Consciente de que el universo no tiene más remedio que enfriarse cada vez más hasta llegar a su “muerte térmica”, Isaac Asimov inventó unos personajes del futuro que le preguntaban al mayor computador de su época la pregunta del millón: “¿Cómo se puede revertir el aumento de la entropía cósmica?”. El superordenador se dedica de lleno a la tarea durante miles de millones de años y, mucho después de que la especie humana haya desaparecido, encuentra la solución y dice: “Hágase la luz”. Es un relato clásico de la ciencia ficción.

En la vida real, los expertos de The Economist le acaban de pedir al último grito de los sistemas de inteligencia artificial que escriba un artículo de ciencia para la revista. Y la máquina va y dice: “Un tema obligado de los científicos de la computación más voluminosos ha mostrado que el coste de transportar las ondas sonoras hasta la parte trasera del Sol es la mejor forma de crear un conjunto de imágenes del tipo de los que se pueden resolver”. Genial, ¿no es cierto? Parece tratar de asuntos científicos, y hasta suena estilísticamente como un artículo de The Economist. El problema, desde luego, es que no dice más que tonterías. El experimento es interesante por varias razones.

Para empezar, nos permite una nueva interpretación del relato de Asimov. La narración acaba con el “hágase la luz”, pero no sabemos realmente si la luz se hizo. Es posible que el computador de Asimov nos la colara, como el de The Economist, y que su “hágase la luz” no fuera más que una frase absurda (como de hecho sospechamos muchos).

Segundo, y en otra vuelta de tuerca, es posible que ambos ordenadores estén en lo cierto y hayan hallado soluciones reales a los problemas que se les han planteado, y lo que ocurra simplemente es que no las entendamos. Tal vez el volumen de un científico de la computación sea un factor relevante para mandar ondas sonoras al trasero del Sol, cualquier cosa que sea eso, y lo que pasa es que los humanos somos tan zotes que, ni aun así, seamos capaces de crear un conjunto de imágenes del tipo que se puede resolver.

Tercero, y más preocupante, hace ya 15 o 20 años que los científicos de IBM diseñaron una máquina, llamada Brutus, que escribía una literatura bastante decente, a veces realmente difícil de distinguir de la de un novelista humano. A ver si aquello tampoco tenía el menor sentido pero, al ser literatura, nos daba igual que no lo tuviera.

Y, cuarto y principal, yo no perderé mi trabajo de inmediato. Los lectores tendrán que apañarse de momento con un columnista de carne.

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Fuente: El País