Llega de los primeros y se va de los últimos (nunca antes de que lo haga el jefe). Siempre parece estar atareadísimo, gesticula y suele lamentarse de la enorme carga de trabajo que soporta y de la poca ayuda que recibe. Deambula por la oficina con paso nervioso y un manojo de papeles bajo el brazo, y oyéndole hablar, se diría que el futuro de la empresa recae exclusivamente sobre sus hombros. Y así se lo contará, con todo lujo de detalles, a quien quiera escucharle durante las muchas pausas para fumar o tomar café que hace a lo largo del día. Eso sí, en cuestión de productividad, sus números dejan bastante que desear. Es el retrato robot de un “presentista”, una epidemia laboral que campa por sus respetos por las organizaciones.

Según la última encuesta sobre presentismo laboral realizada por Adecco Group, el 56% de las empresas españolas afirman haber detectado alguna práctica de esta naturaleza en su plantilla durante el año pasado. Determinados vicios fuertemente arraigados en la cultura española contribuyen al enquistamiento de este problema. “En muchas organizaciones se sigue valorando positivamente a aquel empleado que dedica más tiempo que el resto de sus compañeros y del que marca su jornada de trabajo a la realización de tareas adicionales”, lamenta Víctor Candel, socio director de Etrania. El “calentamiento de silla” se convierte, así, en deporte nacional. Una situación que se acentúa, señala Javier Blasco, director jurídico del Grupo Adecco, con la inestabilidad laboral. “Aquellos empleados que se creen más vulnerables intentan justificarse ante la empresa alargando su jornada horaria”, explica.

Horas y productividad

Pero trabajar más horas, recuerda Luis Colmenero, coach y autor de la marca Coachingümer, no equivale a trabajar mejor. Más bien al contrario. Porque “hacer lo que toca en el tiempo que toca es un indicador de que se tienen amplias competencias profesionales. En Alemania un trabajador que sale más tarde de lo que marca su horario laboral es visto como un incompetente”, asegura. Candel lo corrobora: “Si fuera cierto que un profesional cumple mejor sus objetivos por el hecho de ocupar físicamente su puesto, España no estaría a la cola de Europa en productividad por hora trabajada”, argumenta.

El impacto del presentismo no se deja notar únicamente en el rendimiento individual de quienes lo practican; todo el equipo acaba sufriendo las consecuencias. “Porque sus compañeros tienen que suplir su falta de implicación asumiendo una sobrecarga de trabajo que no les corresponde”, advierte Miguel Fresneda, socio de Woffu. Si, además, prosigue, la compañía no corrige rápidamente la situación, se corre el riesgo de que se produzca un peligroso efecto contagio. “Si el presentismo se consiente, a la larga se toma como una actitud aceptada y válida dentro de la empresa, y acaba imperando la ley del mínimo esfuerzo”.

El problema está en que no siempre resulta fácil desenmascarar a estos “escaqueadores” de cuerpo presente. Fresneda indica que las empresas grandes y los trabajos de oficina son el hábitat en el que esta especie laboral se desenvuelve más a sus anchas, “camuflados entre llamadas, correos electrónicos y reuniones”. Según la encuesta de Adecco Group, una de cada cinco empresas españolas no aplica ningún método de control del presentismo. De las que lo hacen, un 77% controla los horarios de entrada y salida, el 23% aplica restricciones al uso de Internet y el 18% limita el uso del correo electrónico.

Pero sería injusto e ingenuo cargar toda la responsabilidad de esta práctica nociva en los trabajadores. Los expertos apuntan a las propias organizaciones y a sus directivos como grandes instigadores. Eva Rimbau, profesora de la UOC, cita factores como el exceso de carga de trabajo, la falta de recursos o una mala distribución de las tareas por parte de los jefes. “Para la alta dirección y, especialmente para sus fundadores, la empresa es su vida y todas las horas que le dediquen serán pocas. Pero les cuesta entender que sus empleados no lo ven de la misma manera”, dice. De hecho, los horarios descontrolados de ciertos mandos con pocas ganas de irse a su casa temprano pueden arrastrar a sus subordinados más próximos. “Muchas veces, el jefe llega más tarde (que para eso es el jefe), y lo compensa saliendo más tarde también. Pero sus colaboradores no tienen esa prerrogativa. Ellos tienen que estar en su puesto a su hora, y, sin embargo, no se van hasta que lo hace el superior”, expone Rimbau.

Flexibilidad necesaria

¿Cómo cambiar esta tendencia? Desde diversos ámbitos se solicitan medidas que apoyen la conciliación, el teletrabajo, el trabajo por objetivos y en las que el horario laboral deje de usarse como una herramienta de control. “Hay que favorecer sistemas de flexibilidad horaria para evitar que el empleado tenga que dedicarse a tareas personales en horario de trabajo por la imposibilidad de adecuar su jornada”, reclama Javier Blasco. La tendencia, agrega, es relativizar el concepto de horario de trabajo. “Todos combinamos vida personal y laboral. Por ejemplo, el uso de los smartphones dentro o fuera del trabajo puede satisfacer tanto nuestros intereses como los de la empresa. Y también prolongar la jornada a cambio de incorporarnos más tarde o de tener mayores pausas ofrece ventajas, como la de evitar las horas punta o disponer de tiempo para practicar deporte o hacer gestiones personales en horario diurno”.

No será sencillo. Al fin y al cabo, se trata, fundamentalmente, de una cuestión cultural. Luis Colmenero: “No se logrará mientras persistan costumbres como la de contemplar los eventos y comidas de empresa como una pseudo-obligación laboral o esas continuas reuniones que terminan a horas intempestivas”. Además, concluye Rimbau, siempre habrá casos perdidos. “Adictos que solo logran sentirse realizados a través del trabajo, presentistas radicales de los que van a la oficina un sábado a ‘rematar cosas’ y creen que la empresa quedará sumida en el caos si ellos no están allí para evitarlo”.

Fuente: El País