Las familias españolas son ricas. No en ahorros, pero sí en ladrillo. Casi tres cuartas partes del ahorro familiar está en vivienda: un 50% es la habitual y el 24% restante son segundas residencias, suelo u otro tipo de inmuebles, según la Encuesta Financiera del BCE. Así, los hogares españoles acumulan más patrimonio inmobiliario que la media de la zona euro, donde el ladrillo pesa un 68%.Y, además, curadas las heridas de la burbuja, la inversión en vivienda ha vuelto a crecer, si bien su nivel se mantiene muy por debajo de los años del boom. «La riqueza inmobiliaria se incrementó un 25,7% en 2018 desde los mínimos alcanzados en 2013, aunque todavía es un 16,1% inferior al pico de 2008, previo al pinchazo de la burbuja», explican fuentes de Bankinter.

Sin embargo, que las familias españolas «ahorren» a través del ladrillo no es tan buena idea como se piensa, sobre todo cuando vienen mal dadas y la casa pierde valor justo en el momento en que se necesita capitalizar. «Es un activo no líquido, no tiene valoración diaria y el inversor no diversifica. La gente piensa que es su plan de pensiones, pero deberían desterrar esa idea porque es ineficiente», dice Enrique Borrajeros, presidente del Comité de Comunicación de la Asociación Europea de Asesoría y Planificación Financiera en España (EFPA).

«El problema viene cuando para comprar vivienda, los españoles tienen que hacer un sobreesfuerzo financiero enorme endeudándose muy por encima de sus posibilidades y arrastrando a lo largo de los años una carga que puede llegar a ser muy gravosa. Se toma la decisión de comprar casa como si fuera un bien de consumo y no un bien de inversión, sin hacer una reflexión o estudio previo de si se está comprando caro o barato, si las condiciones financieras son las adecuadas o si es correcto el horizonte temporal elegido», advierte Javier Santacruz Cano, investigador de la Fundación de Estudios Financieros. No es de extrañar, dice, que hasta los 34 años la ratio de deuda sobre ingresos mensuales se eleve hasta 288 veces, frente a 25 veces en Alemania. «Es una muy mala solución pensando en hacer líquido el activo y en tener una cartera diversificada. Además, pensemos en destinar 100.000 euros en un piso y que el inquilino no te pague. Es mejor tener esos 100.000 euros en fondos de inversión inmobiliaria, por ejemplo», alega Jordi Fabregat, profesor del departamento de Control y Dirección Financiera de ESADE.

España: un país de ahorradores ‘enladrillados’

Hay algo peor y es que para los españoles la vivienda es la mejor herencia que se puede dejar a los hijos. Esa mentalidad perjudica y mucho a los mayores de 65 años con una baja pensión pero con viviendas cuyo valor es de varios cientos de miles de euros. Productos como la hipoteca inversa servirían para transformar la casa en dinero para completar la pensión, aunque de momento en España estos productos se miran con recelo. Además, algunos bancos dejaron de comercializarlos en cuanto se dictaron varias sentencias a favor de los herederos.

Las familias españolas tampoco son muy amigas de los activos financieros. Su peso apenas roza el 15%. La inversión anual per cápita se sitúa en 642 euros al año, mientras que en la zona euro es de 1.432 euros. ¿Por qué? Los números hablan por sí solos. Según el Banco de España, la rentabilidad bruta del alquiler de casa, incluida la plusvalía, fue del 10,7% en enero (3,9% solo el alquiler). En cambio, los bonos del Estado a 10 años dieron un 1,4%, los depósitos el 0,1% y la inversión en Bolsa cayó un 3,8%. La rentabilidad media anual de los planes de pensiones (a 10 años) es del 3,11%. Y los fondos de inversión nacionales acumularon en los primeros cinco meses del año una rentabilidad media del 3,2%, según Inverco.

