La neutralidad de la Red es una de las piedras angulares sobre las que se basan el desarrollo y la innovación en todo el mundo. Como máximo responsable de Softonic, una compañía tecnológica que opera a nivel mundial con una gran audiencia – así como ciudadano estadounidense – tengo un gran interés en comprobar si la Red seguirá siendo un lugar accesible para todos.

Si no estás tan inmerso en el mundo de la tecnología como yo, te preguntarás por qué los usuarios deben preocuparse también por este tema. Es muy sencillo: la neutralidad de la Red es lo que preserva nuestro derecho a comunicarnos online libremente. Nos permite hablar abiertamente y sin barreras, y sentirnos protegidos. También obliga a los proveedores de servicios de internet (ISP) a ofrecernos, como consumidores, redes abiertas sin discriminación. En el centro de este problema hay un concepto muy sencillo, pero poderoso: la libertad.

Aunque no estés hoy en EE UU mientras allí se vota acabar con la neutralidad de la Red, si te preguntas por qué debería importarte, piensa que es un problema global. Las compañías dependientes de proveedores de servicios de Internet establecidos en Estados Unidos controlan una porción significativa de la economía global. En este sentido, todos tenemos un papel en esta historia, y el gobierno de Estados Unidos tiene la obligación de asegurar que las condiciones sean justas para todos.

Por otra parte, hay consideraciones prácticas. Eliminar la neutralidad de la Red permitiría a un pequeño número de compañías controlar lo que los usuarios pueden y no pueden ver, y bloquearía contenido a aquellos que no puedan permitirse pagarlo – básicamente un pay to play -, algo que va totalmente en contra de los principios sobre los que se construyó Internet: apertura, accesibilidad y libertad para producir y consumir contenido sin importar la capacidad económica del usuario. ¿Cómo sería Internet si las operadoras – y no las personas – fueran las únicas que decidiesen qué sitios, apps o contenidos se puede ver y, en definitiva, cuáles serían los que triunfen? Es un pensamiento aterrador.

Y no solamente los usuarios se verían afectados: los desarrolladores pequeños y las startups, que juegan un papel muy importante en el crecimiento económico, no podrían competir. Esto sería devastador, tanto en términos de innovación potencial, como en nuestra capacidad de competir como economía.

Aunque no estés hoy en EE UU mientras allí se vota si acabar con la neutralidad de la Red, si te preguntas por qué debería importarte, piensa que es un problema global. Las compañías dependientes de proveedores de servicios de Internet establecidos en Estados Unidos controlan una porción significativa de la economía global. En este sentido, todos tenemos un papel en esta historia, y el gobierno de Estados Unidos tiene la obligación de asegurar que las condiciones sean justas para todos.

Scott Arpajian

Hablando nuevamente como representante de mi compañía, quiero decir que como organización nos oponemos incondicionalmente a la limitación de las elecciones del consumidor. 

La empresa que dirijo nació en una época en la que Internet era un poco como el Salvaje Oeste, y floreció gracias a esa libertad. Como compañía, siempre hemos apostado por ofrecer una igualdad de condiciones, proporcionando una plataforma para grandes y pequeños desarrolladores, locales o globales, para distribuir su software de forma libre y gratuita. El juego limpio es la base de lo que somos y de lo que hacemos. Sin la neutralidad de la Red, nuestra compañía nunca se habría convertido en lo que es hoy.

Un pequeño grupo de grandes compañías no debería estar autorizado a interferir en el mercado abierto, nuestra libertad para operar, la libertad de nuestros usuarios para acceder a contenido o la libertad de expresión de cualquier persona. Perder la neutralidad de la Red es perder el Internet que nos permite conseguir tantas cosas… Significa ceder nuestra libertad para crear, crecer y prosperar online a un grupo de “guardianes” que quieren limitarla.

Scott Arpajian es CEO de Softonic

Fuente: El País