empujan la popa del crecimiento, pero también por las decisiones del BCE de echar millones y millones de euros a la banca y al mercado de deuda para frenar la recesión, como los ingenieros ucranianos echaron toneladas y toneladas de cemento sobre Chernóbil para tapar la radiación.

“En el principio fue la deu­da”, tal como dice Oliver en el subtítulo de la obra; pero diez años después, la deuda sigue ahí. Y hay que refinanciarla, y hacerlo aunque suban los tipos de interés. Pero solo habrá solución si la reforma de la Unión Monetaria Europea, cuya continuidad ha sido asumida por Alemania, prosigue hasta disponer de una arquitectura financiera institucional en Europa que contribuya a ello; pero “Europa tiene hoy un capital político más débil que hace diez años para ejecutarlo, porque el populismo no está conjurado, y es hijo de los errores de la construcción del pro­yecto”, a juicio de Oliver.

En paralelo, los socios del proyecto tienen que comprometerse a la disciplina que pide la Unión Monetaria, y, tal como sentencia el libro, “ello exige, guste o no, una economía más germanizada, más calvinista, con mayor ahorro y menos inversión en construcción, (…) mejorando la productividad (…) y la capacidad competitiva. Este es el futuro deseable para la próxima década. ¿Será posible? Habrá que esperar”.

Fuente: El País