Un anuncio de perfume. Una mujer joven, de cabello rubio y ojos azules, aparece sobre un fondo de telas de color rosa: “Cada noche nace en ti una new woman. El horizonte empieza en un aroma que se vuelve magia: Swine, by Rebecca Robinson. New fragance, new woman”. A continuación, imágenes en blanco y negro y un joven modelo vestido de traje haciendo posturas frente a la cámara: “Sunset Style with blind effect. Great man, man in blanck. Abre tus ojos al look fashion”. A la conclusión de ambos comerciales, un reclamo definitivo: dos páginas web donde se puede solicitar gratis el producto. Quienes, impactados por el poder de la imagen y seducidos por la mezcla de términos ingleses y castellanos, se apresuraron en 2016 a reclamar su colonia y sus gafas, se encontraron con dos sorpresas: la fragancia olía verdaderamente mal, y las gafas no dejaban ver. En la caja de los productos venía la explicación: “Swine, en inglés, significa cerdo. Pero como no lo sabías, en el anuncio te olía solo a swine. Suena muy bien, pero huele muy mal”. Igual con las gafas: “Blind effect, efecto ciego, las únicas gafas que no te dejan ver. Oscuras, como todas esas palabras puestas en inglés solo por decir algo. ¿Lo veías claro, great man? Pues ya no”.

Los anuncios formaban parte de la campaña Lengua madre solo hay una, promovida por la Real Academia Española (RAE), que, junto con la Academia de Publicidad, buscaba hacer reflexionar a los consumidores acerca de cómo los hablantes asumen con naturalidad, sobre todo en el mundo de la publicidad y las empresas, la incorporación de términos ingleses que no son necesarios y que solo sirven para dar a los productos una pátina de falso prestigio, cuando no enmascaran directamente falta de contenido. La acción fue el resultado de un informe elaborado por ambas asociaciones que se presentó aquellos días y que ofreció un dato demoledor: si en 2003 en España apenas 30 empresas habían empleado el inglés en sus anuncios, en 2015 esta cifra se había multiplicado diez veces, hasta las 322.

Back office (por trastienda), crowdfunding (por microfinanciación), spam (por correo no deseado) o cash flow (por flujo de fondos) son solo algunas de las palabras que, con más frecuencia, se encuentran los alumnos del Grado de Economía de Javier Medina, doctor en Filología Hispánica y autor de El anglicismo en el español actual (Arco Libros), cuando este les pide que revisen la prensa económica en busca de palabras en inglés que se pueden sustituir sin muchos problemas. A ellos, cabe añadir, como más habituales, cargos como el CEO –siglas de chief executive officer– en vez de consejero delegado, community manager por responsable de redes sociales, o project manager por jefe de proyecto. El docente lleva estudiando el fenómeno desde los años 80 y 90: “Antes, había muchos anglicismos llegados del campo de la informática. Hoy, con internet, el intercambio de información es muy rápido sobre todo entre los economistas, y por ahí llegan más palabras. Es una consecuencia de que el inglés tenga la investigación y el prestigio. Hasta nuestro Ministerio de Cultura nos recomienda a los lingüistas hispanos escribir en inglés”.

Contar el número de anglicismos innecesarios que adopta el idioma, explican los expertos, sería una tarea casi imposible, pues para ello se debería disponer de un gabinete de especialistas dedicado solo a ello y que modificase una lista que es distinta cada semana. Pero esto no significa que no haya habido intentos desde ciertos ámbitos. En 2017, Francisco Acosta y Alicia Bolaños estudiaron el lenguaje de 51 artículos de psicología y psiquiatría. Su conclusión fue que en 37,2% de ellos había al menos un anglicismo innecesario, siendo el más común mindfulness, que aparecía en el 7,8% de ellos y es sustituible por atención plena.

Pero conviene no dramatizar. Los anglicismos, explican los expertos, son tan necesarios como cualquier préstamo, sobre todo cuando el idioma no tiene con qué responder a una nueva realidad, y algunos, como los puntos cardinales (norte, sur, este y oeste), que sustituyeron a septentrión, meridión, poniente y oriente, se remontan al siglo XVII. Actualmente, el diccionario recoge más de 1.500 palabras de origen inglés, y la mayoría, estiman, son pertinentes. El dialectólogo Francisco Moreno Fernández apunta al fondo del problema para hallar una solución: “Si la justificación de estos anglicismos innecesarios es algo social, evitarlos también lo es. Si los países hispanohablantes consiguiéramos ser mejores en economía, informática o ciencia, el flujo de anglicismos, con su prestigio asociado, también sería menor”.

‘Mannel’ o machopanel

Soluciones urgentes. Para atender las últimas novedades sobre préstamos y extranjerismos, entre otras cosas, existe la Fundéu, cuyo coordinador general, Javier Lascurain, explica: “El español ha crecido aceptando extranjerismos desde hace siglos, Eso no es un problema. Lo malo es la aceptación acrítica y masiva”. Así, por ejemplo, para el mundo de la empresa, Estanislao Echazú y Ramiro Rodríguez presentaron en 2018 el Primer Glosario de Comunicación Estratégica, que recoge alternativas en castellano a 350 anglicismos.

Más consultas. El número de preguntas sobre anglicismos ha aumentado en los últimos tiempos. Según Lascurain, en días concretos pueden llegar a suponer más del 40% de las llamadas. La mayoría las hacen los periodistas: economistas y empresarios se resisten aún a prestar más atención a las palabras.

Últimas soluciones. La palabra propuesta ayer por la Fundéu ante mannel, preponderancia de hombres en paneles científicos, fue machopanel o panel masculino. Pero algunas, reconoce Lascurain, se resisten: “Todavía no logro entender qué diferencia hay entre un runner y un corredor”.

Fuente: El País