El ritmo de crecimiento de la economía española pierde fuelle, poniendo en riesgo la recuperación de la producción y el empleo. Entre las causas destaca la debilidad del modelo productivo tras cinco años sin reformas estructurales que no pueden afrontarse más que con visión de largo plazo y consenso; algo utópico con la división de fuerzas en el Parlamento y las imposiciones de los partidos que apoyaron la investidura del débil Gobierno actual. Otras causas provienen del exterior. De un lado, los vientos que impulsaban nuestro crecimiento empiezan a ser galernas en contra. El crecimiento en los países de la UE, que absorbe dos terceras partes de nuestras exportaciones, se ralentiza como en los países emergentes. La evolución del petróleo y del euro son difíciles de prever. Además, la fase de bajos tipos se acaba por la normalización de la política monetaria del Banco Central Europeo.

El débil crecimiento en la Unión Europea no es ajeno a su crisis política y de identidad. La fractura entre sus miembros, reflejados en el Brexit o en las posiciones antieuropeas de Gobiernos populistas y extremistas, tiene un coste en términos económicos. La inacabada Unión Monetaria, la convergencia en política presupuestaria, una más decidida política de energía y clima, un esfuerzo adicional en innovación y digitalización o unas políticas migratorias y de defensa comunes son asignaturas pendientes para que la UE mantenga su influencia. En el lado positivo, el Brexit y el antieuropeísmo del Gobierno italiano ofrecen a España la oportunidad de liderar, junto a Berlín y París, la construcción de Europa.

La guerra comercial entre EE UU y China supone una seria amenaza para nuestra recuperación por la incertidumbre sobre el comercio mundial.

América Latina, relevante mercado de inversión para nuestras empresas, afronta grandes desafíos desde el punto de vista económico y político ante una gran desconfianza de sus ciudadanos en la democracia y las instituciones, reflejada en los resultados de los últimos procesos electorales. Las noticias positivas llegan de los países de la Alianza del Pacífico, que continúan apostando por la libertad y apertura económica. Venezuela y Nicaragua, en el polo opuesto, evidencian el camino del fracaso. Oriente Próximo es también fuente de preocupación por la situación de sus dos potencias regionales enfrentadas. El asunto Khashoggi ha debilitado la imagen reformista del príncipe saudí Mohamed Bin Salman a escala internacional, e Irán sufre la reimposición de unas sanciones norteamericanas que van a debilitar su capacidad de exportar y crecer. Y las guerras en Siria y Yemen continúan.

África prosigue su lento camino hacia el desarrollo. La mayoría de países del norte, cuyas poblaciones sufrieron la frustración de las esperanzas de la primavera árabe, necesitan reformas institucionales y mayor libertad económica para estrechar sus vínculos con Europa. Las economías subsaharianas crecen a ritmo lento, con excepciones, y la paciencia de sus jóvenes poblaciones se acaba y fomenta su deseo de emigrar asumiendo enormes riesgos. El fortalecimiento de sus instituciones, la mejora de la educación, el aumento de las inversiones para diversificar sus economías, o la liberalización comercial para lograr una mejora en sus exportaciones son tareas inacabadas.

En el Círculo de Empresarios sabemos que el destino de una economía tan integrada en el mercado global como la española está condicionado por lo que ocurra más allá de nuestras fronteras. Por ello hemos incrementado nuestra actividad internacional, constituyendo un Consejo Asesor con mayoría de miembros internacionales de prestigio. Sus opiniones y análisis nos permiten ya ejercer nuestra función de centro de pensamiento con una perspectiva más global para enriquecer nuestras propuestas, buscando una España mejor para todos.

Fuente: El País