En la noche de las elecciones de 2016 me equivoqué y predije que con Trump se produciría una recesión. Pero me di cuenta rápidamente de que la consternación política me había nublado la razón y retiré la predicción tres días más tarde. “Al menos es posible”, escribía el 11 de noviembre de 2016, “que unos déficits presupuestarios más grandes, en todo caso, refuercen brevemente la economía”.

En lo que no caí en aquel momento fue en lo grandes que llegarían a ser los déficits. Desde 2016, el Gobierno de Trump ha aplicado en la práctica esa clase de enorme estímulo fiscal por el que los seguidores de John Maynard Keynes abogaban cuando había un desempleo elevado, pero que los republicanos bloqueaban.

Al contrario de lo que Donald Trump y sus partidarios afirman, no se está produciendo una expansión sin precedentes. La economía estadounidense creció el año pasado un 3,2%, una tasa de crecimiento que no se había visto desde… 2015. El empleo ha aumentado de manera constante desde 2010, sin ninguna interrupción en la tendencia después de 2016. Así y todo, este largo periodo de crecimiento ha hecho que la tasa de desempleo disminuya hasta niveles que no se veían desde hace décadas. ¿Cómo ha sucedido eso y qué nos dice? La fortaleza de la economía no refleja un cambio radical en el déficit comercial estadounidense, que sigue siendo alto. Y tampoco refleja un enorme auge de la inversión empresarial, que prometieron los defensores de la bajada de impuestos de 2017, pero que no se produjo. Lo que está impulsando ahora a la economía es más bien el gasto deficitario.

Los economistas usan a menudo el déficit presupuestario ajustado cíclicamente —una estimación de cuál sería el déficit con pleno empleo — como un indicador aproximado de cuánto estímulo fiscal está proporcionando el Gobierno. Según ese indicador, el Gobierno federal está inyectando ahora el mismo dinero en la economía que hace siete años, cuando la tasa de desempleo era superior al 8%.

La explosión del déficit presupuestario no es solo consecuencia del recorte fiscal. Después de que los republicanos se hiciesen con el control de la Cámara de Representantes en 2010, obligaron al Gobierno federal a aplicar la austeridad, reduciendo el gasto a pesar del elevado desempleo y de los bajos costes de endeudamiento. Pero cuando Trump llegó a la Casa Blanca, de repente estaba bien otra vez gastar (siempre y cuando no fuese para ayudar a la gente pobre). Concretamente, el gasto discrecional real —los gastos que no corresponden a la Seguridad Social, Medicare y otros programas del colchón de seguridad— se ha disparado después de años de descenso.

Por tanto, la constante fortaleza de la economía no tiene ningún misterio: es algo keynesiano. ¿Pero qué hemos aprendido de la experiencia? Desde el punto de vista político, hemos aprendido que el Partido Republicano es extremadamente hipócrita. Después de despotricar durante la época de Obama sobre los peligros de la deuda y la inminente amenaza de la inflación, el partido abrió alegremente el grifo en cuanto tuvo a un hombre suyo en la Casa Blanca. Todavía se ven noticias en las que se describe a destacados republicanos como “halcones del déficit”, y que tratan de descifrar su actitud relajada ante el torrente actual de números rojos. Venga ya, todo el mundo sabe de qué iba todo aquello.

Más allá de eso, ahora sabemos que el largo periodo de desempleo elevado que siguió a la crisis financiera de 2008 se podría haber evitado fácilmente. Aquellos de nosotros que avisamos desde el principio de que el estímulo de Obama era demasiado pequeño y efímero, y de que la austeridad estaba entorpeciendo la recuperación, estábamos en lo cierto. Si hubiésemos estado dispuestos a proporcionar en 2013 el mismo tipo de ayuda fiscal que estamos proporcionando ahora, el desempleo ese año habría sido probablemente inferior al 6%, y no del 7,4%.

Pero en aquel momento, la que yo solía llamar Gente Muy Seria esgrimía muchas razones para no hacer lo que los manuales de economía decían que debíamos hacer. La GMS decía que había una crisis de deuda, aunque el Gobierno estadounidense podía endeudarse a unos tipos de interés increíblemente bajos. Decía que el desempleo elevado era “estructural” y que no se podía solucionar aumentando la demanda. En concreto, los trabajadores no tenían la cualificación necesaria para una economía moderna. Ninguna de estas afirmaciones era cierta, pero junto con el obstruccionismo republicano, contribuyeron a retrasar la vuelta al pleno empleo durante muchos años.

Entonces, ¿son buenos los déficits de Trump? Resulta que hace dos años, Estados Unidos estaba más lejos del pleno empleo de lo que la mayoría de la gente pensaba, de modo que el estímulo fiscal está justificado incluso ahora. Y los riesgos de endeudamiento son mucho menores de lo que afirmaba la Gente Muy Seria.

Sin embargo, si vamos a generar deuda, debería ser por un buen fin. Podríamos emplear los déficits para reconstruir nuestras decrépitas infraestructuras. Podríamos invertir en los niños asegurándonos de que reciben una atención sanitaria y una alimentación adecuadas y sacándolos de la pobreza.

Pero los republicanos siguen bloqueando cualquier gasto útil. Los republicanos del Senado se oponen no solo a las inversiones en infraestructuras, sino que el Gobierno de Trump propone recortes en las ayudas a los niños, especialmente en atención sanitaria y educación. Por lo visto, los déficits solo son buenos si se generan para conceder enormes exenciones tributarias a las empresas, que emplean el dinero para recomprar sus acciones. De modo que esa es la historia de la economía en 2019. El empleo es elevado y el desempleo bajo porque los republicanos han adoptado el tipo de gasto deficitario que afirmaban que destruiría Estados Unidos cuando los demócratas estaban en el poder. Pero ese gasto no se está empleando en ayudar a los necesitados o en hacernos más fuertes a la larga.

Paul Krugman es premio Nobel de Economía.

© The New York Times, 2019.

Traducción de News Clips

Fuente: El País