Una de las grandes armas de las guerras culturales contemporáneas es el privilegio. El cruce de acusaciones de privilegio entre derecha e izquierda es constante. Es un buen tapón argumentativo y una herramienta efectiva para silenciar al adversario político: tu condición te impide hablar de esto.

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La derecha acusa a una supuesta izquierda liberal y cosmopolita de vivir en una burbuja de privilegio. A veces tiene razón, pero a menudo las acusaciones provienen de una derecha elitista y antigualitaria que, tras las victorias de Trump y el Brexit, se ha autoproclamado voz del pueblo. Es una derecha que solo se acuerda de la desigualdad, el racismo o el machismo cuando puede usarlo contra la izquierda.

La izquierda, en cambio, no solo usa el argumento del privilegio en términos económicos, sino que lo extiende más allá: es un estado mental, una identidad casi indisoluble, y es algo incluso impregnado en la cultura o en las instituciones. Entiende el privilegio como una ventaja innata que no solo se explica con la economía o la clase, y que tiene que ver con la identidad (hombre, blanco, heterosexual).

A menudo, quien expresa constantemente su condición de privilegiado lo hace para mostrar su propia virtud. La expiación de los pecados te convierte en víctima

Hay privilegios que van más allá de la clase o lo material: una justicia social inteligente no puede dejar de lado la variedad de opresiones que existen por raza, sexo o género. La interseccionalidad nació para ser más riguroso en la lucha contra las desigualdades. Pero este enfoque es a menudo difícil de medir, y roza la mística y el esencialismo identitario. El individuo se convierte en una abstracción y deja de ser un fin en sí mismo. No es nada más que un sujeto histórico, que carga con el privilegio de sus antepasados. El análisis suele ser simplista y unicausal: todo se explica a partir del privilegio y no se tienen en cuenta la socialización, la psicología y otras causas que construyen la identidad.

Es un determinismo y una actitud poco emancipadora porque, en cierto modo, impide escapar de la tiranía del origen. Uno puede escapar de su clase social, aunque el ascensor social está cada vez más estropeado, pero generalmente no puede trascender su etnia o su género (aunque está el caso de las personas transgénero).

Este “giro del privilegio” se produce cuando la desigualdad económica está aumentando. Se ha sustituido un análisis del privilegio sencillo de medir, como es la condición económica, por otro más complicado de cuantificar: la identidad. Cuando hablamos de condiciones materiales podemos usar herramientas redistributivas. Pero acabar con el privilegio identitario parece imposible, y habría que preguntarse de qué sirve que el privilegiado sepa que lo es. Porque una de las estrategias contra el privilegio es lo que en Estados Unidos se denomina check your privilege: pedir al privilegiado que sea consciente de su privilegio, de sus ventajas innatas y de opresiones en las que participa inconscientemente.

Puede ser una actitud sana y útil si fomenta cierta humildad y nos ayuda a conocer el lugar que ocupamos en la sociedad, y cómo eso afecta a los demás. Pero a menudo no se tiene en cuenta su efectividad y se usa como arma ideológica contra el adversario. A veces recuerda a la penitencia católica o a la autocrítica marxista (del análisis dialéctico). Con el check your privilege, uno le hace la autocrítica al adversario.

Es una actitud que además puede servir para que los privilegiados económicos escurran el bulto. Hay millonarios que blanquean su privilegio económico al limpiar sus pecados o privilegios identitarios. El privilegio puede cegarte, pero la conciencia del privilegio no te hace necesariamente más empático. A menudo, quien expresa constantemente su condición de privilegiado lo hace para mostrar su propia virtud. La expiación de los pecados te convierte en víctima. El autoexamen se transforma en una terapia de autoayuda que diluye el privilegio y lo convierte en un espectro que nos iguala (¡todos somos pecadores!).

Y no solo eso: la acusación de check your privilege, a menudo, no se ejerce sobre el machista explícito, ya que no se autoexaminará fácilmente. Se le exige al concienciado que se desvía de la norma. Es una acusación entre privilegiados que busca más la pureza moral que el entendimiento, el debate o la empatía, justo cuando son más necesarios.

Ricardo Dudda es periodista y miembro de la redacción de Letras Libres.

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Fuente: El País