Esta misma semana, el consejero delegado de la GSMA, la entidad responsable del Mobile World Congress (MWC), lanzó una advertencia tan seria como obvia. John Hoffman, un amante declarado de España en general y de Barcelona en particular, dijo que solo un entorno de estabilidad y seguridad hará que el exitoso congreso siga en la capital catalana. Toques de atención como ese, nítidos y rotundos, son saludables para clarificar el panorama y por eso extraña que las autoridades no se apliquen también el cuento en otros ámbitos. Es el caso del sector energético. Una actividad básica en el sistema sanguíneo de la economía transita hace lustros en una preocupante indefinición estratégica que va más allá del impacto en el recibo de la luz de los numerosos errores en la política energética. Las quejas de las industrias por el alto coste de la energía en España, una losa para las nuevas inversiones, parecen voces en el desierto.

El Gobierno ha abierto por sorpresa el melón de la regulación del sector eléctrico y gasístico en España con un recorte en los ingresos regulados que va a afectar a las cuentas de resultados de las empresas, como ya lo está haciendo en las cotizaciones. Lo ha hecho con tanteos iniciales que poco ayudan a la predecibilidad, ese bien tan preciado por la economía y del que suele presumir el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.

Con un entorno de tipos al alza, aprovechado por las empresas al máximo para abaratar su financiación, el sector aguarda nuevos cambios regulatorios que inquietan a los inversores en términos de rentabilidad, allí donde más les duele. Habrá que ver bajo qué forma legal, en qué cantidad y con qué calendario, pero es algo que va a suceder.

Solo un marco estable, regulatorio y de política energética, con una definición clara del mix, que clarifique el futuro nuclear y del carbón, dará seguridad suficiente y creíble a los inversores. Vaivenes como los acaecidos con las primas a las renovables, rozando la inseguridad jurídica, o como los referidos al bono social son experiencias recientes a no repetir. Cambiar las reglas a mitad del juego es malo, pero hacerlo además sin dar estabilidad sería una patada en el trasero de los inversores.

Fuente: Cinco Días