Matthew Taylor (Londres, 1960) se revuelve por igual contra aquellos que pretenden saber el impacto que la automatización tendrá en el empleo como contra los que aseguran que este futuro vendrá marcado ineludiblemente por la tecnología. «Claro que los avances técnicos tendrán gran influencia. Pero, por una parte, desconocemos cuál será y, por otra, podemos moldear este futuro con políticas públicas. Los que hacen esos augurios son o malos científicos o malos políticos», asegura. Quizás fue este rechazo frontal a una visión apocalíptica lo que llevó a la primera ministra británica, Theresa May, a elegir a un rival político -Taylor es laborista y trabajó para el expremier Tony Blair– para que redactara un informe sobre el futuro del trabajo. Invitado por la Fundación Rafael del Pino, este antiguo político y ahora presidente de la Royal Society of Arts aprovechó su visita a Madrid para recibir a EL PAÍS.

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Su informe Buen Trabajo, presentado en julio del año pasado, debe servir como base para que el Gobierno británico aborde asuntos tan espinosos como la regulación de los nuevos empleos precarios ligados a plataformas digitales o cómo luchar contra la tendencia de que las clases medias sean las grandes perdedoras de estos años de globalización y tecnificación. Para empezar, el siempre optimista Taylor niega que las condiciones laborales se hayan deteriorado en los últimos años. «Existe esa percepción, sí. Pero el trabajo en minas o fábricas era antes mucho más duro y peligroso», asegura.

Taylor sí admite que ha habido un cambio en el contrato social. «Tras la II Guerra Mundial, los hombres tenían la perspectiva de un contrato a tiempo completo que iría mejorando cada año. Esto ya no es así. Para una generación, la calidad de vida se ha estancado. Antes pensábamos que la pobreza procedía del desempleo, pero hoy la mayor parte de británicos pobres trabajan», continúa.

Una de los mensajes de Taylor y su documento es la importancia de impulsar la calidad del trabajo. Él desecha la idea de que haya que elegir entre mucho empleo precario o poco con gran protección. «La calidad y la cantidad no son contradictorios. Pueden ir de la mano», asegura rotundo. El argumento funciona en dos direcciones: cuando un empresario contrata muchos temporales, no tiene incentivos para invertir en su formación; y cuando un empleado no se siente involucrado ni ve perspectivas de mejora en su empresa, es menos productivo. Este problema de la temporalidad es, insiste en varios momentos de la entrevista, especialmente sangrante en España.

«Me alegra ver que en los empresarios británicos ha calado la idea del informe de que el buen trabajo no es solo una cuestión de justicia social, sino también de productividad. Hay que dejar de creer que la mejor forma de obtener resultados de las personas es incrementar la presión sobre ellas», añade.

Taylor ha analizado también qué hacer con esos repartidores de Deliveroo o conductores de Uber que se ven desprotegidos con nuevas fórmulas laboras que ensayan relaciones cada vez más tenues con las empresas. «Deberían ser considerados asalariados y no trabajadores independientes. Pero es importante tener en cuenta que estas plataformas son atractivas porque tú eliges cuándo trabajar. Esa flexibilidad es valorada por muchas personas y no deberíamos ponerla en peligro», asegura.

El experto británico aboga por un modelo que proteja las innovaciones que ofrecen estas empresas, pero asegurándose de que pagan impuestos y respetan los derechos laborales. «Lo que me preocupa es que quieran beneficiarse del sistema. La gig economy ha llegado para quedarse, pero no estoy seguro si estas empresas podrían seguir creciendo si cumplieran las normas a las que el resto de compañías debe atenerse».

Pese a rechazar las predicciones, Taylor solo muestra una certidumbre sobre el futuro: el trabajo va a ser más diverso: con más entradas y salidas, más posibilidades de cambiar de ocupación y más zonas grises como jubilados que aprovechan su tiempo de retiro para ensayar nuevas actividades. «Ha cambiado el modelo de formarse en la juventud, trabajar en la edad adulta y descansar pasados los 65 años. Todas esas fases estarán más mezcladas».

Sobre los riesgos de la tecnificación, Taylor vuelve una vez más a presentar su cara más optimista: no cree en una sociedad futura de desempleo masivo. «Los jóvenes gastan cada vez menos dinero en cosas y más en experiencias. Y los robots son muy buenos fabricando cosas, pero no tanto con las experiencias». Y concluye con otro de sus leit motivs: la importancia de que sean los Gobiernos los que dirijan la tecnología -y no al revés- para llevar sus avances hacia donde interese a la sociedad. «No debemos decir sí o no a la tecnología, sino dar forma a esos cambios».

Fuente: El País