Discriminar a los jóvenes no es un problema. Al fin y al cabo, todo el mundo deja de ser joven alguna vez. Ese tipo de reacción, entre cínica y hostil, es la que a veces reciben aquellos jóvenes que dan un paso al frente y denuncian la situación de este colectivo.

La paradoja duele. Si se quejan, se les acusa de desagradecidos, cuando no de mimados. Y si no se quejan, se les acusa de pasotas.

Pero motivos para quejarse tienen. Si no lo creen, lean El muro invisible: las dificultades de ser joven en España, del Colectivo Politikon (Debate). Mientras que al principio de la crisis el riesgo de pobreza de los más mayores era superior al de los jóvenes, en la salida de la crisis esa brecha se ha invertido: si en 2005 su riesgo de pobreza era del 23,6%, en 2016 era del 40%. Mientras, la de los mayores, que en 2005 era del 32%, ha caído hasta el 16%.

La culpa no la tienen los mayores. Con gran esfuerzo, la sociedad les ha asegurado unas pensiones dignas, aunque para muchos de ellos todavía insuficientes. Pero cuando ha llegado la crisis, esas pensiones, aunque bajas, se han mantenido. Los jóvenes, por el contrario, se han llevado la peor parte de la crisis: han perdido sus trabajos, o les ha costado más acceder a ellos, o han accedido a ellos, pero les han pagado menos que antes, trabajado menos horas y despedido más fácilmente. Y esa precariedad se ha traducido en menores rentas, retrasos en la emancipación, dificultades para formar familias y, en definitiva, para sostenerse autónomamente.

Apoyar a los mayores es caro y difícilmente sostenible —las pensiones son el 10% del PIB—, pero fácil: sólo se requiere una transferencia bancaria mensual y un sistema de salud gratuito, cosas que ya tenemos. Pero apoyar a los jóvenes es complejo y costoso. Requiere afinar en políticas de educación, formación profesional, colocación y contratación, mejoras en las condiciones laborales y salariales, guarderías, políticas de vivienda, transporte y apoyos fiscales etcétera. Y sus resultados tardan en verse. A eso se suma que los pensionistas son más y votan más, mientras que los jóvenes son menos y votan menos.

La juventud es una enfermedad, pero se pasa con la edad, dicen. A lo mejor a estos jóvenes no se les pasa. @jitorreblanca

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Fuente: El País