
Christine Lagarde afila las armas del Banco Central Europeo para luchar contra un horizonte de recesión y curvas. En pleno deterioro de la economía global, la presidenta electa de la entidad ha mostrado este miércoles su disposición a prolongar en el tiempo la política de estímulos de su predecesor, Mario Draghi. La política francesa se ha sometido durante la mañana al interrogatorio de los 60 eurodiputados de la comisión de Economía de la Eurocámara, que previsiblemente le otorgarán esta tarde en una votación su respaldo para que ocupe el puesto.
Pese a su dilatada experiencia política, Lagarde comenzó la audiencia como un alumno recién llegado tras el pupitre. Inició su intervención admitiendo que se sentía intimidada. Y sus gestos previos, tensos y acelerados, transmitían parte de esa turbación ante el examen. Su primera batalla la ganó en cuanto tomó la palabra, los nervios se disiparon e impuso sus ritmos. Le dieron 10 minutos de límite, dijo haber negociado 15 minutos, y acabó hablando casi 20. «Los desafíos que justifican la política actual del BCE no han desaparecido», señaló mientras sobrevuelan la escena la guerra comercial, la ralentización alemana y la posibilidad de un Brexit sin acuerdo. «Por lo tanto, estoy de acuerdo con la opinión del consejo de gobierno de que una política altamente acomodaticia está justificada por un prolongado periodo de tiempo con el fin de llevar la inflación [a una cota] por debajo pero próxima al 2%», añadió refiriéndose al sacrosanto objetivo del BCE.
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La inquilina más política de la dirección del banco quiere diseñar un BCE ágil, capaz de adaptarse con más velocidad al volátil entorno macroeconómico. Pero ha advertido de que estará vigilante de los posibles efectos secundarios del festín de liquidez, sin visos de remitir a corto plazo ante una eurozona con un crecimiento menguante y una inflación situada en el 1%, mínimos de hace casi tres años. Lagarde recordó sin embargo que el BCE no es omnipotente, con lo que el esfuerzo de la institución debe ir acompañado de artillería desde las capitales. Sin citar a Alemania, envió un recado a Berlín para que saque la chequera y aumente el gasto público, un mensaje que ya lanzó sin éxito en repetidas ocasiones desde su puesto en la cúpula del FMI. «Algunos países en la zona euro pueden utilizar su espacio presupuestario para mejorar la banda ancha y las infraestructuras y a luchar contra la recesión».
Lagarde, que aterrizará en Fráncfort el próximo 1 de noviembre si como todo hace indicar supera los exámenes de Eurocámara, BCE y Estados miembros, envolvió su discurso de un tono político que no obvia a los algoritmos de las finanzas globales pero tampoco al ciudadano de a pie. «El BCE tiene que escuchar a los mercados, no tiene que ser guiado por los mercados. Pero también tiene que entender a la gente. Una moneda es un bien público que pertenece a los ciudadanos».
La exministra francesa, la primera mujer en ocupar el sillón, coincide con Draghi en lo fundamental: esto es, utilizar en lo posible la potencia de fuego del BCE para combatir las crisis. Pero parece dispuesta a dejar su impronta personal en asuntos más sociales durante los ocho años que tiene por delante. Lagarde cree que el banco puede hacer mucho más por combatir la desigualdad y el cambio climático, y planea aumentar la cartera de bonos verdes de la entidad, aunque se quejó de que el tamaño de la oferta de este tipo de activos es todavía muy limitado.
La cuarta titular del puesto de honor del BCE tras el holandés Wim Duisenberg, el francés Jean-Claude Trichet y el italiano Mario Draghi, desplegó sus habilidades comunicativas. Y esquivó las zonas más oscuras de su pasado. Si sobre Draghi pesaba su trabajo anterior en Goldman Sachs, el banco de inversión que ayudó a camuflar el desajuste de la deuda griega. En el de Lagarde, la losa viene de su etapa como ministra de Finanzas francesa, cuando fue declarada culpable de negligencia en un caso de desvío de dinero público del que se benefició el empresario Bernard Tapie, amigo del entonces presidente francés, Nicolas Sarkozy.
Fuente: El País