«Tuve 20 años. No dejaré que nadie diga que es la edad más hermosa de la vida». Con dos frases se ganó la eternidad literaria Paul Nizan, ya que no la otra: amigo de Sartre, pupilo de Aron, su vida fue rescindida en la batalla de Dunkerque, en 1940, con 35 años. Muy otros son los parámetros en los que se mueven hoy los jóvenes europeos. La posibilidad no ya de morir en batalla, sino de ser movilizado para combatir huestes de una nación enemiga, nos parecen lances inimaginables, casi incomprensibles. Y sin embargo, tras los estragos de la Gran Recesión, tampoco es que para las generaciones nacidas a partir de los ochenta, los llamados millenials, la vida sea camino de rosas y pasto de flores. Cunde la sospecha –de difícil prueba, pero pertinaz: la suscriben ocho de cada diez jóvenes– de que muchos vivirán peor que sus padres. Carreras que no permiten avanzar, salarios que no emancipan, capacitación lograda con esfuerzo que uno debe arrumbar en el altar del ir tirando.

Los investigadores del colectivo Politikon dan sustancia empírica a la intuición literaria de Nizan en El muro invisible (Debate). Contiene datos elocuentes. En 2008 la mitad de los menores de treinta años (el 49,2%) vivía de los ingresos de otras personas; tras la crisis, en 2016 la cifra era del 63,1%. Otro: durante la recesión, la renta media anual de un hogar joven pasó de 34.700 € en 2011 a 25.000 en 2014. Con prosa didáctica que no cae en lloriqueos o exageraciones, el libro repasa los principales elementos que penalizan hoy a los jóvenes: un mercado laboral dual que los abandona en el purgatorio de la temporalidad, una educación depauperada, un Estado del Bienestar que desatiende la redistribución hacia las cohortes más jóvenes en situación de pobreza.

No es asunto sencillo. No hay una métrica que permita afirmar que los jóvenes de hoy viven peor que sus padres. Sencillamente, su mundo es distinto. En muchos aspectos, mucho mejor: los jóvenes hoy disfrutan de vastos horizontes de libertad que sus padres no conocieron, algo irrefutable en el caso de las mujeres, y están llamados a vivir más tiempo. Pero muchos no tienen fácil acceder a ciertas comodidades del mundo de ayer, en particular, una carrera estable que les dé autoestima y sustento para fundar su familia. Cosa grave, pues casa y oficio son los dos vectores que según el filósofo Javier Gomá permiten socializar correctamente a los ciudadanos en la ética comunitaria. Contra lo que supone Bob Dylan, de lo que se trata es de dejar de ser joven, cumplir ritos, salir de vísperas. En cambio, muchos de nuestros jóvenes se pueden murmurar aquello del poeta Ángel González: te llaman porvenir porque nunca vienes. @JuanCladeRamon

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Fuente: El País