La mayoría de las ciudades están intentando adaptarse a un fenómeno de nuestro tiempo, la rápida urbanización y el aumento demográfico. Este crecimiento urbano originado por la evolución económica demanda mejores infraestructuras, servicios y soluciones para generar más beneficios que los costes que conlleva. El aumento de demanda de todo tipo de servicios se manifiesta especialmente en la demanda de transporte ya que, por un lado, las personas tienen que desplazarse dentro de la ciudad para realizar sus actividades cotidianas relacionadas con el trabajo y el ocio; y por otro lado, la explosión del comercio electrónico también está contribuyendo a incrementar un 20% la demanda de transporte comercial en las ciudades.

Esta presión sobre las urbes que no están concebidas para semejantes flujos de demanda de transporte genera una externalidad negativa: la congestión del tráfico. En las ciudades más importantes del planeta se ha observado un aumento generalizado del tráfico rodado durante los años 2010 a 2016 de un 14% en Londres; un 36% en Los Ángeles; un 30% en Nueva York, o un 9% en ciudades como París y Pekín.

La congestión no solo conlleva consecuencias para la salud, como un aumento de la mortalidad por accidentes y una mayor contaminación del aire, sino que imposibilita tener ciudades habitables y socava su atractivo y competitividad futuros. Ante este panorama se pone de manifiesto la necesidad de actuar. Por ello, muchas ciudades europeas han optado por replantearse su modelo urbanístico y fomentar una movilidad sostenible que beneficie a todos. Las últimas capitales europeas en impulsar planes para fomentar una movilidad sostenible y reducir la dependencia del automóvil han sido Ámsterdam, Oslo y Londres. Ámsterdam y Oslo han eliminado plazas de aparcamientos en el centro de la ciudad y el distrito financiero de Londres, Square Mile, está planeando prohibir por completo el acceso de automóviles. Otro claro ejemplo ha sido Amberes, que siendo víctima de un urbanismo modernista enamorado de las ciudades americanas, ha sabido en las últimas décadas cambiar su fama de ciudad con un tráfico insufrible. Para ello ha construido una red de carriles bici, ha ensanchado las aceras, ha creado nuevas áreas peatonales y ha impuesto restricciones de tráfico.

Una excepción a esta tendencia europea de creación de ciudades mejores para sus ciudadanos fue la paralización de Madrid Central. Pero ahora, una vez restablecido Madrid Central por decisión judicial, el nuevo ayuntamiento se plantea un plan de movilidad para los próximos 10 años. Este plan debería tener como premisa que las restricciones son solo una fase inicial hacia una perspectiva integral de la movilidad que solo puede ser facilitada por un modelo de consumo flexible.

Los nuevos modelos de consumo flexible fomentan una movilidad sin fricciones que optimiza la oferta y aumenta la demanda, garantizando la sostenibilidad. Se basan en el concepto de la movilidad como servicio, o movilidad a la demanda, donde los usuarios no necesitan adquirir un vehículo para disfrutar de la “independencia que proporciona el coche” porque el ecosistema de transporte está preparado para satisfacer sus necesidad bajo demanda.

Ofrecer a los ciudadanos este ecosistema de movilidad es factible si se fomenta la oferta de manera innovadora, lo que significa usar de manera más intensiva los activos actuales, creando las condiciones para el desarrollo de los vehículos autónomos, desplegando sistemas inteligentes de transporte, aparcamientos inteligentes y redes de conectividad con vehículos; en vez del modo tradicional y más costoso que consiste en construir carreteras, puentes, túneles o nuevas líneas de tren.

El aumento de la demanda en este ecosistema de movilidad deberá promover el uso de transportes compartidos, dedicando carriles exclusivos; deberá mejorar la última milla mediante la facilitación del uso de la nueva movilidad eléctrica de dos ruedas; deberá permitir una mayor flexibilidad a ciertos transportes que mejoren su eficiencia y acceso, y deberá flexibilizar el horario de entregas de las mercancías.

Pero estos nuevos modelos de consumo flexibles solo serán posibles con una regulación adaptada a nuestro tiempo. Un tiempo cambiante con escasez de recursos, donde la colaboración público-privada será cada vez más frecuente.

Guillermo Campoamor es CEO de MEEP

Fuente: Cinco Días