Cuesta encontrar un tema de conversación para el que Ricardo Alonso Maturana (Bilbao, 1962) no salte con algún dato, estudio o reflexión. Maneja el tiempo de sus respuestas. Orquesta los silencios para encontrar una palabra exacta sobre la que construir su argumentación.

Alguna relación guarda con su formación como filósofo, aunque bien alejada queda de los grafos de conocimiento, empleados para que la inteligencia artificial contextualice mejor el lenguaje. Maturana lleva casi dos décadas trabajando para poder abordar el que para él es el gran reto tecnológico de la sociedad: la superación del empacho de información para llegar al conocimiento. “O las máquinas dotan de sentido e interpretación a los datos o no hay solución posible”, advierte.

¿En qué consisten los grafos de conocimiento?

Los grafos de conocimiento son la mente de nuestros sistemas. Para las personas resulta evidente la diferencia entre Marcelo y Juana o entre Sevilla y Pamplona. A partir de ese reconocimiento, atribuimos a cada entidad lo que le corresponda, que Pamplona está en Navarra o que Juana nació en Pamplona. Eso es para nosotros conocer: entender relaciones y contextos. La condición para construir inteligencia artificial es que nuestros sistemas reconozcan esas mismas entidades y las relacione. Un grafo de conocimiento hace eso, identifica y extrae entidades procedentes de múltiples fuentes. Entiende de manera concreta de qué personas, lugares u organizaciones se trata, descubre las relaciones entre ellas y les proporciona un contexto.

¿La educación sería el principal beneficiado de los grafos de conocimiento?

Educación, empresa, Universidad… Cuentan con un mercado potencial muy amplio. No olvidemos que los sistemas que manejan grafos de conocimiento unen entidades y encuentran todo tipo de relaciones entre ellas, consolidando la información en un ecosistema de conocimiento. Ofrecen un contexto para la información. Para las empresas, por ejemplo, pueden ser muy beneficiosos para hacer lo que se denomina business intelligence. De todas formas, el mercado de los grafos de conocimiento está empezando.

¿Cuando se refiere a máquinas quiere decir inteligencia artificial?

En cierta medida, sí. La tecnología la construimos las personas. La inteligencia artificial carece de voluntad o intención. Integrar la información utilizando grafos de conocimiento representa el futuro de la inteligencia artificial en tanto y cuanto toda la información digitalizada está en bases de datos separadas, en silos de información que hay que conectar. Hay pocos proyectos en las empresas orientados a unificar conjuntos de datos. Para crear un ecosistema verdaderamente digital necesitamos construir esta capa que una los contenidos y los haga interrogables.

Consumimos tecnología sin tener capacidad de decisión, o muy poca, sobre cómo lo hacemos y sus consecuencias».

¿Es muy caro diseñar, construir y explotar grafos de conocimiento?

Mi madre decía que lo barato siempre es caro. Conviene plantearse si tienen valor muchas cosas por las que pagamos y, sobre todo, por las que no pagamos y utilizamos a diario. Vivimos en una sociedad fascinada por la tecnología, que piensa en ella como si se tratara de un ente autónomo que evoluciona al margen de nuestra voluntad. No existe tal riesgo. Sí, en cambio, de que haya ganadores y perdedores del desarrollo tecnológico. Algo que, por cierto, ya ocurre. Sucede entre productores y consumidores. Consumimos tecnología sin tener capacidad de decisión, o muy poca, sobre cómo lo hacemos y sus consecuencias. 

Deberíamos tratar de que nuestra atención no se centre en una pantalla, opina Maturana. “El pensamiento crítico requiere de espacios de reflexión”.

¿Sería conveniente abandonar la idea de hubs de innovación tecnológica?

Creo que se puede fabricar tecnología útil desde las periferias. La irradiación tecnológica no tiene por qué venir de un solo sitio. Para hacerlo, hemos de creer primero que podemos desarrollar tecnología. España se encuentra en una buena posición, pero alguien debe tirar del mercado. Las grandes empresas han de creer en la tecnología española.

¿La inteligencia artificial en español es una de estas posibilidades?

El idioma, como vehículo de expresión de una cultura, es una posibilidad en sí mismo. No es casual que una inteligencia artificial reconozca y extraiga unidades de conocimiento de un idioma o de otro. En el caso del español, es una oportunidad de mercado evidente porque lo hablan 570 millones de personas y produce recursos digitales a diario. Podemos crear tecnología que ayude a comprender, integrar información y generar contextos teniendo en cuenta quiénes somos. Podríamos no llegar muy tarde al cambio tecnológico que representa la inteligencia artificial simbólica, que entiende el idioma, si nos tomamos en serio esta oportunidad.

¿Cuál sería el papel de la educación si corregimos el camino hacia el que nos guía la tecnología?

Es central. Todos los que tenemos hijos vivimos preocupados por que tengan una enseñanza que les prepare para un mundo con muchas posibilidades y muchos nuevos riesgos. La educación debe intermediar entre el enorme ruido y furia de los contenidos digitales, como el de las redes sociales, y el conocimiento, depositado en los libros de historia o ciencia. Nuestro gran desafío es contar con los mejores profesores, aquellos capaces de discernir qué usos de la tecnología son los más adecuados, que no tienen por qué ser los que dictan los fabricantes.

¿Hasta qué punto es factible competir con las grandes empresas tecnológicas?

Existe una gran contaminación digital implícita en los modelos de negocio de las grandes plataformas. Todo parece gratuito, pero esos servicios se monetizan con publicidad y la consiguiente fragmentación de nuestra atención. Deberíamos proteger ciertos espacios para que la atención no se centre en una pantalla. Necesitamos fijarnos y atender a cosas más complejas, como libros, películas o relaciones personales. El pensamiento crítico requiere de espacios de reflexión y conversaciones.

¿Resulta posible alejarse por completo de la tecnología?

No podemos no ser animales tecnológicos. Sería rebelarse contra nuestra naturaleza. Somos eso. Sin embargo, necesitamos debatir para qué queremos la tecnología o qué implicaciones tiene su uso. Este tema debería estar en la agenda política. Dotar de sentido a todo lo que está ocurriendo es algo que interpela a la sociedad civil, pero también a la representación política.

Fuente: El País