El mundo está cambiando y seguirá cambiando; ni los mercados ni las empresas ni los trabajos, ni la sociedad y las relaciones humanas van a ser como hoy los conocemos. La sociedad del Conocimiento y la Era Digital están acelerando la intensidad y la rapidez de estos cambios globalmente. En realidad, estamos asimilando la cultura de un cambio permanente y de la exponencialidad de los avances científicos y tecnológicos.

Los universitarios españoles son conscientes de la transformación; y –de hecho– demandan a los centros universitarios y a las empresas que les preparen para el reto al que se enfrentan.

Así, la Encuesta Universum Most Atractive Employers 2017, elaborada por PEL Services, desvela que 4 de cada 10 universitarios españoles piden a sus centros de estudio que les enseñemos habilidades que se puedan aplicar de manera práctica al trabajo y que se enfoquen al desarrollo profesional. Es lo que llamamos “habilidades transferibles”.

Ese empeño por mejorar su rendimiento se ve refrendado en el capítulo de la misma encuesta que coloca a los universitarios españoles entre los que tienen más interés por trabajar “donde puedan desarrollarse de forma creativa; donde el empleador invierta en la educación de sus profesionales y les brinde oportunidades de liderazgo, y que sea innovador”.

La Encuesta les coloca por delante de los universitarios de Portugal, Italia, Francia, Alemania, Reino Unido, Suecia, Noruega, Finlandia y Dinamarca. Aunque sea satisfactorio para mi que el Estudio de PEL Services incluya nuestra universidad entre los centros mejor valorados por los universitarios en relación con su capacidad de enseñarles habilidades prácticas, hay que reconocer que, en general, la universidad española está todavía en proceso de transformación para lograr que los titulados se incorporen de inmediato al mercado laboral.

La universidad no está alineada con la transformación social, cultural y tecnológica que se está produciendo; anclada en estructuras burocráticas, estáticas, endogámicas y obsoletas que impiden su aproximación al mundo real y que hace que la formación que reciben nuestros universitarios –salvo honrosas excepciones– diste mucho de la que requiere la sociedad actual: la prueba son los centenares de miles de vacantes de puestos de trabajo en la UE que no se cubren, mientras se generan otros cientos de miles de excedentes de profesionales que no encuentran su sitio en el mercado laboral.

A través de un Estudio propio con las empresas demandantes y empleadoras de los alumnos CEU en prácticas, hemos concluido que los universitarios de hoy tienen anclajes muy fuertes en solvencia ética, en conocimientos y capacidad de trabajo y esfuerzo.

Las carencias, que nos obligan a las universidades a hacer un reseteo con carácter urgente, se refieren –según el mismo Estudio– a habilidades de tres tipos: digitales, sociales e idiomáticas.

En cuanto a las habilidades digitales, debemos formar a nuestros alumnos en todos aquellos instrumentos digitales que actualmente están a nuestra disposición en el mercado y que se emplean para facilitar y mejorar la eficiencia y productividad laboral.

No podemos dejar que la universidad de la espalda a la innovación tecnológica; debemos incorporarla en nuestra manera de enseñar, y, sobre todo, debemos preparar a nuestros alumnos a que estén abiertos a lo largo de su formación a la incorporación constante de la misma. Se trata de instrumentos tales como Bloomberg; Herramientas informáticas avanzadas; Oracle (base de datos); Global Management Challenge; y Bases para programación en R.

Ahora bien, esta incorporación de instrumentos digitales en el aula requiere una formación previa en las mismas por parte del profesorado. Gran parte del profesorado universitario no se ha formado en la era de la digitalización, por lo que su formación se convierte en imprescindible para que con posterioridad pueda incorporarla a su forma de enseñar.

En segundo lugar, las habilidades sociales: trabajo en grupo, oratoria, hablar en público, liderazgo. Y, sobre todo, actitud positiva para el cambio. Se trata de “aprender a pensar”; los alumnos necesitan liderazgo, que es la habilidad para influir positivamente en la gente, cómo escuchar, cómo construir relaciones o cómo discutir, y todo ello lo engloba la necesidad de tener una perspectiva ética del mundo, para saber cómo relacionarte con la gente que piensa de manera diferente a ti, que tienen un color de piel, una historia o unas creencias diferentes. Es enseñar a relacionarte con el mundo.

A continuación vienen las habilidades y competencias idiomáticas: El inglés ya se considera que todo graduado lo domina (o al menos lo maneja con un nivel lo suficientemente elevado como para comunicarse por escrito y oralmente con él); o debe dominarlo al finalizar su Grado, en el que debería alcanzar como mínimo un nivel de inglés B2 (o equivalente).

En nuestro Laboratorio de Innovación Educativa Universitaria (LIEU) vamos llegando a conclusiones que no por obvias son menos importantes: estamos ante cambios exponenciales y disruptivos; ya no es suficiente una formación “para toda la vida”, hay que estar formándose continuamente; y la digitalización, la robótica o la inteligencia artificial sustituirán al hombre en gran cantidad de tareas en las empresas, por lo que debemos formarnos en aquellas competencias y habilidades donde la robótica, la digitalización o la inteligencia artificial no puedan llegar; habilidades y competencias puramente humanas: es decir, creatividad, inteligencia emocional y pensamiento crítico o resiliencia.

Por todo ello, la autocomplacencia en la que probablemente hemos vivido durante los últimos años no sirve; hay que desarrollar la autoexigencia, la excelencia entendida como el estadio que nunca alcanzamos y que nos obliga a la superación personal.

Es un reto apasionante, al que nos enfrentamos empresas, centros universitarios y la sociedad española en su conjunto.

Carmen Calderón Patier es decana de la Facultad de Ciencias Económicas y Empresariales Universidad CEU San Pablo

Fuente: Cinco Días