No pueden con él. El profesor Giovanni Valentini pasea de un lugar a otro de la clase cuestionando las respuestas de sus alumnos, como un maestro de ajedrez que juega varias partidas a la vez contra principiantes. Bajo la vigilancia de un cuadro de la Virgen María, una pregunta se proyecta en dos pantallas digitales situadas en los extremos de una clase semicircular, de aire asambleario: ¿fue la compra de la aplicación Whatsapp, por parte de Facebook a cambio de 19.500 millones de euros, el negocio de la década o fue, sin embargo, una dilapidación del dinero de los inversores? Un alumno se lanza desde las primeras filas: “Gracias a esta compra, Facebook podrá incidir en su estrategia de entablar conexiones entre la gente”. “Bueno, pero conectar a la gente, ¿para qué? ¿Vas a pedir a tus inversores casi 20.000 millones de euros diciéndoles solo que quieres conectar gente?”, cuestiona el docente.

Desde el fondo justifican la compra aduciendo a una estrategia defensiva: se trataba de que la aplicación no cayera en las manos de Google. Tampoco sirve: el miedo a la competencia no explica una inversión tan enorme. La batalla se prolonga durante más de una hora, a la que hay que sumar 20 minutos porque, al acabar la lección, cinco alumnos se acercaron a la mesa de Valentini a seguir defendiendo su postura. “Sí, lo que usted dice tiene sentido”, se despide el último. El profesor explica su estrategia: “Bueno, a veces van todos contra mí, y a veces se genera el debate entre ellos. Más que lo puramente teórico, que también, lo que me interesa es ampliar sus horizontes, que cambien sus ideas y flexibilicen sus marcos mentales”. El doctor se ríe al recordar algunas respuestas: “Esta gente va a dirigir empresas el día de mañana. ¡No pueden decir que van a gastarse ese dinero y que luego ya veremos! En realidad, defendieron la compra hasta el final porque idolatran a Zuckerberg”.

Valentini forma parte del centenar de profesores a tiempo completo que tiene el IESE, una de las escuelas de negocios más prestigiosas del mundo. Con sedes en Barcelona, Madrid, Nueva York, Múnich y São Paulo, su MBA, que cuesta 80.000 euros, ocupa la tercera posición en Europa en el último ranking de Finantial Times. Lo hace con un método socrático en el que se debate en equipo un caso empresarial, una seña de identidad de las escuelas de negocio y de esta en particular, desde su fundación hace más de medio siglo. También lo es invitar a personalidades relevantes del mundo de la empresa para que los alumnos encuentren en ellos inspiración. Hasta la sede de Barcelona se acercó esta semana Ferran Adrià para hablarles sobre lo complejo que resulta un concepto básico como la innovación. “Llevo años diciendo que son necesarias escuelas de negocios también para pymes. Lo que encuentro en estas charlas son respuestas de gente que algún día serán líderes de su sector”, explica el cocinero, tras concluir su ponencia.

Un día en el MBA que forma a la futura élite

“El IESE plantea problemas y obliga al alumno a hacer chocar sus marcos de referencia con los del que tiene al lado. Les decimos: ‘Yo no te voy a enseñar, pero espero que aprendas”, explica Carlos García Pont, un ingeniero que dirige el MBA desde hace tres años. Para que todo funcione, el IESE cuenta con un exigente proceso de selección. Este toma en cuenta las preceptivas pruebas de inglés y de conocimientos matemáticos y estadísticos, a los que se suman las valoraciones sobre un currículum vitae en el que es conveniente tener al menos cuatro o cinco años de experiencia en empresas de cierto prestigio. Una de las partes más decisivas es la entrevista personal, donde la institución se asegura de contar con alumnos inquietos y de mirada amplia. Lo explica el director: “Cuando viene un alumno con unas notas extraordinarias, que solo puede hablar de su rendimiento académico, lo rechazo. Si, además de tener esas calificaciones, juega al fútbol y toca al piano, pienso que al menos se mueve”. Los criterios son aún más exigentes para la selección de docentes, aunque también son más fáciles de resumir. “El IESE lo fundó un grupo de personas pertenecientes al mundo de los negocios que querían mejorar el mundo. A un profesor le pido que sepa para qué existimos”, afirma García Pont.

