Cada vez son más las instituciones que se preguntan por qué la economía española no traslada a los salarios las elevadas tasas de crecimiento que viene registrando desde 2015. La Comisión Europea acaba de exponer en un informe sobre el periodo 2012-2016 que los sueldos españoles no suben (o apenas, un 0,06%) a pesar de que la productividad ha crecido en el mismo lapso de tiempo casi el 1%. La Comisión expone que los salarios deben crecer en consonancia con la productividad. Así se reparte la renta generada sin poner en peligro el crecimiento.

En realidad, el problema de los salarios en España es más dramático de lo que muestra la preocupación de Bruselas. En términos agregados, resulta que los costes laborales (salario, cotizaciones sociales) están el 20% por debajo de la media europea. Podría argüirse que esta depresión es coherente con otros parámetros, también por debajo de la media europea; pero resulta también que en España un tercio de los asalariados percibe sueldos por debajo del salario mínimo. Esta estructura de las rentas, desequilibrada y deprimida, no es el mejor punto de partida para sostener un crecimiento fundado en la demanda interna ni la estabilidad social. Las frustraciones generadas por la crisis en materia de empleo, salarios y rentas acaban trasladándose a la calle si no se adoptan las políticas compensatorias y correctoras adecuadas.

A sabiendas de que el Gobierno esgrimirá abundantes excusas (la negociación salarial es un asunto entre agentes sociales, la minoría en el Congreso no permite actuar), hay que insistir en que los poderes públicos deben empujar a favor de acuerdos para subir los salarios en relación con la productividad. Pueden hacerlo (algunos gobiernos autónomos han instado sustanciales aumentos sectoriales) y deben hacerlo. La crisis no estará superada mientras los salarios no reciban la parte correspondiente de la renta generada.

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Fuente: El País