Las principales tendencias que orientan la economía global no son nuevas, pero resurgen con fuerza inusitada. Digitalización y protección del medioambiente son las dos grandes fuerzas de una melé entre la resistencia de la economía del siglo XX y las aspiraciones de la del siglo XXI. Se decide el orden de juego económico y social de las próximas décadas.

Las tensiones geopolíticas y comerciales esconden una lucha por la supremacía tecnológica que, necesariamente, alumbrará un futuro también más verde. En el centro de esas tendencias están, como en los últimos treinta años, las finanzas. Son gran parte de la contienda y evidencian un paradigma económico diferente para las nuevas generaciones. Esas cuya fidelidad a los proveedores es volátil y cuya actividad se inspira en principios colaborativos. Muchos jóvenes no quieren o no necesitan coche, coordinan sus movimientos y se comunican de forma más impersonal pero, al mismo tiempo, más directa. A pesar de las apariencias, creen en un cambio social más humanista y verde. Sus tendencias pueden elevar a una empresa a los altares y, en pocos días, abandonarla. Se mueven a una velocidad asombrosa y piden respeto por su información porque saben que es la moneda de cambio al uso.

Ahora surgen, por ejemplo, nuevos servicios financieros suministrados no ya por bancos sino por Big Tech o por telecos. Como el caso de Orange la semana pasada. En un país como España donde, aunque el 80% de los clientes se mantienen fieles a su entidad financiera, al menos un 40% de los que quieren cambiar considerarían a empresas como Google o Apple como proveedores en un futuro. Se valorará también en qué medida los competidores financieros y los de otras industrias se plantean unos servicios más sostenibles. Al fin y al cabo, las estimaciones apuntan a que la digitalización puede reducir las emisiones contaminantes globales entre un 15% y un 20%.

Las instituciones públicas también deben ponerse a la cabeza de estos cambios para evitar desórdenes en diferentes ámbitos. Así, por ejemplo, bancos centrales introducen ya, en su discurso (la propia Lagarde estos días) la necesidad de inversiones más verdes, incluidas las referidas al programa de compra de activos del BCE. Asimismo, deben tomar una posición más decidida respecto a cuestiones tan esenciales como el futuro de las criptomonedas. No ya por la volatilidad y problemas que siguen mostrando algunas (caso de bitcoin en las últimas semanas) sino porque iniciativas como Libra de Facebook pueden hoy, seguramente, fracasar pero muestran la posibilidad de que en un futuro próximo se desarrollen sistemas monetarios alternativos a los oficiales. Hasta ahora, un billete de 10 euros valía exactamente eso por una cuestión de confianza en el banco central (de ahí que se le llame dinero fiduciario). Para un joven, si mañana Google dice que algo vale 20 googles (por inventar una moneda) puede que ponga más fe ahí que en lo que diga cualquier institución pública.

Para lidiar con estos cambios, es precisa coordinación política y capacidad de liderazgo y anticipación. Justamente algo que ahora se echa en falta.

Fuente: El País