Es algo que sabe el doctor Kandarp Mehta, profesor de creatividad. Tiene clase programada en un aula, pero ha preferido bajarse con los alumnos a la cafetería, donde cuentan con más espacio para poder pensar mientras caminan de un lado a otro, ya que, comenta, está demostrado que la creación tiene mucho de kinestésico, de relación con el cuerpo y el movimiento. “Son las cosas especiales de Kandarp, no todas las clases son así”, dicen los alumnos, mientras ultiman el proyecto que les ha pedido su profesor: una tienda de ropa para ciegos. “Aquí hay ya gente que viene de empresas importantes. Si les dijera que les voy a enseñar a ser creativos, me tomarían por tonto. Lo que hago es plantear situaciones que tienen que resolver”, explica Mehta, a la vez que los estudiantes desarrollan sus ideas en pizarras en las que anotan respuestas a preguntas fundamentales: ¿quieren ser una tienda de nicho o una tienda adaptada?; ¿cómo van a jugar con los otros cuatro sentidos?

Un día en el MBA que forma a la futura élite

El espacio que ocupan en la cafetería se convierte en un pequeño mercadillo. Los alumnos utilizan jerseys, abrigos y tantas prendas de ropa como tienen a mano para simular su establecimiento; las sillas marcan los hipotéticos límites de pasillos por donde circularán los futuros clientes; y las propias pizarras se convierten finalmente en las perchas de donde cuelga el producto. Claudia Mendoza, colombiana de 29 años, pide a los camareros un té de limón y un poleo menta y, con un algodón, se afana en impregnar de distintos olores las prendas de ropa. “Quería la experiencia del MBA”, comenta esta exempleada de banca, que tiene previsto ahora empezar a trabajar para Amazon. A su lado, Kang, estudiante chino de 28 años, es tal vez uno de los alumnos más familiarizados con este tipo de procesos creativos, pues procede de la industria de la música: “Este tipo de cosas nos sacan de la rutina, nos muestran otra manera de pensar. Creo que para mi futuro estas lecciones van a ser muy provechosas”. Son solo dos muestras de la torre de Babel del IESE, cuyo MBA presenta una tasa del 85% de alumnos extranjeros entre sus más de 350 estudiantes. Las clases se desarrollan íntegramente en inglés, y hablar cualquier lengua que no sea la de Shakespeare roza la descortesía.

Verónica Velo de Sebastián, catalana de 28 años, abandona la clase del profesor Mehta reflexionando sobre lo que ha significado para ella su paso por esta escuela de negocios, en la que tan solo le queda una semana para acabar: “Lo que más me ha gustado es el intercambio de ideas. Por ejemplo, ves una cosa absolutamente roja y, sin embargo, alguien a tu lado te dice que es negra. Y lo increíble es que al final terminas tú también viéndolo un poco negro”.

El futuro después del MBA

Uno de los destinos más anhelados por los alumnos del último curso, explica Velo de Sebastián, son las consultoras donde pueden seguir acumulando años de experiencia y aprendizaje. Ese es su horizonte próximo. Hay más alternativas, como la elegida por Tati Fontana, uruguaya de 28 años, que ha sido escogida por la escuela para transitar el camino que conduce a la docencia. “De la investigación me enamoré aquí”, explica, mientras remueve un café en mitad de un ajetreo provocado por el incesante ir y venir de estudiantes. Si todo sucede como el IESE planea, Fontana será pronto una profesora más entre ellos. Antes, la institución financiará cinco años de investigación que la todavía aspirante deberá completar en una universidad estadounidense de prestigio. “Un sábado por la noche, tuve una crisis y me planteé qué hacía en la biblioteca mientras el resto estaba por ahí pasándoselo bien. Después, hice repaso de lo que había hecho durante las últimas horas, y me di cuenta de que me había dedicado a mi pasión.

Otra vía es la búsqueda directa de empleo. Al cabo del año, en el IESE se celebran no menos de cinco o seis ferias a las que acuden empresas de todo tipo en busca de talento. En una de ellas, en el edificio del campus norte de Barcelona, Oxana Lapuzina ha acudido en nombre de Kantox, una compañía que ofrece soluciones a empresas en gestión de divisas. “Venimos a este tipo de encuentros porque ahora estamos creciendo muy rápido, pero no nos podemos olvidar del futuro. Aquí hay perfiles muy interesantes para nosotros”.

Fuente: El País