Esperamos mucho del BCE: que hoy lance un ambicioso paquete de estímulos para prevenir y contrarrestar una recesión. Lo prometió Mario Draghi el 18 de junio en Sintra. “No nos faltan herramientas disponibles para reaccionar”, aseguró, como “recortes adicionales de los tipos de interés” y la vuelta al programa de compra de bonos porque “todavía tiene un considerable margen de maniobra”.

MÁS INFORMACIÓN

Pero “contrarrestar la preocupación” de que “carece de instrumentos” —como decidió el consejo de julio— será titánico. Técnicamente difícil, cuando el tipo de interés básico es cero y el balance del banco ha engordado 2,5 billones de euros con la compra de deuda pública (y algo de privada).
Para más inri, cada medida puede albergar efectos colaterales negativos, y concita enemigos. El retorno a la compra de deuda puede producir discriminaciones. Pero sobre todo moviliza en contra a los halcones austeritarios. El gobernador alemán Jens Weidmann cuestiona “si son necesarias”, esa y otras medidas. El holandés Klaas Knot sostiene que “no hay necesidad” porque no hay riesgo de deflación, y además conviene “mantener algo de pólvora seca para futuras contingencias”.
Además, habrá que vencer los obstáculos técnicos, pues se ha copado el mercado. Queda poca deuda por comprar de algunos Estados miembros de la eurozona, como Alemania, y para hacerlo habría que remover el tope normativo que impide adquirir más del 33% de una emisión o de un emisor; y/o la clave de reparto que distribuye las compras según la cuota de cada banco central en el del BCE. O incrementar la compra de deuda corporativa privada, algo controvertido.

La reticencia a una bajada ulterior de tipos viene de la banca, que considera más difícil su intermediación (cargar sobre un interés positivo es explicable; sobre un tipo cero es más arduo): más si son negativos. Hay soluciones paliativas, como excluir una porción de los excesos de depósitos de un banco en el BCE del tipo negativo; o subvencionar líneas de crédito.

Más allá de la presión bancaria figuran las dudas de los economistas sobre los tipos negativos. Larry Summers, ex secretario del Tesoro de EE UU las sintetizó en Jackson Hole: desincentivarían la concesión de préstamos bancarios; generarían riesgos para la estabilidad financiera; exacerbarían el ahorro doméstico; beneficiarían a empresas improductivas. O contribuirían a “japonesizar” la eurozona, temen otros. Factible, pero ¿es todo eso peor que una recesión?

También esperamos que el BCE reformule el objetivo de inflación, actualmente de “por debajo, pero cerca, del 2%” y lo deje en un simple “2%”, como la Fed. Porque “debajo” lleva un sesgo asimétrico, restrictivo y deflacionista. Ya Draghi defendió la “simetría” en Sintra. Eso implica “actuar con la misma determinación”, tanto si la inflación “se sitúa persistentemente por encima como si se sitúa por debajo del 2%”, precisó el gobernador español Pablo Hernández de Cos en La Granda, el 31 de agosto. A los halcones solo les inquieta la mayor inflación. A las palomas, también la deflación.

Fuente: El País