Bajo la batuta del hiperactivo Elon Musk, Tesla se ha propuesto acelerar la caída en desgracia del motor térmico con una apuesta tan decidida (contratación de talento, investigación, cesión gratuita de sus patentes a la competencia…) como arriesgada: según Bloomberg, la empresa registra pérdidas de casi 7.000 € por minuto, lo que podría provocar su bancarrota el próximo verano. Sin embargo, los inversores mantienen su fe y el NASDAQ la respalda con una tendencia alcista.

Los motivos hay que buscarlos en la inminente comercialización de los frutos de su I+D. Mientras esperamos al Model3, que promete democratizar la experiencia Tesla con un precio entre los 30.000 y los 50.000 €, nos ponemos frente al Model S P100D. Un vehículo de gama alta (en torno a 90.000 €) de líneas exteriores elegantes y deportivas.

Es en el interior donde empezamos a sentir que no es otro coche más. Llama la atención la amplitud del habitáculo y su pantalla táctil de 17”, con la que es posible configurar cada detalle: desde la temperatura a la altura de la suspensión, pasando por la creación de listas de reproducción en la cuenta Spotify Premium incluida de serie en cada vehículo.

La interfaz es óptima, aunque se agradecería una arquitectura de información algo más intuitiva y mayor jerarquía visual en los componentes. Tal vez pronto lo veamos mejorado en alguna de sus actualizaciones de software, no solo enfocadas a cambiar el aspecto visual del salpicadero sino también a incluir nuevas funcionalidades u optimizar el rendimiento de las baterías.

Quizá sea un catador compulsivo de tecnología pero seguro no soy un experto del mundo del motor. Sin embargo, frente al volante sus virtudes asombran a los ojos más profanos. Destaca la perfecta ergonomía. Permite, incluso, crear y guardar perfiles de conductor de modo que el asiento y el volante se ajusten automáticamente a sus parámetros.

Con todo listo, nuestro Tesla comienza a rodar silencioso y felino. Me incorporo a la autopista y piso con firmeza el acelerador. Sin palabras. De 0 a 100 km/h en algo menos de tres segundos. Definitivamente, esto es el “efecto wow” según Tesla: el asombro ante la reinterpretación de lo cotidiano.

Un día con Tesla

07:30 h → Mediante la app, sin salir de la cama, ordeno poner el coche a 23º. Minutos después entro, me quito el abrigo y la temperatura exterior sólo es una cifra más del salpicadero.

08:45 h → Hora punta. Se impone conducción agresiva. Su capacidad de respuesta me asombra. Un amplio sedán que caracolea (casi) como una escúter entre el tráfico.

12:30 h → Introduzco destino en el GPS (a más de 200 km) e inicio la marcha. En ruta, destaca el silencio del habitáculo y su estabilidad. Con aplomo, los kilómetros pasan uno tras otro.

15:00 h → Llegada. Energía al 58%. Es suficiente para volver, pero lleno en 20 minutos la batería en un supercargador. ¿Quién dijo que el coche eléctrico es para trayectos cortos?

16:30 h → Durante la vuelta pongo a prueba los comandos por voz integrados. Decepción. Sólo logro cambiar la música o manejar el GPS con un proceso de interacción poco natural.

18:30 h → Atasco. Acelera-frena-acelera. Activo el piloto automático. Me olvido y sin tocar pedal o volante mantengo la distancia con el coche delantero en esta tediosa procesión.

Fuente: El País