El espíritu del biohacking viene cultivándose desde 2004 en competiciones como la iGem, organizada por el Massachusetts Institute of Technology (MIT), en la que estudiantes de biología crean organismos a partir de tramos de ADN estandarizados llamados BioBricks (ladrillos bio). Con plena libertad para crear, los estudiantes han logrado resultados asombrosos en más de una ocasión. Como informó el semanario The Economist, el equipo de la Universidad Nacional de Taiwán Yang-Ming llegó a desarrollar en iGem una bacteria capaz de hacer el trabajo de un riñón deficiente.

Igual que ocurrió con el colectivo maker y sus impresiones en tres dimensiones, los biohackers están empezando a reunirse en laboratorios amateur compartidos en las principales ciudades de Europa y EE UU. Open Wetlab en Amsterdam, Biocurious en California, Genspace en Nueva York y La Paillasse en París figuran entre los más conocidos. Con el mismo afán de democratizar el acceso a la investigación, en Madrid funciona el colectivo OpenLab y en Barcelona el DIYBIO.

OpenLab Madrid fue iniciado por un grupo de estudiantes de biología con interés por la electrónica. “Queríamos experimentar con los fundamentos teóricos que nos enseñaban en clase, como [Mark] Zuckerberg cuando pensó en aplicar los conocimientos de su carrera para hacer una red social; el problema es que hacer código es barato, pero los equipos que necesitan los biológos para cacharrear son muy caros, así que empezamos a montarlos por nuestra cuenta”, contó Francisco Quero, uno de sus fundadores.

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Como sabían de electrónica, empezaron a circular por facultades universitarias pidiendo equipos obsoletos y estropeados para repararlos o reciclar las piezas con el objetivo de armar un laboratorio propio. La asociación con MediaLab Prado les sirvió para abrir a más biólogos la posibilidad de experimentar sin recursos financieros. El primer paso ha sido enseñarles las buenas prácticas de la investigación. El segundo, si las instituciones lo permiten, será abrir el laboratorio que ya tienen armado en MediaLab.

“Hasta ahora no hemos trabajado con organismos vivos por dos razones. La primera es que queremos estar seguros de que todo es suficientemente seguro; y la segunda, que tanto en MediaLab como en la sociedad en general, el desconocimiento de la biología hace que muchas personas piensen que es peligrosa, pero estamos trabajando en ellos, es cuestión de tiempo que venzamos la reticencia”, explicó Quero.

Queremos que en el futuro tengas en casa una plataforma que te permita generar materiales y productos biológicos a partir de bacterias

Víctor de Lorenzo, investigador del Centro Nacional de Biotecnologia del CSIC

Igual que ocurre con el colectivo Maker, Quero habla de diseños abiertos y de colaboración a través de internet con miembros del movimiento DIYbio en todo el mundo. En la página web de OpenLab Madrid ya publicaron una centrifugadora hecha a partir de viejas disqueteras de ordenador. La pensaron en colaboración con gente de otros países y publicaron los detalles del diseño “para que cualquiera pueda fabricar estos equipos en su casa”.

Según Víctor de Lorenzo, investigador del Centro Nacional de Biotecnología del CSIC, una de las mayores promesas del DIYbio es lo que llama la producción en el sitio de necesidad: «Hasta ahora, las grandes farmacéuticas fabrican un medicamento, lo guardan en algún lugar y van vendiéndolo a sus clientes; la idea del DIYbio, que coincide con el marco conceptual de la cuarta revolución industrial, es que de la misma manera en que tú tienes un ordenador en casa y cuando necesitas información la sacas de ahí, en el futuro tengas en casa una plataforma que te permita generar materiales y productos biológicos a partir de bacterias sin necesidad de acudir a una empresa externa que los haga».

Los amantes de las teorías de la conspiración estarán pensando en este momento que las multinacionales no van a permitir que algo así ocurra. Pero es que el biohacking podría ser revolucionario incluso sin perjudicar sus intereses. Como dice De Lorenzo, el DIYbio abre la posibilidad de que los ciudadanos desarrollen investigaciones que al mundo académico, vinculado al industrial y a la búsqueda de beneficios económicos, no le interesan. «Hay un montón de dinero para desarrollar medicamentos que combaten enfermedades comunes, pero hay muy poco para hacer resistentes a las pestes muchos productos agrícolas en África, o para tratar enfermedades raras en países pobres, por ejemplo».

Fuente: El País