Hay una escena de la película En busca del fuego (La guerre du feu, 1981) en la que aparece un dilatado paisaje nocturno con un solo punto luminoso: el de una hoguera en la lejanía. Los humanos, en otra noche, la de los tiempos, han conseguido producir y controlar el fuego. Esa es la (pre)historia que narra la película.

Impresiona esta imagen de la hoguera como un punto brillante en el desamparo de la inmensa oscuridad. Porque allí hay ya un lugar construido por el ser humano, es decir, algo artificial que acoge y hace que no dependa exclusivamente del nicho natural.

Con el control del fuego se dispone de luz, y no hay que encogerse ante las tinieblas; se encuentra cobijo frente a las fieras y el frío; se puede transformar la materia; y en torno a la hoguera se favorece la comunicación. Desde ese logro, el fuego, de múltiples formas tratado, nos acompaña como motor de nuestra evolución cultural hasta nuestros días.

Hoy, otra luz menos cálida, una luz lívida, ilumina nuestros rostros, pendientes ya no de la llama, sino de la pantalla

Hoy, otra luz menos cálida, una luz lívida, ilumina nuestros rostros, pendientes ya no de la llama, sino de la pantalla. Lo que en ella se confina —otra invención trascendental—proporciona un nuevo lugar para los humanos. Si el fuego, por su luz, despeja la oscuridad próxima y extiende nuestra capacidad de ver, el chisporroteo incesante de ceros y unos nos permite tener información hasta ahora más impenetrable que la oscuridad de la cueva. En torno a este nuevo fuego, nos agrupamos para una comunicación entre nosotrosque habría sido imposible en las condiciones anteriores. No dejamos de mezclar, alterar, combinar esa materia digital única con unos efectos transformadores que superan con mucho la manipulación de la materia que hemos hecho al calor del fuego. Y ya nos ha producido una dependencia tan decisiva como la del fuego, porque no podemos prescindir de ninguna de las dos creaciones humanas; ambas nos envuelven y cobijan, de manera que fuera de ellas estaríamos a la intemperie.

A estos beneficios del fuego le acompaña el riesgo de su descontrol, el incendio, que nos ha atormentado durante toda nuestra historia. Desde un accidente doméstico a una catástrofe como la de Chernóbil, el fuego expone muy bien la relación bipolar que los seres humanos mantenemos con nuestras creaciones y la irrenunciable aceptación del riesgo que todas ellas conllevan. Por eso el fuego que alimentamos al otro lado de la pantalla, a la vez que nos fascina, nos inquieta por la incertidumbre de su descontrol. Otras quemaduras, otros incendios pueden dañarnos y hacer que el daño alcance unas manifestaciones y una extensión impredecibles. Y, sin embargo, no podemos dejar de aproximarnos, de manipularlo, de amplificarlo, de probar su aplicación a todo lo que nos rodea y observar sus efectos… Así hemos hecho con todos nuestros ingenios, y con este tampoco nos detenemos.

En la película de Jean-Jacques Annaud, La guerre du feu, dos especies humanas, neandertales y sapiens, luchan por el fuego. Esta lo sabe ya producir y controlar; aquella, solo conservar. Quizá hoy asistimos a otro encuentro, esta vez entre urbanitas y alefitas. La denominación de urbanitas se referiría por extensión a la cultura establecida, resultado del proceso civilizador, en la que el fuego y la ciudad son exponentes muy expresivos de su historia; y los alefitas, adaptados a un mundo digital que va penetrando decididamente, y con ellos la habilidad para el control y desarrollo de un fuego frío que crepita tras las pantallas.

Fotograma de la película En busca del fuego (1981), de Jean-Jacques Annaud

La visión impresionante del punto luminoso de la hoguera en un territorio a oscuras se intensifica si va acompañada de otra imagen: la del planeta de noche que nos proporcionan los satélites; en ellas se puede ver una nebulosa de puntos que ya no son de una hoguera, sino de toda una ciudad o de un centro industrial; una mancha luminosa que se extiende por el negro nocturno del planeta. Entre una y otra imagen se ha desarrollado la evolución humana fascinante… y peligrosa. Hoy, los alefitas están aún en torno a la hoguera.

Antonio Rodríguez de las Heras, catedrático Universidad Carlos III de Madrid

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

Fuente: El País