El pasado noviembre Aselsan se convertía en la empresa más valiosa de Turquía. Con una capitalización bursátil de cerca de 10.000 millones de euros, adelantaba al banco Garanti (en el que el BBVA es el accionista de referencia) y a gigantes que tradicionalmente han dominado la economía del país euroasiático como el grupo Koç. Aselsan produce tecnología armamentística —radares, programas de guerra electrónica, sistemas de misiles— y su rápido ascenso es un ejemplo del auge que vive esta industria en Turquía.

Ya en las últimas décadas del siglo XX, los sucesivos gobiernos turcos pusieron las bases de una industria militar propia. Sin embargo, hasta el despegue económico que vivió el país euroasiático durante la pasada década el proyecto no empezó a tomar forma. Y ya en el último lustro, el sector eclosionó a medida que Turquía buscaba un nuevo encaje en el concierto internacional y en los círculos de poder comenzaba a cundir la desconfianza hacia los antiguos aliados. “Turquía ya no es la misma, es un poder emergente. Vivimos en una región muy turbulenta, nos enfrentamos a diferentes organizaciones terroristas y tenemos frontera con dos países en guerra. Turquía tiene unas necesidades defensivas diferentes a las que tenía hace 20 años y constantemente emergen nuevos retos que dejan obsoletos los viejos paradigmas. Y la mejor manera de hacerles frente es tener una defensa nacional”, asegura la profesora Gülnur Aybet, asesora en materia de seguridad del presidente turco, Recep Tayyip Erdogan.

El paraguas de la OTAN

En década y media, Turquía ha multiplicado por ocho el volumen y el valor de sus exportaciones armamentísticas hasta rozar los 2.000 millones de dólares, según SASAD. Prácticamente en todos los viajes al extranjero, Erdogan se hace acompañar por directivos de la Subsecretaría de Industrias de Defensa y así ha firmado pactos de cooperación con una veintena de países. Especialmente interesados en las armas turcas se han mostrado los estados del Golfo Pérsico, Pakistán, Indonesia, Tailandia, Filipinas y Malaysia, muchos de ellos países que sufren, como Turquía, conflictos de baja intensidad y pretenden seguir sus tácticas de contrainsurgencia. El exmilitar y analista Metin Gurcan escribe que otros de los atractivos de Turquía es su pertenencia a la OTAN, lo que significa altos estándares de calidad en su producción militar, además de voluntad por compartir tecnología (cosa a la que habitualmente se cierran las empresas occidentales) y el hecho de que Ankara no pregunta ni impone condiciones sobre el uso o destino final de las armas.

El hecho de que el poder civil haya tomado en los últimos años las riendas del gasto militar ha permitido reorganizar esta industria, tradicionalmente dominada por empresas publicas como MKE (explosivos y armas ligeras) o ligadas de alguna manera al Estado como la propia Aselsan y sus empresas hermanas Havelsan (software militar), Roketsan (misiles) y TAI (tecnología aeroespacial), que formalmente son sociedades anónimas pero cuya mayoría accionarial está controlada por la Fundación para el Fortalecimiento de las Fuerzas Armadas de Turquía (TSKGV). Empresas privadas como Otokar (grupo Koç), Milsoft o Nurol también han comenzado a desempeñar un papel relevante en este complejo militar y, de hecho, “han contribuido a este crecimiento adoptando la innovación que se requiere”, sostiene el analista Burak Bekdil. “Hace 20 años uno podía contar rápidamente todos los actores de la industria de defensa. Hoy sería imposible. Era un sector en el que pocos empresarios se atrevían a entrar, mientras que ahora todos se interesan por él”, añade.

De hecho, alrededor de las grandes firmas ha crecido toda una red de empresas auxiliares creando un complejo militar e industrial que en 2016 facturó 6.000 millones de dólares según la Asociación de Productores de la Industria de Defensa (SASAD). “Pero nuestro potencial es aún mayor, podemos llegar hasta los 20.000 millones en los próximos años”, aseguró recientemente Ahmet Hamdi Atalay, director general de Havelsan, durante el Bosphorus Summit organizado en Estambul. El sector se mueve siguiendo las directrices de la Subsecretaría de Industrias de Defensa (SSM), dependiente del ministerio del ramo, dado que el principal cliente son las Fuerzas Armadas turcas y que el Estado incentiva a las empresas: ha invertido 30.000 millones de dólares en los últimos 14 años.

En los últimos años han aparecido proyectos que antaño parecerían de ciencia ficción, como el cañón electromagnético Sapan o un arma láser en ciernes, y están viendo la luz toda una serie de sistemas militares a menudo acompañados por el adjetivo nacional: Milgem, el proyecto de buques de guerra autóctonos que ya ha dado tres corvetas; el buque de asalto multipropósito LHD (que se construye junto a la española Navantia); Altay, el tanque nacional (aunque basado en el modelo surcoreano K2 Black Panther), que entrará en servicio el próximo año; TF-X, el caza nacional previsto para volar en 2023; los drones de ataque Bayraktar y Anka, que ya están tomando la delantera en la lucha contra el grupo armado kurdo PKK, o diversos misiles de corto, medio y largo alcance desarrollados por Roketsan como el misil balístico táctico Bora (Tormenta) con un alcance de 280 kilómetros y que fue probado la pasada primavera en el mar Negro.

El objetivo es la sustitución de importaciones y ser “autosuficientes en 2023”, centenario de la fundación de la República, según ha ordenado el presidente Erdogan. Aún queda un trecho, pero parte del camino se ha recorrido: si en 2002 la industria nacional sólo cubría el 24% de las necesidades defensivas de Turquía, hoy alcanza el 60%. Eso ha hecho que, mientras en 1999 Turquía era el segundo mayor importador de armas y material militar del mundo, ahora es el 17º, según datos del Instituto Internacional de Estudios para la Paz de Estocolmo (SIPRI). Y, en cambio, en exportaciones ha pasado del puesto 27º a inicios de siglo a estar entre los 15 primeros.

Fuente: El País