En los próximos días 50.000 toneladas de arroz surcoreano llegarán a Corea del Norte. Así lo anunció la agencia de noticias nacional Yonhap, haciendo referencia a la emergencia humanitaria que sufre el “país empobrecido”. Corea del Sur puede permitirse dar limosna a su vecino y archienemigo, con quien cinco décadas atrás compartía la escasez. Tras protagonizar uno de los mayores desarrollos económicos del siglo XX, Seúl debe hacer frente ahora a los problemas propios de una economía madura en la que todas las alarmas parecen haberse encendido a la vez. Su PIB ha caído un 0,4% en el primer trimestre del año, el peor resultado en una década.

Hasta 1970 Corea del Sur fue un país subdesarrollado. En apenas 40 años se convirtió en la undécima economía del mundo mediante la perfecta fábula capitalista. Aún más por comparación con su hermanastro norteño: mientras el PIB de Corea del Norte se ha mantenido plano, el de Corea del Sur es una pendiente escarpada con apenas dos repechos superficiales, la crisis financiera asiática de 1997 y la global de 2008.

Este éxito se ha bautizado como el milagro del río Han, a imitación del milagro del Rin, la casi mágica recuperación económica de Alemania Occidental y Austria tras la Segunda Guerra Mundial. Una de las imágenes de esta transformación son las chaebols, gigantes comglomerados empresariales familiares como Samsung, LG o Hyundai. A lo largo de este proceso, Corea del Sur se ha convertido en una democracia plenamente integrada en el orden global. Quizá demasiado, ya que sufre hoy las consecuencias de tener un mercado demasiado abierto y los desequilibros estructurales del rápido crecimiento.

“A menudo se hablar de Corea del Sur como el termómetro de la economía mundial”, apunta Alex Holmes, economista de la consutora Capital Economics. “Esto se debe a que su mercado es muy dependiente del comercio, las exportaciones representan alrededor del 60% del PIB, un porcentaje muy alto”. Según esta referencia, la situación no es buena: Corea transita la última etapa de una desaceleración tras un prolongado periodo de crecimiento que a menudo alcanzó los dobles dígitos y estuvo sistemáticamente por encima del 5% hasta 2001. En 2018, en cambio, creció apenas un 2,7%, el ritmo más lento de los últimos seis años. No parece que 2019 vaya a ser el año de la remontada tras la caída del primer trimestre. El pilar de su economía, las exportaciones, flaquean.

“Una ralentización de sus exportaciones era, hasta cierto punto, inevitable”, señala Randall Jones, economista jefe de la OCDE para Corea del Sur, “porque se había convertido en el séptimo exportador mundial pese a ser un país pequeño e incapaz de aumentar su producción rápidamente. Estamos ahora en una etapa de decrecimiento”. Las ventas exteriores decrecen: un 9,4% en mayo por sexto mes consecutivo y, según la OCDE, “seguirán cayendo”.

La economía surcoreana está muy interconectada con la de China, quien se lleva un cuarto de sus exportaciones, es decir, más de una décima parte del PIB del país sale de bolsillos chinos. Es, de hecho, uno de los pocos países que pueden presumir de ostentar un superávit comercial en su relación con el gigante asiático. Pero la demanda china se desinfla. Desde diciembre, a un ritmo del 18%. Este proceso se ha visto acelerado por la guerra comercial. Aunque no tanto como cabría esperar.

Como explica Holmes, “Corea del Sur está muy expuesta a la guerra comercial porque exporta bienes intermedios que se incorporan a la cadena de producción tanto de Estados Unidos como de China, por lo que una caída en las exportaciones de ambos países supone también una caída en las suyas”. En el veneno, no obstante, está la cura: “Las sanciones hace que EEUU busque nuevos mercados y muchas de esas nuevas compras se dirigen a Corea del Sur. Este efecto ha cubierto la mayor parte de la caída, por lo que el impacto hasta ahora no ha sido tan fuerte como podría”. El fin de la guerra comercial no parece cerca, por lo que el largo plazo sigue siendo una incógnita.

Pero la culpa no puede ser siempre de los demás. Muchos de los desafíos que enfrenta la economía coreana tienen que ver con las consecuencias de un crecimiento acelerado y una desacertada gestión política. En materia monetaria, por ejemplo, fue muy criticada la decisión del Banco de Corea de mantener los tipos de interés. Preocupa la caída del won, que se aceleraría por tipos bajos, así como los altos niveles de deuda familiar, pero la razón principal es no reconocer que la subida del precio del dinero de noviembre de 2018 fue un error. “El Banco está siendo lento, quizá porque quiere salvar la cara, pero nosotros apostamos que esa bajada llegará este año, quizá en julio”, prevé Holmes.

Política equivocada

La política laboral también ha sido equivocada. La estrategia de Moon Jae-in desde que accedió a la presidencia del país fue alcanzar un “crecimiento dirigido por los ingresos”, es decir, recuperar el rumbo económico incentivando el consumo y las rentas familiares. Esta idea ha llevado a realizar dos importantes subidas consecutivas del salario mínimo: un 10,9% en 2019 después del 16,4% de 2018 para alcanzar los 8.350 won por hora —6,34 euros—, una cifra superior a la de EE UU, pese a que su PIB per cápita dobla al surcoreano. Las cosas se han hecho demasiado rápido y el resultado ha sido nefasto: la tasa de desempleo se elevó en enero hasta el 4,4%, la mayor subida en nueve años.

Y de fondo, la demografía como gran problema estructural, el de una población que envejece más rápido que en cualquier otro país rico del mundo. Hoy uno de cada diez coreanos tiene más de 65 años, proporción que en los próximos 15 años pasará a uno de cada cuatro. “Las perspectivas son preocupantes, especialmente porque a causa de su rápido crecimiento Corea no ha desarrollado su Estado del bienestar”, apunta Jones, antes de proponer soluciones. “El Gobierno debe luchar en tres ámbitos. Primero, retirando la ley de jubilación forzosa. Segundo, facilitando la incorporación efectiva de las mujeres al mercado laboral. Y tercero, corrigiendo la tasa de nacimiento, la más baja del mundo desarrollado”. Y añade, “una clave es fomentar el equilibro entre la vida personal y profesional”. Así podría romperse un círculo vicioso que hace que los surcoreanos ni siquiera tengan tiempo para emparejarse.

Para lidiar con todas estas cuestiones el presidente Moon nombró el viernes un nuevo secretario jefe de política, quien ha anunciado que redoblará los esfuerzos para mejorar trabajos e ingresos. En el tercer año de su legislatura, Moon busca un cambio que devuelva al país a la senda del progreso. Los problemas son de calado, pero nada hace pensar que Corea tenga que volver a mendigar granos de arroz.

Fuente: El País