A la vuelta del verano, pintaban nubarrones. Menudeaban los pronósticos de una recesión en Alemania; las guerras comerciales de Donald Trump seguían en modo volcánico; crecía el augurio de un Brexit por las bravas.

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Desde noviembre, se registra un cierto giro, giro cierto pero veremos si sostenido, de esas expectativas. Lo más tangible es que Alemania, la locomotora europea, ha sorteado una vez más la recesión. Por la mínima, sí: creció un 0,1% en el tercer trimestre, para un 0,2% la eurozona y un 0,4% España. Gracias al aumento de la demanda interna (mayor consumo merced a alzas salariales y desempleo residual), un disparo de construcción y servicios y el buen hacer, contra pronóstico, de las exportaciones, pese a una industria recesiva.

Tan clave como eso: remontó el optimismo de inversores y consumidores. Noticias como el anuncio de la norteamericana Tesla de que abrirá su fábrica europea de coches eléctricos (y baterías) en Alemania y no en el Reino Unido, apuntalaron el alivio. Volkswagen empezó en el Este su producción de coches eléctricos. Y el plan de inversión pública contra el cambio climático se concretó con un Renove para este tipo de producto. La automoción sigue siendo el corazón de la industria alemana, y esta de la economía nacional y europea. Y de su vigor exportador.

Por eso es decisivo el segundo factor, una cierta distensión en el tablero de la guerra comercial multipolar de Trump. Porque Europa resulta su principal víctima indirecta: el 11% de las ventas exteriores alemanas se destina a China.

Y también es víctima directa. Así que es una buena no-noticia haber vencido sin novedades la fecha-guillotina del 13 de noviembre. Para entonces, Washington se proponía iniciar la segunda ronda de agresiones arancelarias antieuropeas, centradas en la automoción; la primera fue contra acero y aluminio; la tercera (oliva española, y otros productos sensibles), en represalia por las ayudas a Airbus.

Claro que nada es seguro y que el lunático inquilino de la Casa Blanca inventa cada día posibles castigos, ya a Francia, ya a Brasil o Argentina. Pero comparados con la eventual multiplicación por diez del arancel a los coches europeos —del 2,5% al 25%, hasta 12.000 dólares por cada vehículo producido en Europa—, son menos letales.

Redondea el panorama la perspectiva de un Brexit suave —malo, pero mejor que el mucho peor Brexit caótico— para enero. Y lo completa el estreno del mandato de las instituciones europeas, en torno a un nuevo proyecto común: el Pacto Verde.

Sobre todo porque el BCE y el Banco Europeo de Inversiones afilan ya el lápiz para financiarlo: con ayudas directas, mejor trato a los inversores bancarios… Si hay dinero, habrá proyectos, pues no falta talento. La prueba del algodón es esa convicción de que hay oportunidad de negocio.

Fuente: El País