La lista de los hombres más ricos del mundo publicada por la revista Forbes el pasado 5 de marzo tenía una buena noticia para Joseph Safra (Beirut, 1938). Su riqueza estimada en 25.200 millones de dólares (22.500 millones de euros) le sumaba a la posición de banquero más rico del mundo, que ya tenía, el título de hombre más acaudalado de Brasil. Reemplazaba así a Jorge Paulo Lemann, del grupo 3G Capital. Es el triunfo de la paciencia de un hombre que ha acabado imponiéndose sobre las crisis, sobre sus rivales y sobre su propia familia para erigirse en el único señor de un grupo familiar sostenido sobre la austeridad y el conservadurismo, en la vida y en los negocios.

Señal de esa estrategia está su relativamente pequeña (75 millones de euros, algo más de un 17% del total) aportación para costear la opa que lidera KKR sobre Telepizza, una empresa que, aunque está lejos de ofrecer una rentabilidad espec­tacular (de hecho, perdió 10 millones de euros en el pasado ejercicio), tiene una posición consolidada en un sector que proporciona ingresos constantes año tras año, máxime tras el acuerdo con su rival Pizza Hut para ser el franquiciador maestro en América Latina (excepto Brasil), España, Portugal y Suiza. Precisamente, los 20 millones de euros gastados en cerrar ese acuerdo son los que han lastrado las cuentas de la firma española de comida rápida.

Telepizza es una empresa icono con vocación de permanencia, lo que encaja con otras inversiones de Safra. En 2016 se asoció al grupo frutero brasileño Cutrale para comprar Chiquita Brands (la heredera de la tristemente célebre United Fruit Company) por 1.300 millones de dólares. Dos años antes, había adquirido el icónico edificio londinense 30 St Mary Axe (popularmente conocido como el Pepinillo), diseñado por Norman Foster, por alrededor de 880 millones de euros. Y en 2013 se hizo con el banco de inversión J. Sarasin (fundado en 1841 y con sede en Basilea) para reforzar su ya importante operación de banca privada en Suiza.

Construir un patrimonio

No son movimientos para ganar dinero, sino para construirse un patrimonio. «Las operaciones del grupo Safra siempre han estado marcadas por su conservadurismo y su margen de seguridad», explican desde Suno Research. «Por eso no tiene una gran historia de adquisiciones en Brasil, pero sí alrededor del mundo; esto puede interpretarse hasta como una medida de diversificación de riesgos». El propio Joseph Safra explicaba esta filosofía en una carta a sus accionistas en el informe anual de 2018 de Safra Sarasin. «Los bancos son como los niños. Hay que criarlos para que puedan crecer y prosperar».

Los Safra son originariamente de Alepo, el gran centro comercial del norte de Siria, donde durante el Imperio otomano forjaron una dinastía comercial. En la década de 1920, Jacob, el patriarca, se mudó a Beirut, la capital de Líbano, donde abrió el primer banco de la familia. Pero el nacimiento de Israel en 1947 hizo peligrosa la vida para los judíos residentes en los países vecinos del nuevo Estado, así que a principios de los años cincuenta decidió emigrar. São Paulo, donde la industria se estaba desarrollando a toda velocidad y que, además, contaba con una potentísima comunidad libanesa, era un destino obvio.

A estas alturas, Jacob ya había incorporado a sus tres de sus ocho hijos al negocio. Edmond, Joseph y Moise se hicieron cargo del grupo a la muerte del fundador, en 1963. Edmond pronto vendió su parte a sus hermanos para arriesgarse en el mercado estadounidense. Y funcionó: el Republic National Bank of New York se convirtió en uno de los principales bancos privados de Estados Unidos hasta su venta a HSBC por 10.300 millones de dólares (9.150 millones de euros) en 1999. Solo seis meses después de la operación, Edmond, enfermo de Parkinson, moría en el incendio de su lujosísimo apartamento en Mónaco, que, según la Fiscalía del Principado, fue provocado por su propio enfermero.

Mientras, sus dos hermanos cuidaban de la entidad brasileña. Pero no todo iba bien entre los Safra. Durante las décadas de los ochenta y los noventa, Joseph se había mostrado muy activo a la hora de buscar formas de refugiar su capital de la crónica crisis económica de su país. Y pronto, el grupo (dividido a partes iguales entre los hermanos) empezó a enfrentarse a la competencia directa de los bancos propiedad de Joseph. Siguieron años de tensiones que se acabaron resolviendo cuando Moise vendió su parte en el banco a su hermano en 2006. Moise Safra murió en 2014.

Aunque el Banco Safra es de tamaño relativamente mediano (con algo menos de 42.000 millones de euros en activos, es la sexta entidad del país, lejos de los 355.000 millones del líder del sector privado, Itaú Unibanco), encaja perfectamente en su nicho de mercado: solo tiene un millón de clientes, frente a los 77,2 del Itaú. Y está orientado a una clase de ahorrador muy tradicional y conservador, las pequeñas empresas, y los propietarios agrícolas del interior del Estado de São Paulo, donde la entidad tiene la mayor parte de sus sucursales.

La imagen del Safra es de solidez, austeridad y discreción. En su sede, en la avenida Paulista de São Paulo, el traje y corbata son obligatorios. Poca gente está dispuesta a hablar sobre la empresa. El patriarca reside en Suiza (según el informe de J. Safra Sarasin) y no da entrevistas. Los clientes parecen apreciarlo. «El silencio de Safra es un gran anuncio», como dijo un día Nizan Guanaes, uno de los gurús de la publicidad en Brasil, a la revista Época Negócios.

Pero pese a la discreción, el banco no ha estado exento de escándalos. En 2017, la Fiscalía pidió 10 años de prisión al vicepresidente del grupo, João Inácio Puga. La petición formaba parte de la llamada Operación Zelotes, que investigaba a grandes empresas brasileñas que pagaban sobornos para obtener, en segunda instancia, revisiones a la baja de multas por delitos fiscales. El escándalo ha acelerado el relevo al frente del grupo hacia los hijos de Joseph: David y Alberto en Brasil y Jacob en Suiza. En la revista de la escuela de negocios Wharton, David indicó que su primera referencia era su padre, «de quien he aprendido la importancia de nuestra filosofía para hacer negocios: trabajo duro, respeto por los demás y un compromiso sólido con la comunidad».

Fuente: El País