Reconocer patrones y, en base a ellos, predecir la que en teoría debería ser la solución más adecuada de entre miles de millones de posibilidades. Esto es todo lo que se puede esperar que aprendan a hacer las máquinas solas en un futuro cercano. Nada de tomar conciencia de si mismas, concebirse como entes pensantes y con plenos derechos, organizar una revolución y llevar a la humanidad al borde del apocalipsis como castigo por su soberbia. Por ahora. Los expertos destacan, en cambio, las infinitas posibilidades que tiene la inteligencia artificial en el momento en el que se estiran conceptos como “reconocimiento de patrones” para sectores como el retail, la medicina, la industria automovilística e incluso la industria armamentística. Terminator no llegará mañana, pero los expertos alertan: es posible que Skynet no sea el mayor problema.

La cuestión ha sido objeto de debate esta semana en la la sede de la prestigiosa escuela de negocios IMD, en ciudad suiza de Lausana, donde, como cada año por estas fechas, se han dado cita importantes personalidades del mundo de las finanzas y los negocios para tratar de vislumbrar las nuevas tendencias que ofrece un mundo que, todos coinciden en señalarlo, cambia a una velocidad cada vez más acelerada. Ante un auditorio repleto, el profesor Amit Joshi, que ha pasado los últimos cinco años investigando sin descanso acerca de la inteligencia artificial, ha tratado de aclarar algunos conceptos: “Hablar de que las máquinas puedan replicar exactamente todas las tareas que puede hacer un ser humano es hablaros de ciencia ficción, y no he venido a hablaros de eso. He venido a mostraros los dos lados, el positivo y el negativo, de la Inteligencia Artificial”.

Las tareas que pueden hacer las máquinas, explicó el profesor, andan a la par con lo que pueden hacer las hormigas, y están todavía lejos muchas de las cosas que pueden hacer los chimpancés. En los últimos 10 años, el paso fundamental ha sido pasar de dar órdenes directas a las computadoras a proporcionarles, directamente, cientos de miles de millones de ejemplos de los que pueden extraer patrones: eso es lo que distingue una calculadora de la inteligencia artificial. Como resultado de ello, según las estimaciones presentadas por el doctor, para 2030 China pondrá sobre la mesa más de seis billones de euros en seguir desarrollando esta tecnología, más de los cinco millones y medio que forman la suma de la la inversión de América del Norte y Europa. La clave de esta carrera por dominar el machine learning estriba en la velocidad y el volumen de procesamiento.

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“Lo que ha sucedido con los coches autónomos es que hemos convertido la tarea de conducción en un patrón: si el semáforo está en rojo, para; si está en verde, acelera. Son órdenes que se pueden dar con algoritmos. En China ya hay una ciudad entera cuyo tráfico funciona con Inteligencia Artificial”, explicó Joshi en alusión a la ciudad de Hangzhou, que desde octubre de 2016 regula factores como la frecuencia con la que cambian los semáforos de color dependiendo de cuántos coches haya circulando.

Expertos como Joshi ven en ello una revolución para sectores como el retail, en el que ahora las empresas pueden ofrecer respuestas casi personalizadas que se ajusten a las datos recogidos entre cientos de miles de clientes. Lejos de lo que se suele pensar, las máquinas no amenazan tanto los trabajos estrictamente manuales como ciertos empleos que tradicionalmente se consideran a salvo del devenir de los nuevos tiempos: “La inteligencia artificial no puede sustituir a la persona que coge una caja y la coloca en un almacén. Pero sí puedo sustituir a todos los ayudantes de un abogado que hoy se encargan de revisar jurisprudencia y aconsejarle. Y en último término, si introduzco cientos de miles de patrones para que la IA identifique un tumor, lo siento, señor médico, pero a lo mejor ya no necesito que me diagnostique”.

Un cambio de paradigma de estas características requiere una nueva sociedad y, por tanto, una nueva educación. Joshi lo tiene claro: nada de centrar la formación en escribir, leer y hacer cuentas. En vez de eso, el docente propone centrar las escuelas en habilidades que complementen a la IA: comunicación, colaboración y creatividad. Minutos después de acabar sus charlas, acodado en una mesa alta desde la que, con su característico entusiasmo, no puede evitar inclinarse hacia adelante al matizar su afirmación: “Sí, puedo imaginar a una legión de profesores diciendo que estoy loco. Bueno, en la India, de donde yo vengo, la memoria y las matemáticas son casi una religión. Yo no propongo acabar con ello de la noche a la mañana, sigue siendo necesario. Pero, poco a poco, la balanza debe ir inclinándose hacia saberes que aporten valor a los estudiantes”.

Peligros

Al propio Joshi no le cuesta nada identificar los peligros que trae consigo la inteligencia artificial. En primer lugar, destaca, una potencial pérdida de privacidad a la que los más jóvenes están más que acostumbrado, pero que siembra de incertidumbre el futuro: “Que Netflix trate de adivinar qué serie me apetece ver a lo mejor no me importa mucho. Que Facebook calcule con algoritmos basados en mis fotos cuándo estoy a punto de casarme puede ser bastante rarito, pero a lo mejor tampoco le doy más vueltas. Pero hablemos de algo más delicado: los seguros médicos”. Para el investigador, es factible un futuro donde una aseguradora estipule que el precio a cobrar a un cliente debe ser muy alto porque un ordenador se ha conectado a sus redes y se ha dado cuenta de que acude regularmente a esquiar.

Se trata de decisiones, además, que no siempre tienen un origen claro. La posibilidad de hackear un sistema de este tipo existe, y hay que contar con un factor elemental: por muchos datos que se posean, por muchas encuestas que se manejen, las personas, de forma deliberada o no, mienten a la hora de revelar sus gustos: “Una vez un ordenador te da una respuesta, es tal el volumen de información que ha manejado para hacerlo que es imposible preguntarle por qué, por anómalo que sea lo que diga. No podemos saber por qué nos contestan lo que nos contestan”, dice Joshi.

Pero si hay un peligro importante acechando ese es el de la guerra. El investigador ofrece una cifra heladora: actualmente, son 30 los países que están desarrollando armas o la han desarrollado ya con tecnología basada en IA: reconocimiento de patrones, órdenes de disparar en caso de que sucedan cierto tipo de cosas y, por parte de los soldados, durante el resto del tiempo, tan solo esperar. Joshi resume en qué consiste la amenaza y vuelve al comienzo de su explicación: “Este año se debía tratar este tipo de cuestiones en una convención sobre inteligencia artificial en Ginebra, pero se aplazó para el año que viene. Por ahora, a los países les sale más rentable hacer trampas y desarrollar la tecnología, y después ya se verá si legislan. No es Terminator, pero también da miedo, ¿verdad?”.

Fuente: El País