Cuando se viven tiempos de confusión es bueno intentar despejar el desorden visualizando lo que nos sucede. Emplear, por tanto, la imaginación para levantar un escenario que de alguna manera, aunque sea toscamente, nos ayude a poner delante de nuestros ojos lo que no vemos por ser ruido que nos envuelve y aturde.

Y en este tiempo estamos pasando una situación de extrema confusión porque vivimos en un mundo que se desquicia revolucionado por otro que se hace sentir como invasor: le damos el nombre de mundo digital. 

La atención se ha perforado y se derrama incontenible; y la información se ha pulverizado por el impacto.

Así que, aunque nos perturbe esta imagen, podríamos escenificar la alteración que vivimos en un choque sideral de dos mundos, y de este modo recrear ese hipotético cataclismo sucedido cuando la Tierra primigenia chocó con otro planeta, del tamaño de Marte, al que llamamos Tea.

Uno de los dos mundos que chocan está hecho de lugares, y entre ellos se transportan sin cesar objetos, personas, información… Agitación irrefrenable que consume el tiempo. Es una civilización la de este mundo que se ha rematado en la sociedad industrial como modelo supremo. El otro mundo no tiene lugares, ni distancias que recorrer, ni tiempo que invertir para ir o para transportar algo de un lugar a otro. No le llamamos Tea, pero sí Red, un mundo en red, un mundo digital… Y los dos mundos han colisionado.

Y los efectos de esta colisión los estamos sintiendo, aunque sumidos en la confusión. Hay dos efectos, entre otros muchos, ya bien evidentes y trastornadores: la atención se ha perforado y se derrama incontenible; y la información se ha pulverizado por el impacto.

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La atención es un ejercicio de contención, de confinamiento, pues por naturaleza tendemos a distraernos. La evolución nos ha preparado para no estar en exceso absortos en una tarea y de esa manera poder percibir cualquier otra señal amenazante del entorno y reaccionar a tiempo. Supervivencia. Durante la mayor parte de nuestra existencia humana hemos vivido a la intemperie, así que nuestro cerebro no podía centrarse durante mucho tiempo en algo y la atención se interrumpía ante cualquier otra señal que le llegara. 

Por eso, en un entorno actual repleto de señales la atención desfallece, ya que el humano está preparado para que el entorno no le resulte ajeno, por mucha atracción que sienta por una sola actividad. Y en esta zozobra estamos hoy. En esta imposibilidad de seguir, si no se dan profundas transformaciones, con nuestra forma de vida sometida ahora a la alienación irresistible de este nuevo entorno.

A la vez, como consecuencia de este impacto, la información se ha pulverizado. Incontables pequeños fragmentos han formado una nube que envuelve el planeta. Pero nuestro cerebro necesita que se le ayude a crear orden, coherencia, para que el mundo que percibe resulte consistente, así que reclama algo menos volátil, es decir, la necesidad de la cohesión que da un discurso, el orden de un relato, la claridad de una narración. Habrá entonces que disipar esta nube envolvente con nuevas formas de narrar, de discurrir, de comunicarnos en general.

En un entorno actual repleto de señales la atención desfallece, ya que el humano está preparado para que el entorno no le resulte ajeno

Hoy, sin embargo, las partículas de este polvo penetran, como la humedad, por todos los intersticios del mundo agrietado por el impacto, y lo resquebraja aún más y de manera acelerada. Y es que no será posible pensar que el mundo que hasta ahora conocemos y habitamos resistirá inconmovible el fenomenal choque contra el digital. Como al comienzo de cualquier catástrofe, no se espera que traiga tantas consecuencias, y se piensa que será algo pasajero o asumible. Es la reacción de cerrar los ojos para evitarlo. De ahí que haya la interpretación de que el modelo de vida seguirá siendo, incluso mejorado y potenciado, el de la sociedad industrial, ya que esto se asume mejor que prepararse para un cambio radical.

No olvidemos que del cataclismo del choque de los dos planetas brotaron las condiciones que dieron a la Tierra una estabilidad, ritmos y otros factores favorables para que prendiera la vida tal como ha llegado hasta hoy, y nosotros entre ella.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

Fuente: El País