Como uno de natural es escéptico y tirando a refunfuñón, tiendo a pensar qué aportan a la economía, a la sociedad o al confort del consumidor las empresas de nuevo cuño que revolucionan lo que sea. El Uber de los tomates, el AirBnB del bricolaje o el Amazon de las bicicletas. Siempre hay una comparativa a mano de la que tirar y todos estos negocios, sin excepción, revolucionan “algo”.

A veces pido comida a domicilio, algo que antes jamás hacía. Cosas de la paternidad. Casi siempre al mismo sitio, desde hace unos años. Cogía el teléfono la misma persona (con la que acabé congeniando dado que el sistema informático estaba roto de forma sistemática) y venía el mismo motorista, con quien a su vez congenié por una alucinante escena vecinal que tampoco viene al caso. Desde hace un par de meses ya no viene, y quien contesta al teléfono en el restaurante me remite a Deliveroo. La comida me cuesta 2,5 euros más que antes, que ingresa Deliveroo.

Un ‘rider’ de Deliveroo por las calles de Londres

Algo aporta este cambio desde el punto de vista del cliente (el mío, mejor dicho). Se hace el pedido desde el teléfono, no hay que esperar a que abra el restaurante ni a que respondan al teléfono. Sí, se ahorra bastante tiempo. No sale más barato. Y, desconociendo el tipo de relación laboral que tenía el antiguo motorista con el restaurante, sí parece que Deliveroo no ha sido precisamente ejemplar en el trato a los riders (llamarles empleados es poco cool y, además, son autónomos).

Gracias al conflicto laboral antes citado (y aparentemente resuelto) sé que cada rider cobra unos cuatro euros por pedido, cuando a mí me cobran 2,5. Lo que nos lleva a mirar las cuentas. La empresa, británica, publicó resultados el 20 de septiembre.

Registró pérdidas de 129 millones de libras. Los ingresos brutos fueron de 128 millones, y los costes de estas ventas, 127 millones (explicado abajo, incluye las promociones). Un año antes, ventas de 18 y coste de las ventas de 19. De ahí hay que restar 142 millones de gastos administrativos.Cuanto más ingresa, más pierde. El flujo de caja neto de sus actividades operativas fue de -111 millones (cubierto por 200 millones obtenidos mediante emisión de acciones).

Cuando yo empezaba en la prensa económica, Telepizza cotizaba a ratios estratosféricos (PER de 100 veces, seguro que he contado esto ya). El motivo era que las motocicletas y los repartidores eran un valioso activo en aquello de la economía digital y el comercio electrónico, que ya hace 20 años servía para vender, valga la redundancia, cualquier moto posible. Hasta firmó un acuerdo con Terra y, para que no faltase nadie, se apuntaron al proyecto Credit Suisse y Andersen Consulting. Toda una época resumida en una nota de prensa.

Con Deliveroo sucede algo parecido. El negocio es la agregación: obtener una posición de dominio que convierta a Deliveroo en la opción “por defecto” para pedir comida a domicilio. “El Google de esto“ o “el Amazon de esto otro”. No parece casual que Uber haya empapelado las marquesinas de autobús (ironías del destino) madrileñas con su servicio Uber Eats. Varias empresas están, literalmente, peleando por que el cliente les deje subvencionar un servicio no completamente necesario y basado en la precariedad laboral. ¿Para qué? Porque el producto, como sabiamente dicen en la serie Silicon Valley, no es el servicio, ni el software, ni la economía de escala. El producto son las acciones.

El producto, como sabiamente dicen en la serie ‘Silicon Valley’, no es el servicio, ni el software, ni la economía de escala. El producto son las acciones.

Y es cierto. El subidón bursátil que se pegó Telepizza sí fue un buen negocio. Hoy, casi 20 años después, ni comercio electrónico ni acuerdo con Terra ni entrega de CDs en 24 horas ni nada; Telepizza sigue repartiendo pizzas. Es menos sexy que hablar de disrupción, pero las cuentas, más o menos, salen. Los ingredientes son baratos, las pizzas no lo son tanto, y el coste de la logística (motos y motoristas) se cubre fácilmente por el margen propio del restaurante. No sé qué pasará con Deliveroo. Quizá sí haya negocio, por más que hoy las cuentas estén muy ajustadas, los ingresos solo crecen a golpe de promoción y yo no veo posibles muchas economías de escala más allá de sumar a la red más restaurantes (sin que ello suponga más margen en cada uno ni más eficiencia en las entregas). En fin, ya les he avisado que soy escéptico y refunfuñón.

Un último apunte. Si insisto en la precariedad laboral por un motivo bastante sencillo; si un modelo de negocio no funciona pagando salarios con los que no puede vivir una familia, no es un modelo de negocio, es dumping. Se vista como se vista. Si a Uber no le salen las cuentas sometiéndose a la normativa vigente en detalles como reportar cuando un conductor abusa sexualmente de un cliente, quizá no merezca la pena que opere. Digo yo.

Fuente: El País