Funes no solo recordaba cada hoja de cada árbol de cada monte, sino cada una de las veces que la había percibido o imaginado”. Un día, el joven Ireneo Funes cayó del caballo, perdió el conocimiento y, cuando lo recobró, “el presente era casi intolerable de tan rico y tan nítido, y también las memorias más antiguas y más triviales”.

Es el personaje de Funes el memorioso, uno de los mejores cuentos de Jorge Luis Borges, incluido en Ficciones (1944). Esa mente prodigiosa —la del protagonista del cuento, no la de Borges— se ve abrumada por la acumulación de los detalles más nimios. Era capaz de reconstruir un día entero, pero tardaba un día entero en hacerlo. “Lo pensado una sola vez ya no podía borrársele”. Parece un don milagroso, pero es una desdicha. Porque Ireneo Funes resulta incapaz de tener ideas generales. Borges concluye: “Pensar es olvidar diferencias, es generalizar, abstraer. En el abarrotado mundo de Funes no había sino detalles, casi inmediatos”.

Los humanos corrientes tendemos más a olvidar que a retener cada detalle de la hoja de un árbol. Eso nos permite mantenernos cuerdos, simplificar la complejidad y no sufrir tanto como Funes, que no podía dormir. También olvidamos, consciente o inconscientemente, cosas de nosotros mismos que no queremos retener, y así vamos construyendo un yo en parte real y en parte ficticio.

Cada cierto tiempo, Facebook te asalta con recuerdos. Hace dos años escribiste esto, ¿lo quieres compartir de nuevo? Quizás alguno te arranque una sonrisa, quizás te avergüence. Quizás aparezca la imagen de ese ser querido y perdido, o la pareja que te dejó. Quizás un chiste de mal gusto, etiquetas en fotos de una noche loca. Cualquier cosa que no querías que perdurara.

Tu rastro digital es exhaustivo. En algún rincón del big data están todos los mensajes que intercambiaste, las rutas que seguiste cada día, tus búsquedas, las fotos que te gustaban, tu lista de amigos, tus cookies (sí, acepto). Muy pocos se molestan en borrar la huella de su pasado, lo que requeriría tanto tiempo como dedicaron en su día a trastear con el móvil. Confiamos en que en ese océano de datos no rebuscará nadie, nadie más que los algoritmos que sacan rentabilidad de eso. Salvo que te conviertas en una figura pública, claro, y a los trolls les dé por bucear en tus viejos tuits para sacarte los colores. Pero no hace falta ser famoso. En cualquier web o app van contigo no ya tus datos, sino tus metadatos, un perfil que no has escrito tú.

Ireneo Funes “pensó que en la hora de la muerte no habría acabado aún de clasificar todos los recuerdos de su niñez”. A los ciudadanos del siglo XXI nos llegará la hora sin haber sido capaces de borrar todo lo que quisiéramos que no siguiera ahí.

Fuente: El País