Eres tu memoria. Lo que llamas yo, tu identidad, es lo que se ha ido acumulando en tu cerebro. Morirás algún día, y estarás muerto del todo cuando nadie te recuerde. Salvo que seas Da Vinci, Shakespeare, Mozart o Cleopatra, quizás Lennon, Maradona o Meryl Streep, la posteridad no tendrá rastro de ti. No cuentes con que tu legado digital te sobreviva más allá de unos pocos años. Ni de broma varias generaciones.

Facebook o Twitter ya ofrecen una especie de sucesión del perfil de redes sociales: la página del fallecido puede ser gestionada por su heredero, y se convierte en una cuenta homenaje. A veces te llevas un susto cuando uno de esos perfiles de un difunto al que admirabas marca “me gusta” en tu tuit, pero ya vamos aceptando, por emotivo, el intento de los allegados por alentar el recuerdo de quien se acaba de ir.

Una compañía de Silicon Valley va más allá. La web eterni.me propone que un bot coja el relevo de tus redes sociales y siga publicando por ti. “¿Quién quiere vivir para siempre? Preserva tus pensamientos, historias y memorias para la eternidad”, promete. Ya tiene 40.000 usuarios. Se supone que cuando mueras ese ingenio de inteligencia artificial habrá estudiado a fondo tus gustos, tus opiniones, las fotos de tus viajes; y que con esa información se hará pasar por ti. ¿Para siempre?

El avatar no te hará inmortal. Es una trampa más de las muchas que nos hacemos por el pavor que nos provoca el único fin posible. El adiós.

Prometer la eternidad es claramente un exceso. Incluso si tu cuenta queda inactiva cuando mueras, tus posts seguirán ahí, al alcance de quien quiera buscarlos. La pregunta es si alguien los buscará pasado un tiempo (breve) de duelo.

Escribe el filósofo argentino Juan José Sebreli (Dios en el laberinto, Debate) que la fotografía fue el primer intento de vencer a Tánatos inmortalizando el presente. Las familias posaban en el estudio como querían ser recordados. Hoy, a diferencia de los viejos álbumes, se multiplica el número de fotos, pero “lo que solo importa es la exaltación del presente”.

Y, entonces, ¿qué quedará de nosotros en la red? “Sería horrible pensar en un futuro lejano donde el único documento que quedara de nuestra época fuera el universo virtual, caótico e inútil”, explica Sebreli. “El mundo digital favorece el ansia de eternidad, ya que todo lo que se ha grabado permanece en la nube, es imposible borrarlo. Pero a la vez acecha la memoria, porque debe incluir la selección, es decir el olvido”.

No. Si no has hecho algo muy grande, nadie leerá tu muro. Ni querrá encontrarse con tu imitador algorítmico. Tu rastro digital será un grano de arena sepultado en una duna. El avatar no te hará inmortal. Es una trampa más de las muchas que nos hacemos por el pavor que nos provoca el único fin posible. El adiós.

Fuente: El País