Sin congregáramos a todos los humanos que viven hoy sobre la Tierra, podríamos sentarlos en sillas contiguas y bien ordenadas dentro de un cuadrado de unos 60 kilómetros de lado. La humanidad rozaría una especie de cero absoluto social, sin apenas movilidad ni tampoco desorden, entropía. Esta reducción del espacio a los seres humanos sería parecido al efecto en la materia del descenso de la temperatura al límite de los -273° C, al cero absoluto.

La percepción de este experimento resultaría diferente si lo vemos a ras de suelo, es decir, recorriendo (a pie o en un vehículo) el perímetro de este cuadrado hecho de seres humanos, tan cuidadosamente reunidos y distribuidos, o si lo contemplamos sobre un mapamundi. En el primer caso, puede parecernos una gran extensión humana, a la que tardaríamos horas en contornear. Pero sobre un planisferio terrestre sería una mínima mota, que ocuparía en una pantalla de resolución media no más de un cuadrado de 3×3 píxeles. Una insignificancia.

Del experimento de la cuadrícula en la que encerrábamos a toda la humanidad hemos pasado a ver que la red es nuestra figura geométrica y la que nos da lugar en el mundo, es decir, que nos lo pone a nuestro alcance

Y si, reducida a un punto en el mapa, nos parece insignificante la especie humana es debido a que, con este experimento, le hemos quitado su lugar en la Tierra. ¿Pero cuál es su lugar? Para responder a esto, vamos a hacer que se derrame la humanidad confinada y se extienda por el espacio terrestre. Enseguida se formarían grumos. Es decir, grupos humanos, pequeños, como forma de protección y refuerzo de la existencia individual, ya que es el primer cobijo tras dejar el seno materno.

Cualquiera de esos grupos, moviéndose por un entono natural muy dilatado, nos parecería ya que es una recuperación de nuestra vida pasada, durante miles y miles de años, como cazadores y recolectores. Ahora observemos a unos miembros del grupo caminando en fila desde su refugio natural a la charca: sus pasos repetidos un día tras otro van trazando un sendero. Con ello se consigue que la charca esté más próxima del refugio aunque la distancia sea la misma, ya que se transita, sin tanto agobio de maleza, en menos tiempo y con menos esfuerzo. Estos pasos insistentes están tejiendo los primeros hilos de una red, y ya este afán infatigable no dejará hasta hoy de crecer.

Un sinfín de ingenios constituirá la red de caminos, de carreteras…, la ferroviaria , la marítima, la aérea… Redes de agua corriente, de electricidad, de teléfonos, de transportes, de comunicaciones… Somos a lo largo de nuestra historia tejedores pacientes de una red cada vez más densa. Y por esas redes nos llegan alimentos, materiales, palabras, imágenes, energía, personas…

Y es que con este tejido sin remate vamos construyendo nuestro lugar en el mundo. Un lugar es la parte del mundo que está a tu alcance. Eso significa que de algún modo puedes hacerte con lo que allí está o sucede e intervenir sobre ello. La red es una construcción artificial, como lo es, por tanto, también el lugar (a diferencia del nicho natural). Y produce siempre una contracción del mundo para que lo tengamos a nuestro alcance. Aunque tendemos a pensar que los lugares, a medida que contienen más cosas, igual que una red cuando sigue tejiéndose, se hacen más grandes y dilatados, cuando en realidad lo que aumenta es su densidad.

No hemos dejado de tejer con distintos hilos la red, pero desde hace un suspiro hemos empezado a trabajar con un hilo nuevo, finísimo, asombrosamente poderoso, hecho de infinitas ristras de ceros y unos. Y los efectos se han notado de inmediato: el mundo se nos está aproximando a pasos agigantados, casi de cataclismo, en un fenómeno implosivo. Nuestro lugar es cada vez más denso; más y más cosas, y personas, y sucesos, están a nuestro alcance y para interactuar.

El lugar crea dependencia a quienes cobija. Por eso basta imaginar el escenario que aparecería si se rasgara alguna de las redes que nos acogen: quedaríamos a la intemperie, ante un vacío de vértigo, con riesgo de precipitarnos en él. Si cualquiera de las redes que hemos tejido ha producido unas profundas transformaciones en los seres humanos, ¿qué producirá la Red que nos está haciendo alefitas? ¿Cómo será la vida en digital en este nuevo lugar? ¿Nos damos cuenta de lo que ya estamos teniendo a nuestro alcance, y con todo lo que podemos interactuar?

Del experimento de la cuadrícula en la que encerrábamos a toda la humanidad hemos pasado a ver que la red es nuestra figura geométrica y la que nos da lugar en el mundo, es decir, que nos lo pone a nuestro alcance.

Antonio Rodríguez de las Heras es catedrático Universidad Carlos III de Madrid

La vida en digital es un escenario imaginado que sirva para la reflexión, no es una predicción. Por él se mueven los alefitas, seres protéticos, en conexión continua con el Aleph digital, pues la Red es una fenomenal contracción del espacio y del tiempo, como el Aleph borgiano, y no una malla.

Fuente: El País