Para el artista uruguayo Joaquín Torres García (1874-1949), «pensar es geometrizar». Y quizá todos tenemos el recuerdo de un buen profesor que utilizaba certeramente la pizarra para, con solo unos trazos, hacernos ver un concepto. Para el tema que aquí nos ocupa, son suficientes un triángulo (o, mejor, una pirámide) y la figura humana esquemática sobre su vértice superior.

Es esa la consideración, más o menos consciente, que tenemos de nosotros en el mundo. El remate de una evolución. Todo parece que fluye y concurre para que el mundo se convierta en peana donde situarnos. Nos sentimos destacados, exaltados, pero a la vez expuestos, porque estamos, como funámbulos, en equilibro sobre esa cumbre de la evolución.

De ahí nuestras reticencias a todo lo que sospechamos que nos pueda desplazar y precipitar, pues en este vértice solo cabemos nosotros. Sin embargo, en contradicción con este reparo, no dejamos de hacer artefactos en los que vertemos nuestras funciones; así que no podemos ya prescindir de ellos y, en consecuencia, ocupan cada vez más espacio en nuestra vida. La impresión, por tanto, es que nos estamos cargando de demasiado equipaje, que amenaza con desestabilizarnos en este difícil punto de equilibrio natural en que nos ha situado la evolución.

Este proceso de extraversión en artefactos llega actualmente a dos fenómenos todavía más perturbadores para nuestro equilibrio sobre el vértice en el que queremos mantenernos: la robotización y la Red.

Comenzamos a tener capacidad de formar ingenios a nuestra imagen y semejanza. Ya no los vemos como mobiliario que abarrota, a riesgo de escorarnos, la cúspide en la que estamos, sino como criaturas que nos pueden traicionar y ocupar nuestro lugar privilegiado. Y, al ser este vértice un punto exclusivo, no caben creador y criatura.

La extraversión a la Red es ya un fenómeno impresionante. La información y su procesamiento, la comunicación entre los humanos, la interacción personas y artefactos, la interrelación de las máquinas, son funciones que pasan cada vez en mayor volumen por la Red. Se ha convertido ya en el centro neurálgico de nuestra actividad. Y el temor está en si ese centro no dejará lugar a quienes han creado el fenómeno y pasaremos a la periferia. Otra forma de desalojo del vértice que consideramos que nos corresponde.

Pero si invertimos la pirámide y situamos el vértice abajo, la lectura cambia, pues de esta manera la pirámide es la que se encuentra en equilibrio inestable, ya que reposa sobre el vértice. Y esta imagen se puede traducir en que, en ese punto, está el comienzo de la evolución, el Big Bang. Y en ese origen se han tenido que dar unas condiciones muy especiales para que el universo tenga consistencia, porque sería suficiente cambiar cualquiera de sus constantes —como, por ejemplo, la relación de las masas del protón y el electrón— para que esta existencia se desbaratara. Para que la pirámide perdiera el equilibrio y se tumbara. El universo es ahora el funámbulo.

Comenzamos a tener capacidad de formar ingenios a nuestra imagen y semejanza

Y a nuestra figura esquemática, antes sobre el vértice, ahora hay que colocarla sobre el plano que proporciona la pirámide invertida. La resaltamos con estos trazos, para vernos en esta representación, pero en realidad es un punto inseparable de esa superficie, una puntada en el tejido de un ecosistema que representamos como una superficie. Donde lo natural y lo artificial, lo que se ha generado desde un principio —y a lo largo de miles de millones de años de evolución— y lo que ahora producimos nosotros, forman el mismo tejido de esta superficie que crece.

Desde el vértice original se ha ido formando hacia arriba la pirámide y ampliándose la superficie de lo que, de no estar invertida, sería su base. Nuestra actividad creadora ha acelerado esta expansión, y la impresión es que estamos solo en el comienzo de una dilatación mayor en muy poco tiempo.

Como especie, los humanos convivimos en el mismo plano con todo lo que la evolución ha hecho emerger y, como creadores de artefactos (capacidad con las que nos dotó la evolución), debemos también saber convivir en ese mismo plano con nuestras obras, cierto que en una permanente tensión que puede desgarrar ese tejido.

Difícilmente podremos vivir los tiempos que se avecinan si en la pizarra de nuestra mentalidad no invertimos la pirámide en cuyo vértice nos encaramamos ahora, para que nos situemos en un punto del plano, inmenso y creciente, donde lo natural de millones de años se entrelaza con lo artificial de ayer y de mañana.

Una de las obras del ya citado Joaquín Torres García es su provocador dibujo del continente suramericano invertido, donde el sur del continente apunta al norte del mapa.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático de la Universidad Carlos III de Madrid

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

Fuente: El País