Hoy en día las empresas operamos en un mundo tan complejo, global e interconectado que nos obliga a entender bien los riesgos a los que nos enfrentamos y convertirlos en una oportunidad para tomar mejores decisiones. Se trata de algo que va más allá de una obligación y que nos ayuda a cuidar de nuestros empleados, de nuestros clientes y de nuestra cuenta de resultados, además de proteger la reputación de nuestra marca y el crecimiento de nuestras organizaciones.

Según el barómetro de riesgos 2019 de Allianz, existen cinco riesgos principales que preocupan al sector turístico en España. El primero es la pérdida de beneficios a consecuencia de la interrupción en la cadena de suministro. A ese mal se le unen los incidentes cibernéticos que puedan ocasionarse, relacionados en su mayoría con la pérdida de datos, los fallos tecnológicos o los ciberdelitos.

Tras el aciago incendio de Notre Dame, otro de los riesgos que más ha crecido en el sector son los causados por incendios y explosiones por distintos fallos o descuidos técnicos. Entre los imprevistos más temidos también aparece un cuarto grupo, las catástrofes naturales como tormentas, inundaciones o terremotos, que provocan daños duraderos, tanto por lo causado como por la reparación posterior. Por último, en el indicador aparecen los riesgos políticos, de legislación y regulación, ante los que se invita a estar atentos a cambios que puedan afectar al negocio.

Si echamos un vistazo a los titulares recientes muchos nos avisan de la desa­celeración del crecimiento chino, el incremento de la incertidumbre en España o la ralentización de la economía mundial. Acercándonos a la información turística, la creación de empleo en este sector también se ha moderado en los últimos meses y para 2020 se espera que continúe la desaceleración ya iniciada en 2019.

Las cifras efectivamente empiezan a confirmar que el frenazo económico es más profundo de lo esperado y Europa protagoniza el centro de la ralentización mundial, con un crecimiento estimado de apenas un 1% este año. Podemos decir por tanto que los mejores años han quedado atrás y que las perspectivas empeoran claramente. Los grandes países de la Unión Europea (Alemania, Francia y Holanda) ya han lanzado este año medidas para estimular sus economías, porque la inercia positiva ha quedado atrás y ahora toca ser proactivos.

Además, nos encontramos con otros desafíos estratégicos. Los riesgos geopolíticos, como el Brexit, que constituyen amenazas interconectadas que ponen en peligro la operativa y el crecimiento de nuestros negocios; y los nuevos modelos de negocio en sí, donde la evolución en el comportamiento del consumidor y las nuevas tecnologías cambian el escenario actual de competitividad y nos llevan hacia uno nuevo basado en la eficiencia, la reducción de costes, la tecnología y la gestión de los nuevos riesgos.

En este contexto, las reflexiones que nos hacemos nos pueden hacer dudar de nuestras propias compañías. ¿Nos hemos preparado para esto? ¿Cuáles son las estrategias empresariales que estamos implementando? ¿Comprendemos y nos adaptamos a gestionar un nuevo entorno donde prima la incertidumbre?

En efecto, nos encontramos ante una profunda transformación cultural, económica y tecnológica que nos lleva a hacer las cosas de otra manera, e incluso a pensar de otra forma para diferenciarnos, ser más eficientes y ofrecer mayor valor añadido. En definitiva: aportar más creatividad y transversalidad a lo que hacemos.

La transformación de las personas, como empleados y como consumidores, es ya un reto estratégico para las empresas que nos dirige hacia un cambio importante donde la tecnología y la automatización de los procesos debe convertirse en una oportunidad y no en una amenaza. De ahí la importancia de dotar a los empleados de las herramientas necesarias para crecer dentro de la empresa y sobre todo escucharles, igual que estamos escuchando cada vez más y mejor a nuestros clientes.

Vivimos en un mundo ya muy familiarizado con el riesgo y, de acuerdo con las mejores prácticas de buen gobierno corporativo, tenemos la obligación y la necesidad de identificarlo y controlarlo en la medida de lo posible y no de una manera intuitiva, sino científica.

Juan Carlos Tárraga es director para Baleares y subdirector general de Willis Towers Watson Iberia

Fuente: Cinco Días