Al poeta Dámaso Alonso le “dolían extraordinariamente los insectos”. Hoy el mundo les ha perdido el miedo y prefiere comérselos. Están catalogadas más de 1.900 especies comestibles. Bastantes, dicen, saben a nueces, cítricos o cereales. Todo un enjambre nutricional. Contienen elevadas proporciones de vitaminas, minerales y proteínas y apenas acumulan grasas. Muchos ven en ellos el nuevo granero del planeta, la respuesta a una población que en 2030 alcanzará los 8.500 millones de seres humanos y que tendrá hambre.

Este destino que impone la demografía se transforma en negocio. Los cálculos de la consultora asiática Arcluster certifican su futuro. En 2021, el mercado de los insectos comestibles superará los 1.200 millones de euros. Es un universo que reúne a una colmena muy distinta de productos: de barritas energéticas, magdalenas horneadas con proteínas de grillo o comida basada en larvas de la mosca de la fruta. Un territorio para visionarios. “Los pioneros del sector están analizado ya oportunidades”, apunta Patrick Durst, de la agencia de la ONU para la alimentación y la agricultura (FAO). “Resulta evidente que existe un mercado para los insectos comestibles y algunos emprendedores que saben asumir riesgos se están situando con rapidez para aprovecharlo”.

En Estados Unidos y Europa un poblado ecosistema de startups sondean los límites de la industria. Una de ellas es la californiana All Things Bugs. Es el mayor productor del planeta de polvo de grillo y se ha vuelto bastante conocida por la barrita energética Exo. Su fundador, Aaron Dossey, es un verdadero creyente de los insectos, su proteína y de los números que habitan. “Sí conseguimos que una libra [453 gramos] cueste menos de cinco o 10 dólares muchas de las empresas de alimentación más grandes del mundo comenzarán a encargar el producto. Al menos, eso es lo que nos han dicho”.

Porque no es solo un problema de cuadrar números sino de encajar pensamientos. Aunque en el planeta existen unos 2.000 millones de personas que comen insectos, en Estados Unidos o Europa se enroca una frontera cultural. Un rechazo entre lo “asqueroso” y lo “primitivo”. “Es importante que estos países vean los insectos como una comida sana, deliciosa e incluso de moda, que no es algo marginal ni un alimento para pobres sino para todo el mundo”, reflexiona Megan Miller, cofundador de Bitty Foods, una empresa de San Francisco que cría y tuesta grillos para convertirlos en proteína en polvo.

Estos insectos son la esperanza verde del mundo. Los grillos emiten menos gases de efecto invernadero que la ganadería, se alimentan con desechos biológicos y apenas ocupan terreno. Una granja de insectos se puede montar en cámaras verticales del tamaño de un armario. Y el riesgo de la tierra baldía queda en nada. La FAO calcula que producir un kilo de proteína animal procedente de la ganadería tradicional exige entre cinco y veinte veces más agua que generar la misma cantidad a través de insectos. Además ocupan un lugar central en la cadena alimenticia del Antropoceno. Con ellos se pueden sustentar billones de peces criados en piscifactorías. Empresas como Protix —una compañía danesa que elabora comida para pescado utilizando la mosca soldado negra— sondean este mercado que nada en aguas abiertas. También Ynsect. Esta firma francesa tiene una planta robotizada en Dole (cerca de Dijon) donde cría y procesa el gusano de la harina. Ambas han conseguido en los últimos meses captar inversiones por unos 45 millones de euros.

Fuente: El País