Lo peor es que esa riqueza financiera se concentra, sobre todo, en depósitos, uno de los vehículos de ahorro preferidos por los españoles, a pesar de la escasa rentabilidad que proporcionan en un entorno de mercado con tipos de interés en mínimos históricos y con pocos visos de cambiar a corto plazo. Según el Banco de España, la rentabilidad media ponderada que ofrecen se sitúa en torno al 0,05%. Muy lejos de los años en los que estos productos con bajo riesgo daban el 4%. Es más, los bancos no descartan ahora cobrar a los hogares por guardar su dinero.

El ahorro en depósitos de los hogares superó por primera vez los 811.000 millones el pasado mes de febrero, según el Banco de España. Si se suman los de las empresas, el dinero acumulado supera el billón de euros. El ahorrador español es extremadamente conservador y lo único que busca es tener sus euros a salvo, algo que también tiene que ver con la falta de cultura financiera y la desconfianza por escándalos como el de las preferentes. Pero se equivoca, porque no está resguardado de una de las mayores amenazas para el ahorro: la inflación (reflejada en el IPC), que les hace perder poder adquisitivo día tras día. La inflación se situó en el 0,8% en mayo.

El miedo se penaliza

Los 10.000 euros depositados en una cuenta o en un depósito a un año han perdido el 18% de su valor en los últimos 16 años, dicen en ING. Esta entidad anima a que los ahorradores sean inversores para democratizar la inversión. Ya son varias las entidades que tratan de desviar parte de los recursos de los depósitos de sus clientes hacia sus fondos de inversión. A la banca también le interesa, ya que les permite cobrar comisiones y mejorar sus ingresos. «El ahorrador sigue echando mano de los depósitos porque piensa que poner un 10% o un 15% en renta variable es asumir un riesgo, cuando el verdadero riesgo es no tener suficiente rentabilidad y perder poder adquisitivo por la inflación», comenta Borrajeros.

Todos los expertos coinciden en que para que el ahorrador supere, al menos, el efecto de la inflación tiene que perder el miedo a la renta variable y asumir cierto riesgo. El ahorro se debe proyectar a medio-largo plazo y aunque perder un euro hoy no sea importante, perderlo durante los próximos 20 años es una ruina. En Abante Asesores recomiendan una cartera de fondos de inversión, porque «fiscalmente y financieramente es lo más efectivo», dice Paula Satrústegui, directora de planificación financiera de la compañía. La cartera depende de la aversión al riesgo y la edad del cliente (los años en los que necesite disponer del dinero).

Por ejemplo, si se piensa en comprar una casa en la playa a un año vista lo más lógico es tener menos exposición al riesgo. En cambio, si se trata de ahorrar para la jubilación el peso de la renta variable debe ser mayor. «Un 20% es lo mínimo; de ahí para arriba», indican en Abante, que cuenta con un perfil de ahorrador con una media de 50 años (y sus hijos). Una cartera moderada, con una rentabilidad del 2,5%, debe tener un 50% en renta variable, explica Satrústegui.

Enrique Borrajeros, de EFPA España, recomienda tener algo de liquidez para hacer frente a posibles gastos inesperados. Y a partir de ahí, el 80% del patrimonio lo coloca en fondos y planes de pensiones para obtener una rentabilidad de entre el 4% y el 6%, esa que antes daban la letras del tesoro. Cree que la exposición a renta variable debería partir del 30%.

Aunque, cuanto más joven, más riesgo: entre un 50% y un 100% de renta variable. Los jóvenes, con salarios bajos, trabajos temporales y teniendo que hacer frente a un alquiler o una hipoteca, no tienen capacidad para ahorrar, a no ser que vivan con sus padres. Aunque no puedan guardar ni un euro, curiosamente tienen una concienciación mayor del ahorro. Están convencidos de que no tendrán prestaciones para su jubilación, según una encuesta de Abante Asesores. Sus patrones de ahorro (cuando los tienen) son distintos y «la vivienda ya no es el activo preferido», añade Borrajeros.

Fuente: El País