La gestora estadounidense Pimco ha estado hablando durante años del “nuevo normal”. En esos tiempos de inicio del aún vigente experimento de los bancos centrales que hemos conocido como Quantitative Easing, Bill Gross lo definió como un entorno de tipos de interés anómalamente bajo durante un largo periodo de tiempo. Unos años después, el término evolucionó con el entorno y, habiendo acertado hasta entonces, Pimco acuñó un nuevo término: “el nuevo neutral”. Daba así una vuelta de tuerca más y hablaba de un entorno de tipos de interés reales muy cercanos a cero por la confluencia de un bajo crecimiento de la productividad, del crédito y la persistencia de un desequilibrio entre ahorro e inversión y elevados niveles de deuda.

El “nuevo neutral” no durará para siempre y posiblemente estemos muy cerca del punto de inflexión hacia un nuevo régimen de mercado que, por obvio, ya ha sido bautizado como el “viejo normal”.

El “viejo normal” es un entorno en el que las cosas vuelven a ser como han sido casi siempre, como eran hasta 2008. La transición hacia un nuevo régimen de mercado genera incertidumbre y eso nunca gusta a las bolsas, pero ese nuevo régimen no es necesariamente negativo. De hecho, en un mundo “normal”, existen más factores positivos que negativos.

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En el camino de vuelta hacia el “viejo normal” y sus posibles consecuencias sobre los mercados financieros hay que pasar, valga la redundancia, por una normalización de muchos factores, como la política monetaria, los tipos de interés, la volatilidad, las valoraciones de los activos, etc. El daño que ese proceso de normalización pueda hacer a las bolsas, pensamos que estará más relacionado con la velocidad del proceso que con su intensidad. Prueben a tirar con todas sus fuerzas una bala contra la pared y verán cómo apenas ocurre nada. Es la velocidad a la que sale del arma, la que hace el agujero en la pared.

Pues bien, nervios cortoplacistas aparte, casi todos los factores indican a que el arriba mencionado será un largo y progresivo, por no decir lento, proceso de normalización en el que unas variables normalizarán antes que otras.

Desde 1995, la media de sesiones en el S&P 500 con movimiento por encima del 1% fue de 52 días, en 2017 hubo solo 26

Lo más anómalo vivido en los últimos años posiblemente sea la política monetaria y las consecuencias que unos tipos de interés incluso negativos han tenido sobre la volatilidad y la valoración de los activos en general. Es cierto que la política monetaria en EE UU está cambiando. Los años de relevo en la presidencia de la FED siempre vienen acompañados de incertidumbre y este no podía ser la excepción.

En esos años, los mercados han experimentado unas correcciones en promedio del 10,5% y, esta vez, es lo que ya han hecho. Quizás el mercado fue demasiado complaciente con el “continuismo” de Powell y, en su primera rueda de prensa, el nuevo presidente de la FED haya dejado abierta la puerta a políticas algo más restrictivas que las de su predecesora, pero siempre apoyándose en una economía que goza de buena salud.

Otro de los factores que deben normalizarse son las valoraciones. Las bolsas, especialmente la americana, no están baratas pero ese exceso de valoración, medido a través del PER (precio / beneficios), se puede corregir por una caída de los precios de las acciones o simplemente, con los beneficios empresariales creciendo a un ritmo superior que el precio de las acciones.

La normalización que más horas de sueño puede quitar a los gestores, siendo consecuencia de las dos anteriores, es la normalización de la volatilidad. Esta lleva años en tendencia a la baja y ha alcanzado niveles extremadamente bajos, llegando, en mi opinión, a no ser una medida realista del riesgo asumido en determinadas inversiones. Pues bien, la volatilidad es la variable que parece haber sido la primera en iniciar el proceso de normalización para no volver atrás. Esto tiene algunas consecuencias relevantes especialmente para aquellos inversores institucionales que trabajan con un presupuesto de riesgo determinado, medido en términos de volatilidad.

Para la mayoría de los lectores, el hecho de pasar a un nuevo régimen de volatilidad tiene una derivada algo más sencilla: pasan a peor vida. Peor vida porque habrá más días de movimientos más intensos y de caídas de las que en el “viejo normal” eran frecuentes y no eran señal de mercado bajista, pero de las que prácticamente nos habíamos olvidado en los últimos años.

Como ejemplo ilustrativo, la media de días de mercado con movimientos superiores al 1% (alcistas o bajistas) para el S&P 500 desde el 1995 es de 52 sesiones. En 2017 hubo 26 días, muy concentrados en el último trimestre, y en lo que llevamos de 2018, ya llevamos 16.

Para navegar la transición hacia el “viejo normal”, será necesaria la ayuda de gestores o asesores profesionales que tengan una adecuada consciencia sobre los riesgos asumidos. En los puntos de inflexión el control de riesgos toma especial importancia y es cuando un juicio cualitativo sobre el riesgo, complementado al cuantitativo más frecuente, puede aportar mayor valor en el proceso de construcción de carteras.

Diego Fernández Elices es director de Inversiones de A&G Banca Privada.

Fuente: El País